El protagonismo de la Legión en la Guerra del Rif fue determinante. El ímpetu que le imbuía la mística de Millán Astray y la buena preparación lograda por Franco convirtieron enseguida al Tercio en una unidad de élite temida por el enemigo, que es el mayor certificado de calidad que hay en la guerra. “Los del Tercio son de oro, los Regulares de plata / y los que vienen detrás son recortes de hojalata”, cantaba un romance de los muchos que inspiró la Guerra de África, y que reflejaba la percepción general.
Las características del conflicto hicieron que no hubiese grandes batallas campales, solamente el desembarco de Alhucemas fue una operación bélica clásica de envergadura, y desde luego la primera oleada de desembarco, la que decidió el éxito arrollando las defensas enemigas, estuvo formada por dos banderas (batallones) de la Legión. Pero previamente, durante cuatro años, los legionarios habían bregado con ese combate sin fin de la guerra de guerrillas que tanto desgasta a los ejércitos convencionales, pero que para el Tercio fue como el estiércol que hace crecer a una planta.
Curiosamente la hazaña más notable de su primera etapa no será una batalla, sino una marcha. La marcha que salvaría a Melilla. Todo comienza con una llamada de teléfono recibida en el campamento de Rokba el Gozal en la noche del 21 de julio de 1921. Empezaban a llegar noticias inquietantes de Melilla, eran los prolegómenos del desastre de Annual, en el que morirían 11.500 soldados españoles. Se ha decidido enviar una bandera de la Legión en refuerzo a Melilla, y le toca a la del Comandantín Franco. Pero todas las unidades de la Legión están en campaña en un lugar apartado, Rokba el Gozal, a unos cien kilómetros de Tetuán. Allí tomarán un tren hasta Ceuta, para embarcar rumbo a Melilla.
Es una marcha forzada terrorífica, dos noches y un día para recorrer un centenar de kilómetros –por cuestión de seguridad han de ir por el camino más largo- en pleno verano norteafricano, 30 horas de esfuerzo con descansos mínimos. Es una prueba para el espíritu de cuerpo, para la preparación física y para la disciplina del Tercio. Cuando ya no quedan fuerzas para nada, funciona precisamente esa disciplina. Poco antes un legionario al que no le gustaba el rancho le había tirado el plato a un oficial y el Comandantín lo fusiló, haciendo desfilar luego a su bandera ante el cadáver, de modo que dos legionarios mueren literalmente reventados antes de dejar de marchar, porque nadie se atreve a incumplir una orden.
Gracias ese esfuerzo, la Legión llega a tiempo de salvar Melilla de lo que podría haber sido un baño de sangre, dada la crueldad mostrada por los cabileños, que masacran a los soldados que se rinden tras el Desastre de Annual. Por eso, pese a la Ley de memoria Histórica, en Melilla subsiste una estatua a Franco, pero no al general Franco, sino al comandante Franco que trajo a su bandera.
La Guerra Civil
Si en su día los españoles en general admiraban al Tercio por lo que estaba haciendo en la Guerra del Rif, pronto el sentimiento iba a ser muy distinto para las dos Españas, amor y veneración para la derecha, odio y vituperación para la izquierda. Y es que la Legión tiene un papel estelar, una función determinante en el Alzamiento del 18 de Julio de 1936. Puede decirse, con rigor histórico, que fue la Legión quien inició aquella rebelión militar que desembocaría en la Guerra Civil.
Curiosamente, el Alzamiento del 18 de Julio no tendrá lugar el 18 de Julio. La Legión, siempre en vanguardia, lo va a iniciar el día 17. Ese día, después de comer, en una casa de Melilla hay un grupo de oficiales del Tercio reunidos. No están tomando café, sino ultimando los preparativos para el pronunciamiento del día siguiente. Pero la Policía, leal a la República, recibe un chivatazo y rodea la casa de los conspiradores. ¿Qué habría sucedido si los hubiesen detenido en ese momento? Si la rebelión hubiese fracasado en el ejército de África, el único que tenía fuerzas realmente operativas, quizá no hubiese habido Guerra Civil. Pero eso sería hacer Historia contrafactual, que no lleva a ninguna parte.
Los hechos son que, al darse cuenta de la presencia policial, un oficial telefonea al cuartel del Tercio y pide ayuda. “A la voz de ¡A mí La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio” dice el Espíritu cuarto del Credo Legionario de Millán Astray. En consecuencia, una compañía acude a paso ligero, rodea a los policías con las armas montadas, y los agentes de la ley se rinden.
Son las 17 horas del 17 de Julio. ¡La Guerra ha comenzado!