Cualquiera que viese por televisión reportajes sobre la Feria del Libro se quedaría con la sensación de que fue un éxito. También quien leyese el balance de la organización, que celebraba haber vuelto a cifras de 2019 en cuanto a ventas y asistencia del público. “El esfuerzo de la organización para atraer el público juvenil y organizar las largas colas ha dado buen resultado. Creamos cuatro espacios estratégicos para aquellas firmas que pudieran provocar más afluencia de visitantes y mantener así el recorrido de la feria con un tránsito adecuado”, destacaba la directora Eva Orué. También se celebraba la pujanza del cómic y haber atraído al recinto más lectores jóvenes. ¿Éxito completo, entonces? En absoluto, según la mayoría de las impresiones que ha recogido Vozpópuli en los últimos días.
Bajo de su fachada alegre y de consenso, la industria editorial afronta una crisis profunda, con muchos de sus trabajadores lastrados por la precarierad y la incertidumbre. Esto nos contaba un trabajador de la caseta de un conocido sello editorial: “Mi impresión principal: mayor afluencia de público pero no necesariamente traducida en ventas. Al no haber aforos la visita era más de paseante dominguero que de lector ansioso de hacerse con nuevos títulos. La isla de casetas del año anterior fue un error, pero las casi 400 casetas de este no creo que haya sido un acierto. Demasiados pabellones quitando 'aire' de tránsito. Nosotros teníamos enfrente una caseta que impedía que se nos viera desde el otro lado. Luego están los horarios. El calor ha sido insoportable y el horario tenía poco sentido: abríamos a las 17:30 y hasta las 18:30 no vendíamos el primer libro, porque no había nadie. Cerrábamos a las 21:30 y desde las 21:00 la Feria ya estaba desierta”, lamenta.
Otra dependienta de otra caseta explicaba disfunciones complementarias: “Sobreviven algunos problemas clásicos, sobre todo esos miles de personas haciendo cola para los youtubers y ocupando el espacio de quienes quieren ir a comprar las cositas de editoriales modestas. A nosotros a las 21:30 nos metían prisa para cerrar, bajo amenaza de multa, pero los de las casetas de firma tocha (Planeta et al.) se quedaban hasta las 22:00 y más tan pichis”, denuncia. “Para mí ha sido positivo separar las firmas de famosos, pero es que en las casetas también había mucha firma de youtuber. Las firmas separadas han sido famosos tipo Ángel Martín, dos de los Carmen Mola y cuatro más”, explica. Las dos fuentes , en principio, nos permitieron citar el nombre, pero luego se arrepintieron porque “en este mundillo los comentarios negativos te suelen pasar factura”, coinciden.
La Feria del Libro, "intelectualmente floja"
También se notaba la decepción al hablar con el editor de un famoso sello de ensayo político. “He encontrado la feria intelectualmente floja, al menos en mi campo, con pocas novedades y poco originales. Las editoriales grandes apuestan más por encontrar comparadores inmediatos que por cultivar lectores de largo plazo. Son dos conceptos antagónicos de nuestro trabajo. Lo más novedoso han sido algunos diseños de cubiertas, pero muy poco en los textos. Lo peor han sido las mesas redondas, la mayoría de vergüenza ajena. No soy nada fan de Antonio Maestre, pero estando regulero fue lo mejor que escuché, imagínate como andará el nivel. Autores como Pedro Vallín y Jorge Dioni hicieron aportaciones totalmente insustanciales. Los mismo Patricia Simón, la autora de Miedo, que cualquier lector consistente escucha lo que dice y se tiene que ruborizar”, comparte.
Hay un discurso simplista que habla de comunicación directa entre autores y lectores, invisibilizando todo el poder de las editoriales
Nuestra fuente reconoce que la culpa no es solo de la Feria del Libro, sino que esta tendencia domina toda la industria. “Es como si los sellos hubieran puesto en pausa sus novedades de más enjundia. Apuestan por temas templados, enfocadas a satisfacer a lectores que son fans, los menos exigentes. La situación política es de incertidumbre y la actitud de la industria es no remover las aguas. Buscan asegurar los lectores que tienen en vez de ampliar la base hacia otros nuevos. Temen pagar la factura si se posicionan políticamente y luego esa apuesta sale mal. Por parte de la Feria, hay un discurso simplista que habla de comunicación directa entre autores y lectores, invisibilizando todo el poder de las editoriales. Son ellas las que marcan criterios y forman el mercado editorial”, resume.
Se han atrevido a hablar con nombre algunas figuras de prestigio, por ejemplo Eva Serrano, de Círculo de Tiza, en el suplemento El Cultural: “Los editores independientes somos trabajadores precarios y diecisiete días de Feria suponen en ocasiones un trabajo inasumible. El día a día continúa, los manuscritos se acumulan, las revisiones de los libros en producción no pueden esperar y las mil trampas burocráticas del pequeño empresario siguen su curso. Contratar ayuda externa formada es un lujo al alcance de muy pocos”, recuerda.
Además no se trata a editores independientes igual que a los emporios editoriales: “Los grandes pueden elegir, son consultados y su opinión es tenida en cuenta. Los pequeños estamos sujetos a extrañas consecuencias del azar o de decisiones que jamás nos consultan”, expone Serrano. Cada decisión puede hundir semanas de esfuerzo. La editora calcula que la feria puede suponer entre un 10 y 20 por ciento de los ingresos anuales, pero que "una mala colocación de la caseta puede derrumbar las expectativas".
Modelo para ricos
Otro artículo importante para comprender los problemas de este año es “Voz de pobre”, firmado por la escritora y periodista Txani Rodríguez en El Correo. El texto narra cómo intenta hacer una reserva hotelera por teléfono cerca del recinto de Retiro y uno de los encargados de recepción le explica que es demasiado caro para ella, antes incluso de comunicarle el precio. “Solo encuentro dos explicaciones improbables a los sucedido: la primera es que el trabajador del hotel piense que todos los castellanohablantes andamos justos de presupuesto; la segunda que el piense que el hotel para el que trabaja se ha subido a la parra e invite, por ello, al boicot”, escribe.
Resumiendo: por mucho discurso inclusivo que tenga la feria, resulta complicada la logística por los precios excluyentes de la zona noble de la capital. “Si consagramos nuestro futuro a la industria del turismo, nos volveremos a ver aplaudiendo a turistas alemanes en plena pandemia, y no solo tendremos voz de pobre, sino que también lo seremos”, concluye.
Muchas otros indicios confirman las intuiciones y experiencias explicadas en este hilo. A la Feria va un público tan desacostumbrado a las librerías que a uno de los encargados de la caseta llegaron a darle propina. Por cierto, el mismo empleado que despachó a Miquel Iceta un libro de Trotsky. Busqué bastante a personas que pudieran hablarme bien de la Feria, y lo conseguí con los editores debutantes de El Monóculo (acogidos en la caseta del CEU), pequeña editorial que va ganando prestigio, muy contentos con el flujo de visitantes y con las firmas de sus autores. “El sector editorial despierta interés y goza de buena salud”, me dicen. Pregunto cuánto han vendido y me responden que 37 libros en los 14 días. A dos y pico por jornada. Sin este tipo de entusiasmo no se monta una editorial. Otros editores confirman que la mayoría del público iba solo a mirar, aunque otros se dejaron llevar por el diablo del consumismo. Queda claro este tuit de un profesor católico: “Me dice un amigo cura que hay mucha gente confesándose de haber comprado demasiados libros en la Feria. De penitencia les impone: leerlos”.