Jorge Carrión no puede escribir sentado ante un escritorio. Los muertos, la primera novela de su llamada Trilogía de la huella, la escribió en Jordania; Los huérfanos, a punto de abordar un avión rumbo a Caracas y Los turistas, la última entrega publicada ahora por Galaxia de Gutenberg, la escribió bajo el agua, durante una inmersión en el agujero azul de Dahab, en el Mar Rojo. Porque algo de eso –una mezcla de exploración y descubrimiento, de hundimiento y extracción- , hay en las páginas de una serie que explora la eterna contradicción entre mito, realidad y la ficción. Quizá en el fondo solo sea necesario sumergirse, hallar el silencio necesario para hacerse ciertas preguntas. Escribir moviéndose: persiguiendo huellas y dejando tras de sí otras. Ser un errante. Habitar el movimiento como una frontera.
Mientras Los muertos narra la superposición de dos realidades alternas inventadas por dos narradores y Los huérfanos cuenta la supervivencia de un grupo de personas en un bunker bajo tierra durante una tercera guerra mundial, Los turistas cuenta la historia de Vincent, un hombre que perdió a toda su familia en un accidente aéreo y un día decide perseguir a una mujer anciana –prácticamente inverosímil, espectral- a la que no conoce de nada y que sin embargo, le lleva a dar la vuelta al mundo. Vincent, como Carrión, encadena un vuelo con otro, desde Cuba hasta México, de México hasta Sudáfrica, desde Sudáfrica hasta Egipto… Errar, perseguir, dejar un rastro. Escribir, leer, ser leído… ¿Son tan distintas entre sí?
No hay ni un género que no conozca ni un tema que no haya tratado. Ha escrito los libros de viaje La brújula (2006) y Australia. Un viaje (2008); la trilogía conformada por las novelas Los muertos (2010), Los huérfanos y Los turistas; así como los ensayos Viaje contra espacio. Juan Goytisolo y W.G. Sebald (2009), Teleshakespeare (2011) y Librerías (2013), con el que se alzó como Finalista del Premio Anagrama de Ensayo
-Los muertos, Los Huérfanos y Los Turistas están unidos por dos ideas fuerza: la supervivencia (a un tiempo, a un accidente) y el viaje como posibilidad de redención. ¿Y la huella, qué es la huella en esa trilogía?
-Hay una especie de red de textos debajo de las novelas, que son los libros escritos por supervivientes, sobre todo de campos de exterminio, como Primo Levi o Imre Kertész. Pero me interesaba la generación posterior. La generación de Mario Álvares y George Carrington (protagonistas de Los muertos, la primera novela), que sería la mía, y tiene una distancia irónica e histórica con respecto a las víctimas auténticas de todo ese horror. Esa es una capa subterránea de la novela. Tanto personajes como Tony Soprano o Roy en Los Muertos, como Marcelo en el bunker de Pekín de Los huérfanos como Vincent en Los turistas, son supervivientes y son los que pueden contar parte de una extinción. Se sienten culpables de sobrevivir, especialmente Marcelo y Vincent, por eso intentan reinventarse tras la catástrofe. Lo hacen de modo opuesto pero complementario: Marcelo lo hace recordando sus viajes y Vincent empezando a viajar. En el fondo, está el eco de las huellas de sus pasos, sus conversaciones, pero también de los supervivientes, huellas cruzadas de todos los personajes que se entrecruzan en las tres novelas.
-La oposición entre ficción y la realidad está presente en toda la trilogía. La anciana viajera a la que persigue Vincent, ¿ es un mecanismo más de esa contradicción? Porque hay algo fantasmal en ella que nos hace pensar que no existe.
-Eso tiene que decidirlo el lector. Si es un personaje que Vincent imagina como terapia para salir de su trauma o si existe realmente. La primera parte de Los turistas se titula La mujer de la multitud, porque justamente lo que hago es una versión del relato El hombre de la multitud, de Edgar Allan Poe. En ese relato, un personaje traumatizado se está recuperando de una enfermedad. Sentado en un café en Londres, observa a la gente que pasa. Un día para un hombre que él no sabe interpretar y decide ir tras él. Lo que hago es coger a ese hombre, a su manera también fantasmal, y convertirlo en una mujer. Lo que para Poe es una ciudad del siglo XIX, la gran metrópolis, para nosotros en el cambio del siglo XX a XXI, es el mundo: cosmópolis. Con esa idea de por medio, la anciana tiene algo de espectral e inmortal, por eso en la segunda parte de la novela doy voz a esa mujer, entre otras cosas, porque la trilogía es muy masculina y me parecía que eran importante que una voz femenina muy poderosa se hiciera escuchar. Ella resume el segundo milenio. Es la gran testigo. Ella es la gran superviviente, la que sobrevivió a todos los viajeros, científicos, poetas. Y ella, antes de desaparecer, nos deja su legado.
-“En el fondo todas las historias hablan de lo que uno cree ser y de lo que uno realmente es: otra forma de persecución”, ¿del lector, del narrador, del protagonista?
-La persecución es una estrategia narrativa clásica; un personaje persigue su destino; los grandes viajeros persiguen una sombra… En ese largo viaje por aeropuertos y hoteles, Vincent está persiguiendo su destino, que será un destino inesperado. Más allá de esa historia de persecución de Vincent tras la anciana, hay un juego entre el perseguido y el perseguidor. Es una obsesión mía por perseguir las huellas de Mario Álvares y George Carrington (protagonistas de Los muertos, la primera novela), por eso sigo a Marcelo (en este caso el personaje de Los huérfanos) y a Vincent. Está presente el rastro de la reanimación histórica pero en realidad sigo el rastro de dos creadores que hicieron una obra de arte y actuaron en consecuencia al desaparecer.
-Vincent viaja sin parar, sin llegar realmente a ningún sitio. En el tiempo de la trilogía, adónde se dirige: ¿al futuro, al pasado? ¿Los turistas es una precuela?
-Los muertos es el centro de la trilogía. Ocurre entre el año 10 y 15 de nuestro siglo. Los huérfanos es un flash forward de las consecuencia de Los muertos y Los turistas es el origen posible de ese mundo. En Los muertos la televisión e internet son importantes, en Los huérfanos, ya no existe lo que entendíamos por civilización humana. Me interesaba hablar del cambio de siglo, cuando no existía el hábito de Google, ni Facebook. Un mundo en el que nadie ve series de televisión y la gente compra los billetes de avión. De algún modo es los orígenes de lo que en diez años será Los muertos.
-La sensación que existe con todos los personajes es la sensación de doblez: que cada personaje es uno y a la vez otro. ¿Es una idea estudiada?
-No. Cuando terminé Los muertos estaba convencido de que por primera vez había dejado de hablar en mis libros de ser Jorge o Jordi. Me llamó un amigo y me dijo: ¡Otra vez Jordi y Jorge! Porque en el libro varios personajes descubren que se llaman de otro modo en el trascurso de la propia ficción… No es algo calculado. El tema del doble me sale: relacionado siempre con cambios de nombre, de identidad.
-La ficción, ha planteado usted, es esa lucha entre la luz y la oscuridad, como un cielo de tormenta. ¿Qué ha resultado entonces de esta trilogía: un diluvio, un temporal?
-No he sacado nada en claro y creo que ese es uno de los motivos por los cuales es una trilogía. Yo no sabría escribir un ensayo entre el conflicto entre realidad y ficción, ciencia y religión, mitos y logos, que es lo que hay en el fondo. Nos pasamos la mitad del tiempo recordando y narrando, elucubrando y destilando verdades, estudiando historia, leyendo el periódico, leyendo novelas y viendo películas. En cada cerebro humano hay una mescolanza de datos y ficciones y la trilogía habla de eso. Por eso es importante que acabe con Los turistas. Al leer Los muertos, se puede pensar que se trata de un conflicto con la imagen, pero en realidad eso se expresó antes en la esfera literaria y mitológica, por eso la cita a Alan Moore de Promethea, ese mundo psíquico donde están todas las ficciones. Y la anciana de Los turistas, como Promethea, es la reencarnación de todos los errantes, un conflicto muy antiguo y que la novela trata de entender: cómo en el siglo XXI estamos lidiando con una herencia milenaria de mitos y ficciones.