Lo que más le gustaba a Francisco Umbral del verano era la palabra veranear. La estación travestida en verbo, como si el disfrute del gomoso no hacer nada fuese un oficio en sí mismo. Ya se sabe que Umbral no podía pasar de puntillas por ningún asunto –lo de dejar a la realidad desaseada en lo obvio no iba con él-, así que decidió rizar el rizo a la palabra. Veranear, escribió un agosto de 1997, era a su parecer un vocablo más de San Sebastián, mientras que "tomar vacaciones" una expresión de clara procedencia marbellí. En dos platos: la España añeja veraneaba; la nueva jet tomaba vacaciones, algo así como el manierismo que devino en horterada. Curiosa rizadura la de Umbral, quien en las fiestas de La Costa del Sol encontró oro para la mina de su pluma. En sus columnas, el escritor retrató la fauna marbellí: jeques, ricos de última hornada y demás criaturas de la jet, desde la princesa de Kent loca porque Antonio Gades le dedicara un baile hasta los sujetos “agitanados” que desembarcaban en Puerto Banús.
"La España añeja veraneaba; la nueva jet tomaba vacaciones, algo así como el manierismo que devino en horterada..."
A Francisco Umbral le pegaba bastante poco la palabra veraneante. Él, más propenso a arder, se limitaba a contradecirlo. ¿El calor y la camiseta de manga corta, acaso la necia chancla en lugar del foulard y el bastón? ¿Para qué necesitaba ir en bañador si le bastaba con posar desnudo en su sillón tipo Emmanuel, encantado, relamiéndose, como un gato de sí mismo? A los ojos de Umbral, Marbella quedó como una mariposa rey clavada con chinchetas en el encabezado de su columna. No le faltó belleza, pero tampoco le sobró piedad. "Marbella es el clavel en la solapa del recepcionista. La España diferente de Fraga no era sino una extensión abusiva y geográfica de la Costa del Sol. El póster turístico del cuarentañismo se desgarró como un tigre de papel contra el esquinazo de los rascacielos locos emergidos del mar, pero nadie guardó un duro para autopistas, y hoy se llega a Torremolinos, a Fuengirola, a Marbella, por la misma carretera provinciana e incierta de Gabriel Miró. Un camino de cabras en función de autopista para uno de los mayores complejos turísticos del mundo. Con unos cientos de parados se arreglaba eso. Marbella es el clavel, o el nardo de alma árabe y española, en la solapa reverencial, frente al dólar de alma judía y monetarista", escribió.
"Es hortera dejarse ver de día en Marbella no siendo noruego o chico de los helados"
Todo un dandy sin levita ni disparo en la sien –acaso un flâenur mesetario, un frívolo y estrambótico carpintero de primorosos ataúdes-, Francisco Umbral goza de la buena salud de los difuntos, incluso en días marbellíes, de calor, horterada. Umbral posee el buen tipo de los que pueden pasearse chulesco por el filo de la uve de verano, rasgándola con la cuchillada de la ironía. Sí, era él capaz de deletrearlo sin quemarse la boca, campaneando el sustantivo -verano- como una copa de gasolina con hielo e ingenio. Alguien capaz de todo, de burlarse de sí y de los otros. De los dos al mismo tiempo en ocasiones. Lo suyo era ametrallar, partir el verano en dos, como una fruta llena de sentido: "Las nietas de los grandes banqueros siguen enamorándose del profesor de tenis, como en las novelas de Corín Tellado. Es el romanticismo monetarista de Marbella. Recorro la Costa del Sol en un descapotable rojo, con gorra de visera, muy americana, que me he comprado, pero las pequeñitas atacan de nuevo, en Puerto Banús, me reconocen y vienen a por autógrafos. Es hortera dejarse ver de día en Marbella no siendo noruego o chico de los helados”.