Para los españoles, Ava Gardner no es solamente “el animal más bello del mundo”, según un título que a su portadora no le hacía ninguna gracia, sino la estrella que abandonó Hollywood para vivir en nuestro país, en el que fijó su residencia durante 15 años, entre 1954 y 1968. Tres lustros de vida libre, festiva e incluso desenfrenada de los que la actriz hace escasa mención en su autobiografía. Una laguna que viene a cubrirse ahora con las memorias de su asistente personal y amiga durante 40 años, la afroamericana Mearene ‘Reenie’ Jordan. Mi vida con Miss G., el relato de su vida junto a la actriz, se publicó en español por primera vez el año pasado, y muestra con detalle la fascinación de Gardner por la vitalidad de España, el flamenco y los toros.
Del especialísimo vínculo entre Ava y su asistenta personal dan fe no sólo la duración de su relación, que tuvo sus más y sus menos, aunque siempre volvió al cauce de la amistad, sino este testimonio de Reenie Jordan. “No era lo que solemos llamar la típica mujer del Sur. Íbamos a las salas de fiestas en la época anterior a la integración y, si me echaban a la calle, ella también se iba. Así que, para que ella se quedase, me toleraban a mí”.
La estancia de Ava Gardner en España, con sus interminables noches de baile y alcohol, no es un secreto por descubrir. Ha sido sobradamente tratada en ensayos como Beberse la vida, de Marcos Ordóñez, hoy prácticamente imposible de encontrar (se cotiza a más de 200 euros en el mercado de segunda mano) o la recreación de Manuel Vicent Ava en la noche. Por no hablar de la miniserie Arde Madrid de Paco León. Pero la mirada de Mearene Jordan aporta elementos de novedad. No sólo porque ella estaba allí, compartiendo la mayor parte de las aventuras de Ava Gardner a su lado, sino porque era su amiga⁰ y persona de confianza, y depositaria de muchas de sus confidencias. Su libro no sorprenderá a los expertos, pero aporta ángulos nuevos.
Es bien sabido que la actriz descubrió España durante el rodaje de Pandora y el holandés errante, que en parte se desarrolló en la Costa Brava. A mediados de los años 50 decidió marcar distancias con Hollywood e instalarse en Madrid -inicialmente en el Hotel Hilton- fundamentalmente para librarse de la presión de los estudios. Pero, si era necesario, se desplazaba desde la capital española hasta el lugar donde se requirieran sus servicios.
Uno de esos momentos íntimos a los que Jordan tuvo acceso nos muestra a la actriz recién llegada y deseosa de mimetizarse con su nuevo entorno. “Viajamos en avión a Madrid y Miss G. enseguida puso en marcha su ansiada metamorfosis de chica escandalosa de Hollywood, y bebedora empedernida de martinis, a su idea de lo que era una señorita castellana con mantilla y sonrisa de Mona Lisa. Tengo que reconocer que mereció la pena ser testigo de esa transformación”. La asistente personal de Ava Gardner la recuerda también mirando por la ventana para ver cómo iban vestidas las mujeres españolas.
Una vez transformado su aspecto, se lanzó a conocer su nuevo hogar. “Deambulamos por los bulevares, visitamos galerías de arte, y nos aprendimos todas las obras maestras del Museo del Prado”, recuerda Reenie Jordan. La actriz contrató a un profesor de español, del que recibía clases a diario, y al que sometía cada día a pruebas de resistencia etílica que le dejaban desarbolado. Ava y Mearene iban al teatro, la ópera, los toros… Y también, por descontado, al flamenco, a cuyo ritual de zapateados y faldas arremolinadas se entregaban cada noche hasta el amanecer. “Disfrutamos de cada segundo”, recuerda la asistente de Ava.
Aunque el impacto mayor lo vivió Ava Gardner al encontrarse accidentalmente con las cuevas del Sacromonte, en Granada, las únicas cuevas habitadas del mundo, en las que pasó un fin de semana, durante una excursión por Andalucía. “Miss G. había descubierto el paraíso, una cueva llena de gitanos andaluces auténticos de quienes se hizo amiga y que le enseñaron a dar palmas mientras bailaban, zapateaban y hacían piruetas alrededor de su maravillosa estampa”.
“Las chicas de las cuevas eran realmente especiales y Miss G. parecía una de ellas”, recuerda con admiración Reenie. “Tenían los ojos negros, provocadores y fascinantes. A pesar de lo que sugerían sus miradas, nos dijeron que muy pocas chicas gitanas ejercen la prostitución. Su código moral es muy estricto”.
Ava Gardner había tenido un primer contacto indirecto con el mundo de los toros a través de la figura del torero retirado Mario Cabré, con el que coincidió en Pandora y el holandés errante. Pese a las evidentes dificultades para entenderse -él apenas hablaba inglés y ella tampoco español- conectaron más allá de las palabras. Y una mañana la actriz se encontró en la cama con Cabré. De creer a Mearene, no fue una relación, sino un affaire, pues por entonces Ava estaba aún enamorada de Frank Sinatra.
Ava y los toreros
Pero Cabré, aunque sin entrar en detalles, no se privó de airear su romance entre los reporteros locales, que entraron al trapo a placer y lo dieron a conocer por todo el mundo. “La historia era inmejorable: la guapa provocativa Ava Gardner se enamora de un torero español”. Pero, “por entonces, Miss G, ya había entendido que a Mario le preocupaba básicamente su imagen varonil y la publicidad. Parecía como si hubiera marcado el gol decisivo en la final de un Mundial de fútbol”.
Muy distinta fue su segunda relación con un torero. Luis Miguel Dominguín, al que conoció cuando rodaba La condesa descalza, antes de instalarse en España, era el más conocido y popular del mundo, amén de una persona culta y muy bien relacionada. Su relación con Ava fue anterior a su matrimonio con Lucía Bosé, con quien tuvo cuatro hijos, uno de ellos Miguel Bosé.
"La historia de amor entre Miss G. y Luis Miguel fue una de las experiencias más felices de su vida. Lo quería de verdad, pero la relación también tuvo final triste”, como todas las de la actriz. Pero “estuvo más cerca de su corazón que ningún otro hombre”.
La importancia de aquel romance la corrobora Gardner en sus memorias al dedicarle uno de sus capítulos. Sólo otros dos episodios españoles merecerán tal honor en un relato de su vida en el que España aparece bastante desvanecida en el recuerdo.
“Animados por la música flamenca, reíamos, bebíamos, salíamos. Yo era su chica y él mi hombre; era así de sencillo”, recuerda la actriz en Ava. Mi historia, que Cult Books recuperó el año pasado con motivo del centenario de su nacimiento. “Éramos buenos amigos, además de buenos amantes y no nos exigíamos demasiado el uno al otro. Luis Miguel era muy divertido y me encantaba tenerle cerca de mí. Francamente, me intrigaba el hecho de que no parecía necesitarme”, recuerda la actriz, quien resalta su franca generosidad y talante caballeroso hacia ella.
En la última etapa de su estancia en España, cuando ya había terminado su relación con Dominguín -en parte a causa de las interferencias del multimillonario Howard Hughes, que la pretendía también- Ava Gardner sufrió un percance inesperado que tuvo eco en la prensa de todo el mundo. Le habían invitado a conocer una finca de Sevilla para asistir a una exhibición de toreo a caballo. Una vez allí, sus anfitriones le animaron a que montara uno de los animales y participara en la lidia, asegurándola que no habría riesgo. Y Ava se lanzó. “Había bebido mucho y con el alcohol haces tonterías”, le reconoció a Mearene.
Todo fue bien en el ruedo hasta que soltaron al toro. “Lo que pasó fue muy confuso”, recordaría la actriz. “Sólo sé que salí disparada por encima de la cabeza del caballo. Todavía recuerdo el golpe con el barro. Me quedé helada”. Estaba aturdida y la sacaron de allí a toda prisa, pero al llegar a casa se encontró con un aparatoso hematoma en su mejilla izquierda. Un golpe que amenazaba estropear su más importante instrumento de trabajo: su hermoso rostro. “Pasó mucho tiempo hasta que Miss G. reunió el coraje para volver a enfrentarse a las cámaras”, recuerda Mearene. Y, cuando al fin se decidió, lo hizo convencida de que había quedado deformada para siempre. “Tuvieron que pasar varios años hasta que se le quitó esa idea de la cabeza”.
El episodio es otro de los que Ava recoge en su autobiografía, en un capítulo que comienza con estas palabras: “Aunque sabía perfectamente que había sido muy afortunada cuando se me repartieron los genes de salud y belleza, nunca me había preocupado demasiado por mi aspecto”. Pero el accidente en el coso, “me hizo darme cuenta de una inexorable verdad: que, sin mi cara, el futuro no iba a ser nada prometedor”. Por entonces, la actriz se convenció de que el accidente había sido preparado. Así lo relata en sus memorias y así se lo contó a Mearene. “Había un fotógrafo profesional que se colocó en el ángulo perfecto. El plan de dejar a Ava en ridículo estaba organizado de antemano”.
Es verdad que las imágenes se vendieron por 75.000 dólares a la revista Paris Match, pero su precaria calidad parece desmentir la idea de que todo estuviera preparado. Más probable parece que el fotógrafo fue atraído por el morbo que siempre acompañaba a Ava y que se encontrara con una noticia inesperada. Y la actriz seguramente necesitaba descargarse de responsabilidad, al menos en parte, dado que había sido claramente imprudente.
Esnobismo y drogas
De entre las muchas aventuras vividas por Ava Gardner y su asistente en España, Jordan relata una de sus primeros años que no es de las más conocidas. En Madrid conocieron a una pareja “bastante esnob”, propietaria de un yate, que les invitó a una travesía por la costa de África. Aceptaron y el viaje enseguida se vio envuelto por realidades inquietantemente misteriosas.
La actriz descubrió que, cuando la oscuridad se enseñoreaba, barcas traineras se acercaban al yate, subían furtivamente unas cajas misteriosas y se marchaban a toda prisa. Ava sospechó enseguida que podría tratarse de tráfico de drogas. “Somos la tapadera perfecta, Rene, ¿quién va a sospechar de un barco que lleva a Ava Gardner a bordo”. A ella no sólo le molestaba ser utilizada, sino que también temía verse envuelta en otra polémica más, sin tener arte ni parte. De modo que, en cuanto llegó la siguiente embarcación, pidieron ser llevadas a tierra urgentemente y se las apañaron para volver a Madrid.
Durante sus tres lustros de residencia española, Gardner únicamente rodó una película en el país. Fue 55 días en Pekín, una superproducción de Samuel Bronston, dirigida por Nicholas Ray y con Charlton Heston como protagonista, de la que se cumple este año su 60 aniversario. Pero a la actriz nunca le gustó su personaje. “En mi carrera he recitado muchos diálogos estúpidos, pero, como esos, ninguno”, confesó.
El fin de la aventura española de la actriz se explica de un modo distinto en los dos libros de memorias. En ambos se recuerda el incidente con su vecino Perón, el exdictador de Argentina, quien pidió a las autoridades que arrestaran a la actriz por escándalo público. La actriz manejó la situación con los agentes con su habitual habilidad, pero fue consciente del peligro: “Estuvimos cerca de haber acabado en la cárcel”. El incidente hizo que Ava tomara conciencia, por primera vez de forma clara, de que vivía en una dictadura. Y esa constatación no le gustó en absoluto.
A todo ello se sumó que las autoridades españolas irrumpieron un día en su residencia reclamándole un millón de dólares en concepto de impuestos atrasados. “A mi entender, había estado pagando los malditos impuestos todos los años. Ellos insistían, sin embargo, y como la idea de enredarme en juicios con las autoridades locales me daba escalofríos, hice las maletas y me trasladé a Londres en el año 1968. Y nunca eché la vista atrás”, recuerda la intérprete en su libro de memorias.
Mearene Jordan aporta, sin embargo, otra posible explicación. Años antes de abandonar el país se produjo un cambio de carácter en la actriz, que parecía revelar un agotamiento del camino elegido. “Miss G. estaba intentando boicotear, de manera inconsciente, el estilo de vida que había escogido. Había abandonado los Estados Unidos y su carrera cinematográfica de manera pública y descarada, y ahora se había quedado sin margen de maniobra. Tenía dinero, vivía sin ataduras ni responsabilidades, pero la incertidumbre del futuro la angustiaba”, recuerda su asistente. “Todo seguía siendo un caos debido a su tendencia a actuar como si fuera el capitán de un barco de esclavos en mitad de una tormenta”.
Londres, donde residiría el resto de su vida, hasta el año 1990, cuando falleció, le aportó al parecer un cierto sosiego, pasado por agua, tras los intensos años de frenesí y agitación española.