Martes de marzo a las nueve de la noche. El mítico Teatro Barceló (Madrid) no registra ni siquiera un tercio de la entrada. El público es joven, muy joven, además de uniformado con las señas de identidad de los fanáticos de la música urbana: gorras de visera, cadenas de oro, tatuajes…y camisetas de la triunfante selección de Argentina, país donde nació el cumbiero que nos hemos reunido a escuchar. A pesar de que estamos ante una estrella mayúscula, el ambiente es relajado, hasta el punto de que Elián Ángel Valenzuela -su nombre real- pasea por los pasillos de la sala mezclándose con sus devotos. Tiene solo 22 años, pero ya ha dado un concierto ante 45.000 personas, arrasó con su sesión con Bizarrap en 2021 y ha puesto voz a himnos como “Perrito malvado” (Damas Gratis), que alcanza los 142 millones de visitas en Youtube y que hoy interpreta dos veces por demanda popular.
¿A qué suenan sus canciones? Bilardo DT, productor de L-Gante, lo llama Cumbia 420. “Es cumbia, reguetón y marihuana”, resume. Imaginen la cumbia de siempre con cadencia reguetonera y letras saturadas de alcohol, sexo y droga. Un himno emblemático es “Barrio prendido”, de Néstor En Bloque, en cuya remezcla participa L-Gante. Atentos al estribillo: “Salimo' en caravana, fin de semana/ Con to' los palos, con toa la lana/ humo de marihuana sale por la ventana/ Mucho culito y ninguna plana”, corean los asistentes con alegría borrachuza. Se acusa con frecuencia a la música urbana de no dar la talla en directo, pero el fiestón que monta L-Gante sobre el escenario es cien por cien contagioso y con un imbatible flow hedonista. Otro momento alto llega cuando L-Gante canta “Sesión en el barrio” (grabada con Gusty DJ), donde destaca su letra sin ambigüedades: “Avísale a tu amiga, la rompo/ en el baile, como un trompo/ si me ve la otra, me hago el tonto/ a esa yegua seguro que la monto”. Todo sobre un ritmo irresistible y machacón.
L-Gante es un macarra, pero no un macarra cualquiera, sino que lleva camino de ser el más emblemático de Argentina. Ha entrado en la prensa del corazón por su relación con la modelo Wanda Nara durante el periodo más turbulento de su relación matrimonial on Mauro Icardi, jugador argentino que ha pasado por el Inter de Milán, Paris Saint-Germain y Galtasaray. L-Gante llegó incluso a presentarle a su hija, que lleva el revelador nombre Jamaica. Hoy cada uno de sus posts en Instagram dan para noticia de diario digital, por ejemplo hace un par de días se especulaba con quiénes eran las chicas con la que había bailado en la discoteca valenciana BeYourSelf, una de ellas Estefanía Navarro, una influencer que la cabecera Vía País consideraba de bajo perfil por tener solo 15.000 seguidores.
Macarra de villa
El fenómeno L-Gante no se comprende sin la explosión argentina de la cumbia villera a final de los dosmiles, consecuencia directa de una de las fuertes crisis económicas que sacudieron al país. Para hacernos una idea, en el año 2007 el treinta por ciento de los discos compactos vendidos en Argentina fueron de cumbia villera. Hablamos de un subgénero de lo más elemental: cumbia de toda la vida tocada con tecladitos baratos, tan irritantes como adictivos, y letras que exponen los conflictos cotidianos en los barrios pobres, las llamadas ‘villas miseria’ que dominan el conurbano de Buenos Aires.
El escritor Hugo Presman explicaba así en 2006 el marco social de esta escena: “La generación de jóvenes que hoy son conocidos como ‘pibes chorros’ (chicos ladrones) son casi todos niños de origen humilde, nacidos en los ochenta. Durante la década anterior, la pobreza en Argentina había sido predominantemente de transición. Es decir: la mayoría de los pobres estaba en proceso de ascenso social y paulatinamente iban abandonando su condición de carentes. A partir de mediados de los setenta esa tendencia se revierte, la pobreza se vuelve estructural y los humildes pierden posibilidades de ascenso social. En noviembre de 1999 los jóvenes desocupados (de entre 15 y 24 años) duplicaban la tasa nacional de desempleo, alcanzando el 27%". Estalló la cumbia como el punk en la convulsa Inglaterra de los años setenta.
En 2004, Alberto Fernández arremetió contra la cumbia villera pero el presidente Néstor Kirchner salió a corregirle para no perder gancho popular
Desde muy temprano, la cumbia villera hizo sentir incómodo a cierto sector de la élite argentina. En julio de 2001 el Comité Federal de Radiodifusión (Comfer), organismo de control de medios de comunicación, expresó su oposición al género y presionó a radios y televisiones para que frenasen su difusión. En un comunicado oficial, consideraban que "las letras hacen alusión directa y explícita a hechos de violencia, que en algunos casos se refieren a menoscabar o enfrentar a la autoridad policial, también mencionan el consumo excesivo de bebidas alcohólicas, asociándolo con un estado de bienestar, o de sustancias tóxicas, vinculándolas con lo placentero o lo positivo". Como era de esperar, estas reflexiones no hicieron más que promocionar el género, dándole más publicidad y credibilidad callejera.
En 2004, el jefe del gobierno Alberto Fernández, que es presidente en 2023, declaró que "la cumbia villera refleja un modus vivendi vinculado con el elogio del delito". El comentario le convirtió en blanco de muchas burlas, tanto en la calle como en los medios de comunicación. De hecho, el entonces esidente de la nación, Néstor Kirchner, le desautorizó afirmando públicamente "banco la cumbia villera" (traducido: “me gusta la cumbia villera”). El secretario de Cultura de esa etapa, Torcuato Di Tella, también se enfrentó a Fernández y añadió que, con el criterio de su colega, se podría culpar al famoso tango "Cambalache" de estimular el robo, cuando "en realidad constituye una protesta contra la inmoralidad". Tenga razón quien tenga razón, este tipo de cumbia delicuente, así como sus sucesivas mutaciones, se ha convertido en banda sonora de los jóvenes argentinos y no parece que el tsunami sonoro vaya a remitir pronto (más bien tiene pinta de extenderse a otros países de habla hispana).
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Tony Iommi
Lenore, el adolescente cincuentón, dando la chapa con la cochambre sonora, y estética, que nos llega de allende el océano.