En septiembre llegan en tromba las mayores publicaciones del año: supuestos novelones pomposamente envueltos, elogios desmesurados en los suplementos culturales, piruetas para colocar en las estanterías los tan esperados regresos de autores de best-sellers semiliterarios más o menos banales y libros que se han escrito demasiado apegados a las circunstancias del presente. Todo son novelas: parece que han desaparecido los ensayos y la poesía, dejando paso al género mayor, al único que importa a nivel de ventas. De vez en cuando, lejos de los grandes grupos editoriales, aparece un libro reluciente, esplendoroso, destinado sin embargo a pasar entre los VIP sin demasiado alboroto; es el caso de El matrimonio anarquista, una pequeña joya perpetrada por dos profesores de escuela de adultos —también críticos de El Cultural, pero esa profesión, a nivel de tiempo ocupado, es casi más irrelevante— que recoge las cartas que se envían el uno al otro en ejercicio de confesión y autocrítica. ¿Es posible reivindicar la institución del matrimonio y la monogamia, e incluso emocionarse erigiendo instituciones, cuando desde los márgenes se ha presumido siempre de querer dinamitarlas todas? La respuesta es que sí. Y la respuesta es francamente conmovedora.
Las cartas que los dos enamorados se escriben son conmovedoras y están llenas de sabiduría extraída de otros textos: los fundamentos de su matrimonio son el amor compartido en la incomodidad permanente, pero también la profunda relación con la escritura que junta a los dos autores. Así, en una de las primeras cartas, Nadal Suau cita a Engels, que “imaginó la evolución prehistórica de la familia como una reducción constante del círculo comunitario, de la humanidad a la tribu, de la tribu al linaje, de ahí al matrimonio polígamo, y finalmente al monógamo". Pero Engels dice algo más: "completado el recorrido, quedaría la pareja, esa molécula cuya disociación concluye el matrimonio en general”. “Si eso ocurriera”, añade Nadal Suau, “pasaríamos de la pareja al individuo, un nuevo desmantelamiento que podría no ser el último. No resulta un disparate afirmar que Occidente está ya en ese momento”. El profundo amor que los une es una rebeldía: una rebeldía disparatada y contradictoria frente a la disolución de vínculos históricos, igual de válida que otras (que harían del poliamor, por ejemplo, “una vivencia frente al abismo del desarraigo”).
Dinero y fuentes de un matrimonio
El libro, inteligente, no es sólo una discusión sobre el amor, el deseo por otros, la difícil negociación diaria de las fronteras de la voluntad de otros cuerpos o su represión, incluso del abandono temporal del domicilio conyugal; es también una crítica profundamente autoconsciente, que brilla particularmente cuando los autores afrontan algo casi desaparecido en gran parte de la literatura contemporánea: el dinero y sus fuentes, la ausencia “de la ficha fiscal del autor”. Nadal Suau y Begoña Méndez revelan sus orígenes, sus pagas, el dinero que tienen en el banco, su hipoteca y las herramientas que el dinero les otorga, llegando Méndez incluso a afirmar “que no [están] haciendo nada más que sostener el estatus que [sus] padres [les] dieron y que [ellos aceptan] trabajando y estudiando y siendo, en el fondo, un par de niños muy buenos”. Su matrimonio anarquista es brillante porque reconoce que no es en ningún caso un matrimonio anarquista, pero que al mismo tiempo sí, y que esas contradicciones son valiosas; que su decisión de permanecer en un modo de vida monógamo lo es, no como atadura, sino como puerta para el máximo disfrute posible, a rellenar de veladas con vino, noches de eme e incluso mañanas de sufrimiento.
El libro es un elogio de la diferencia, de la repetición y de la normalidad: una lectura a ratos triste, pero siempre tremendamente tierna
Es también una exposición brutal de una intimidad compartida, enternecedora, con sus gatos y sus tics nerviosos: afirma Suau de Méndez que ella “le odia muchos minutos al día”, y que él es “frívolo y presumido”, y que ella a él le parecía al principio una moderna guapita, y que él a ella le parecía un probable pijo relamido. Se quieren y lo muestran; exhiben, además, el bello compromiso “con la institución [que encarnan]”. Porque el matrimonio, en una metáfora que Nadal Suau comparte jocosamente con Federico Jiménez Losantos, “es un asunto de erizos, la lenta formación común de un espacio conformado por estratos de memoria compartida, días acumulados, libros encabalgados”. Es también un relato de la animalidad, pero sobre todo el de “una vida mínima”, algo “muy leve y muy pequeño” y que sin embargo importa. Es una cosa bellísima en la que dos estilos literarios juegan a mezclarse y disolverse manteniendo su individualidad en una suerte de ego compartido.
Es un elogio de la diferencia, de la repetición y de la normalidad: una lectura a ratos triste, pero siempre tremendamente tierna. No hay casi retención, con lo cual una acaba el libro casi deseando tener siempre cerca un matrimonio anarquista al cual asomarse, para entender cómo dos seres frágiles pueden ser irremediablemente felices alejándose de las medusas, admirando lo cotidiano y persistiendo en el empeño cabezón y demodé de seguir estando juntos y prometerse estar juntos de por vida. Es el elogio perfecto del matrimonio. Y me permito un último capricho: reunir, para acabar, las palabras que se dedican el uno al otro al empezar sus cartas. Querida, querido, querida, querido mío, dilecta, querido, esposa mía, molt estimat, querida, querido, nada, amigo, amiga, querido mío, querida (para acabar), nada (en el día de su aniversario). En sus misivas se responden con belleza. Qué más pedirle a un libro si no es el deseo de que brille en su humildad, tan pequeño y tan íntimo: que todos conozcan esa “forma radical y transgresora”, a su vez tan institucional, en la que puede convertirse un matrimonio anarquista.