Ésta no es la novela de un hombre que huye. Tampoco la de un hombre que se enfrenta a la página en blanco. Ni siquiera la de un hombre muerto a manos de otro. No es nada de eso; porque lo es todo a la vez. “Escribir es una tarea de frontera”, asegura Antonio Muñoz Molina (Jaén, 1956) en las páginas de Como la sombra que se va (Seix Barral), una novela que se libra en la barrera que separa lo imaginado de lo escrito; lo vivido de lo percibido; una ciudad de otra; al hombre que vive de aquel que recuerda.
Porque las novelas “siempre están a punto de no existir”, dice Muñoz Molina ante un grupo de periodistas que intentan arrancarle un titular sobre Martin Luther King o el racismo en Estados Unidos. Acaso también porque quien las escribe -las novelas- lo hace para “confesarse y para esconderse”, el más reciente libro de Antonio Muñoz Molina hurga en la herida del tiempo para avanzar en dos direcciones: una vida propia y otra ajena, ambas fundidas –soldadas- en el acto del relato. Puede que de allí provenga la obsesión de los periodistas por un titular sobre el racismo, porque en Como la sombra que se va, Muñoz Molina toca un tema histórico para profundizar en uno personal. Así, mezcla el viaje de fuga del asesino de Luther King, James Earl Ray, con una narración en la que revela cómo fue escrita una novela 27 años atrás.
Ambas historias –la del asesino y la del novelista- están unidas por una ciudad: Lisboa.
Ambas historias –la del al asesino y la del novelista- están unidas por una ciudad: Lisboa, el sitio en el que James Earl Ray pasó diez días en mayo de 1968; la misma ciudad en la que un joven Antonio Muñoz Molina escribió, en 1987, El invierno en Lisboa, novela por la que recibió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura. Más allá de una geografía, de una ocasión, ¿qué tienen en común el James Earl Ray que escapa del FBI con el Muñoz Molina que deja a su mujer y a su hijo recién nacido para irse a escribir durante los primeros días de enero? Quizá justamente eso: la fuga; la construcción constante de alguien más; los muchos hombres en los que se convierte Earl Ray para escapar y los que intenta para sí Muñoz Molina al momento de darles vida en la página en blanco.
Si escribir, como dice Muñoz Molina, exige “la capacidad de ser otro”, para despertar en el insomnio ajeno o en la piel rasposa de la huida –las pensiones de mala muerte en las que durmió Earl Ray, las largas horas al volante de un Mustang blanco; las muchas cárceles y los muchos pasaportes pero también la vida imposible de Luther King, a quien Ray mató con un rifle de mira telescópica-, también es cierto que hay en ese acto –el de narrar- una posibilidad (o el reverso de una posibilidad): recrear el pasado, construir una identidad o recuperar una voz, que es justamente lo que hace Muñoz Molina al retratarse a sí mismo 27 años atrás en su intento de llevar a cabo El invierno en Lisboa.
Así como recompone la vida de James Earl Ray, Muñoz Molina narra también el hombre que fue.
Así como el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013 recompone –con exhaustiva documentación- los días que trascurren entre abril y junio de 1968 en la vida de James Earl Ray –las ciudades que atravesó, las prostitutas con las que estuvo, aquello que comió y leyó-, también examina el hombre que fue –el inseguro aspirante a escritor que reconoce nunca haberse sentado a escribir sin la sensación abrumadora de “imposibilidad y desánimo”-. Para conseguirlo, Muñoz Molina usa la tercera persona para el asesino y la primera para él. Unidas entre sí por una habitación en el segundo piso del Hotel Portugal o en el sonido de trompeta de Chet Baker, que cruza todo el libro, estas páginas mezclan biografía y auto ficción; las dos caras unidas en el canto de la literatura.
Aunque el sonsonete que corre de boca en boca la mañana de la presentación del libro apunta al hecho de que Muñoz Molina vuelca en sus páginas “su obsesión por el asesino de Martin Luther King”, queda entre esas palabras y la lectura un espacio en blanco: más que la muerte de Luther King –que sí, está presente y es retratada, incluso Muñoz-Molina dedica un capítulo dedicado al flujo de conciencia del líder por lo derechos civiles-, esta novela escarba mucho más profundamente en la memoria como mecanismo y la escritura como oficio. “Las novelas no se escriben porque te preocupe mucho un tema; para eso –asegura- escribes un ensayo”.
“Las novelas no se escriben porque te preocupe mucho un tema; para eso escribes un ensayo”
Publicado por Seix Barral, Como la sombra que se va es "el relato de un aprendizaje, de cuánto cuesta aprender a vivir, si es que hemos aprendido, y aprender a escribir", afirma Muñoz Molina, quien habla de la literatura como esa esa titánica tarea que se sujeta en el oficio y no en las gaseosas musas. “Hay una idea entre perezosa y romántica de la creación. Aquí, en estas páginas, no hay creación. Hay trabajo”. Sin duda: uno de tipo personal, documental o histórico a la vez que minuciosamente literario.
No son las calles de Lisboa ni a la muerte de Luther King a lo que asiste el lector, sino al taller de escritura de Antonio Muñoz-Molina, quien convierte el viaje –físico y temporal- en el desplazamiento que separa al hombre que escribe del que recuerda. Porque si escribir un acto fronterizo, esta novela –como la buena literatura- está hecha con lo que existe y no existe; ése resquicio sobre el que se levantan las historias y las páginas dejan de papeles en blanco.
Muñoz Molina, el párvulo
Muñoz-Molina es académico de la Lengua y ex director del Instituto Cervantes de Nueva York, ciudad en la que vive durante seis meses al año. Sin embargo, cuando escribió El invierno en Lisboa vivía en un Madrid taciturno en cuyas calles Muñoz Molina traza el perfil del todavía anónimo e inseguro narrador. Tenía entonces 31 años y un solo libro publicado.
El Premio Príncipe de Asturias de Letras 2013 empezó primero como articulista. Fue justamente El invierno en Lisboa (1987), la que le dio a conocer más firmemente y concedió peso a su obra gracias a los premios Nacional de Narrativa y la Crítica que recibió el libro. Suyas son también El jinete polaco, premios Planeta y Nacional de Narrativa en 1991 y 1992, respectivamente; o Plenilunio (1997), que obtuvo en 1998 el Premio Fémina a la mejor novela extranjera.
"La literatura se hace en un mundo que es real, en el que nacen niños y hay que trabajar"
Elegido académico de la Lengua el 8 de junio de 1995, es autor también de las colecciones de relatos -Historia de detectives y Escritores y sus ciudades, ambas publicadas en 1998-. A estos libros siguieron la novela Sefarad (2001), En ausencia de Blanca (2003), Ventanas de Manhattan (2004), El viento de la Luna (2006), La noche de los tiempos (2009) y las recopilaciones de cuentos Nada del otro mundo (2011) y de artículos El Robinson urbano (2012, versión que amplía la de 1984).
Acaso porque Muñoz Molina conoce, muy de cerca, los límites difusos entre géneros literarios, el escritor asegura que Como la sombra que se va comenzó cual un ejercicio narrativo, un relato breve acerca de James Earl Ray. Sin embargo, la historia asumió entidad por sí sola. “Este libro –asegura- nació de un hecho fronterizo y parte de un punto de conexión: el viaje de Ray a Lisboa y, por otro lado, el mío. También parte de la conexión entre la literatura y la vida cotidiana. Cuando se habla de literatura, la gente cree que ésta es algo que ocurre en una nave interplanetaria, cuando no es así. La literatura se hace en un mundo que es real, en el que nacen niños y hay que trabajar”.