Antes de Lady Gaga, Mikel Jackson o los Beatles hubo un cantante que provocaba el mismo entusiasmo en las masas, un mediático ídolo pop que, sorprendentemente, cantaba ópera: Enrico Caruso. En una época tan arcaica para nosotros como1902, cuando la radio y los discos estaban en mantillas, Caruso vendió un millón de discos de un aria de ópera.
Este artista de universal éxito había nacido en 1873 en una familia pobre de siete hijos. A los diez años su padre lo puso a trabajar de aprendiz de mecánico, pero estaba dotado de una prodigiosa voz y comenzó a cantar desde niño en el coro de la parroquia. Con una mínima formación que le dio un profesor local, debutó en la ópera a los 22 años, y entusiasmó al público desde el principio.
Su suerte fue doble, primero nacer en Nápoles, donde se rinde culto al canto –su repertorio de canción napolitana fue fabuloso, 500 piezas-. En segundo lugar coincidir con el auge de la radio y la fonografía, lo que le permitió difundir su voz y alcanzar una fama impensable para divos anteriores. Además pudo dejar esa voz para la posteridad, pues grabó más de 260 discos que permiten compararlo con las estrellas actuales. Gracias a eso muchos entendidos lo consideran el mejor tenor de la Historia.
Caruso era también afortunado en amores, tuvo una apasionada relación con una cantante de ópera, Ada Giachetti, mayor que él y casada, que fue su amante durante once años y le dio cuatro hijos, aunque también le dio lecciones de canto, supliendo su falta de formación.
El sobrino de Freud
Pero el gran salto a la fama universal, lo que le convirtió en ese ídolo de masas irrepetible en el mundo de la ópera, no fue cuestión de suerte, se debió a una decisión empresarial, contratar a Edward Bernays, a quien se considera el mejor experto en relaciones públicas de la Historia,. No se trata de una exageración, Bernays inventó el concepto y la expresión “relaciones públicas”, y sus éxitos lo avalan. Logró desde la desaparición del corsé rígido que oprimía como un aparato de tortura a las mujeres, a la creación de la imagen del presidente Wilson como un pacifista, que entró en la Primera Guerra Mundial no por ambición de convertir a Estados Unidos en la primera potencia (como sucedió), sino para imponer la justicia y la paz universal. Cuando después de la guerra Wilson llegó a París y fue recibido por las masas francesas como su héroe, Bernay, que le acompañaba, dijo: “Esto lo he hecho yo”.
Bernays era sobrino de Sigmund Freud, y aplicó a su negocio las teorías de su tío. Cuando las tabaqueras americanas lo contrataron para convertir en fumadoras a las mujeres, Bernays presentó el cigarrillo como el falo masculino, que la mujer podía devorar al fumarlo. Esto hizo que las feministas se convirtiesen en fumadoras entusiastas y las más activas propagandistas del tabaco.
Bernays convirtió a Caruso en un ídolo para las masas americanas, hasta el punto que la industria del cine le pagaba fortunas por protagonizar películas en las que hacía el papel de cantante, aunque nadie le oyera cantar, porque el cine era mudo todavía. En una ocasión, por actuar una sola noche en La Habana le pagaron 10.000 dólares, una locura en aquella época.
Para el público de calidad, Caruso también era el favorito. Fue el tenor titular del Metropolitan Opera House de Nueva York durante 17 años, ofreciendo 863 representaciones. A todo esto Enrico Caruso era un fumador empedernido, algo impensable para una estrella de la ópera actual, y eso le pasó una trágica factura. Su vida era muy poco sana, no hacía ejercicio, aunque dos veces al día se metía en la bañera y pasaba un largo rato de reposo en el agua. Engordó de forma preocupante y solamente tenía 48 años cuando sufrió una pleuresía que se complicó con una infección aguda. Casualmente estaba en Nápoles, su ciudad natal, donde falleció en muy pocos días. Era el 2 de agosto de 1921, hace justo un siglo.