A sus 60 años el actor catalán Lluís Homar siente que ahora empieza todo. Ha tardado cuatro décadas en saber, o por lo menos intuir, por qué quiere hacer las cosas. Ya no quiere ser Marlon Brando, quiere ser él mismo. Y, aunque les está agradecido, ya no necesita contar con el reconocimiento de de los "genios" que dirigieron las obras de teatro o las películas en las que tuvo un papel, protagonista o no, porque ya no necesita muletas para apoyarse.
"En España "Si esa gente tan importante apostó por mí, ahora soy yo quien apuesto por mí mismo", confiesa en el libro Ahora empieza todo (Now Books), un berenjenal en el que no se hubiese metido de no ser por los convincentes e ingeniosos whatsapps del periodista y editor Jordi Portals.
Tenía seis años cuando pisó por primera vez un escenario vestido con una túnica y con una rama de laurel en la mano. Era uno más del pueblo en la representación de La Pasión que acogió Los Lluïsos, una asociación cultural fundada en 1866 en el barrio barcelonés de Horta que sembró en el actor la descomunal pasión que siente por el teatro. En Horta fue monaguillo, Boy Scout y también el camarero del improvisado saloon del oeste que montó junto sus hermanos con la ayuda de unas cuantas sábanas.
Fue un rodaje durísimo. Para mí fue una tortura, directamente. Los últimos días de rodaje, me tenía que tomar un valium para poder rodar en condiciones"
Pero también fue durante su infancia cuando por primera vez sintió miedo. Un miedo a sentirse abandonado y a no estar a la altura que le ha acompañado durante toda su trayectoria personal y profesional y al que ha aprendido a aceptar gracias a las sesiones de terapia que comenzó en 1993. Aunque hubiese preferido otro compañero de viaje, la sensación de estar perdido no le impidió satisfacer su gran inquietud por aprender y disfrutar de los múltiples trabajos en los que se ha involucrado.
En teatro, Homar ha sido el pastor Manelic en la Terra baixa de Armand Calafell, enorgulleciendo a su abuelo; ha participado en tres obras de Chéjov; ha sido Hamlet; ha protagonizado el montaje de El hombre de teatro de Thomas Bernhard y, sobre todo, ha levantado, junto con otros fundadores, el prestigioso Teatro Lliure, del que sería director artístico durante seis años. Su incursión en el cine y la televisión -el papa Borgia, el rey Juan Carlos, el robot Max que ganó el Goya- supuso un largo paréntesis teatral.
Con Pedro Almodóvar, bajó del cielo de La mala educación al infierno de Los abrazos rotos, una etapa que resume en un solo capítulo de 300 páginas, pero que, como toda confesión sobre los rodajes con el director manchego, ha servido para alimenta decenas de titulares. "Fue un rodaje durísimo. O más que eso. Para mí fue una tortura, directamente. Los últimos días de rodaje, me tenía que tomar un valium para poder rodar en condiciones", recuerda Homar sobre Los abrazos rotos. Mientras tanto, Almodóvar interrumpía sus escenas porque el actor le sonaba "tratral". Hoy, el artista catalán, que en escena un Ricardo III diabólico, reconoce que si bien Manelic ha sido el papel de su vida sobre las tablas, en la gran pantalla ese regalo aún está por escribir.
¿Qué es lo mejor y lo peor de ser una troupe de ocho hermanos?
Yo sólo lo veo como algo buenísimo, es la realidad que he vivido y estoy encantado de eso. Tenemos muy buena relación, aunque es verdad que en un momento dado dejé de lado lo que sería mi mundo más cotidiano y reconocible. Me parecía que no era suficiente y mi trabajo me permitía entrar en otra dinámica, pero eso fue un error. Ahora estamos recuperando esa conexión, somos una troupe, tengo 40 primos hermanos... En casa, cuando vivían mis padres, siempre había esa cosa de encontrarse todos y de compartir, sobre todo de sentirte querido y de querer. Nuestros padres nos educaron en esos valores.
Iba todas las tardes de domingo a ver dos películas con cinco pesetas, con las que pagaba la entrada y las palomitas.
Aunque al sumarte a los albores del Teatro Lliure desconectaste de Horta, ¿qué supuso para ti haber formado parte de aquellos grupos teatrales del barrio?
Los Lliusos de Horta eran nuestro punto de encuentro, el local social del barrio. En aquel momento tenía una preponderancia importantísima. Iba todas las tardes de domingo a ver dos películas con cinco pesetas, con las que pagaba la entrada y las palomitas. Allí empecé a hacer teatro desde los seis años con un grupo infantil y luego juvenil. Y descubrí a Manelic de Terra baixa, el personaje que ha marcado todo mi recorrido profesional y personal.
Sobre todo tengo el recuerdo del placer del teatro amateur, de reírme en los ensayos, de tener esa despreocupación que, luego, a veces, desde un punto de vista más profesional se convierten en responsabilidad. Vivíamos solo desde el placer y las cosas salían bastante bien porque había una tradición importante de teatro desde hace muchos años. Además, estaba involucrada la persona que luego hizo de puente y me llevó al grupo de personas del cual nacería el Teatro Lliure.
Una película de monstruos, una manifestación anarquista, el rodaje de 'Los abrazos rotos', el miedo te acecha en situaciones muy dispares a lo largo de tu vida...
El miedo es algo que me ha acompañado siempre, de mis hermanos era el más miedoso. El día que dije que me iba a quedar solo en la parte de abajo estudiando, se estaban partiendo de risa, era por todos conocidos que yo era el cagado de la casa... El miedo siempre ha estado ahí e ido aprendiendo a convivir con él y a reconocerlo y a entenderlo. También a ver de dónde podían venir esas cosas, que son cosas con las que uno se encuentra. Mi padre también era una persona muy miedosa, pero él no tenía ningún problema en reconocerlo y yo, en cambio, sí lo tenía. Me costó mucho tiempo aceptarlo porque tenía ganas de ser un héroe.
¿Le ayudaron las sesiones de terapia?
He hecho un recorrido de reconocimiento, es algo que evidentemente me ha ayudado en un sentido global. Entiendo que terapia es seguir aprendiendo de la vida... Afortunadamente, así como digo que si el miedo fuese algo que me hubieran dado a elegir, hubiese dicho que prefería otra cosa, también hay una parte de inquietud constante por aprender, tanto vital como profesional, que también me la he encontrado y es algo que he tenido conmigo de lo que me siento orgulloso porque ha sido un motor de vida. Y sigue siéndolo.
Creo que todos, cada uno con su matiz, tenemos nuestra personita. Es una invitación a decir que si alguien tiene que ocuparse de esa parte vulnerable y frágil
Insiste en varias ocasiones en que quieres que tu libro sea "útil" y no un mero recopilatorio de anécdotas. ¿Le ha dado ya alguien las gracias
Sí, sí. Y lo más bonito es que no ha sido solamente gente del oficio. Yo pretendo mostrar la personita, eso que todos tenemos y, en el mundo en el que vivimos, lo tenemos que dejar de lado. Es lo que no cotiza, los miedos, las inseguridades... Creo que todos, cada uno con su matiz, tenemos nuestra personita. Es una invitación a decir que si alguien tiene que ocuparse de esa parte vulnerable y frágil, somos nosotros mismos, nadie lo va a hacer por nosotros ni mejor que nosotros.
A eso, en mi caso, he tenido que aprender porque era el primero que mandaba callar. He tenido que hacer todo ese aprendizaje para acompañarme y tengo la pretensión de pensar que somos muchos los que estamos ahí. Detrás de cada persona hay miedos y apelo a conectar con esa parte en la que todos, absolutamente todos, estamos en el mismo sitio, nadie es más que nadie y nadie es menos que nadie.
Detrás de cada persona hay miedos y apelo a conectar con esa parte en la que todos, absolutamente todos, estamos en el mismo sitio
¿Cree que hay alguien que no se lo va a agradecer nunca? A Pedro Almodóvar, por ejemplo, le dedica el capítulo 'Del cielo al infierno'...
No lo sé. No puedo imaginármelo. Lo que sí que sé es que es un libro hecho sin acritud, no está hecho para resolver nada porque lo que tengo que resolver, lo tengo que resolver conmigo mismo. De momento, no he tenido queja de ninguna de las personas, porque Pedro es solo una de las personas, en situaciones que a lo mejor no son las más adecuadas. Quiero pensar que no tiene que ser un problema dentro de lo que es el contexto del libro. Es un libro en positivo, no pretendo ser notario de nada, yo no digo lo que ha pasado, digo lo que me ha pasado, es completamente subjetivo.
Yo he vivido unas cosas y las he vivido desde mis carencias y desde mis ganas, pero no pretendo sentar cátedra de nada. En ese sentido, espero y deseo que Pedro, persona a la que respeto y a la que estoy muy agradecido por muchísimas cosas, sepa darle el 'sí' si es que le puede interesar acercarse al libro, darle el valor que realmente creo que tiene.
También le agradece la proyección internacional que supusieron sus películas, pero ¿fue realmente un infierno rodar 'Los abrazos rotos'?
Yo no digo que él sea el demonio y que yo sea el ángel. Yo tenía unas expectativas... ¡Imagínate hacer un coprotagonista y, de repente, no se produce. Pedro es una persona muy exigente, sabido por todos. Fue uno de los momentos profesionales más difíciles que he vivido, pero no por él... Yo no pretendo hablar de cómo trabaja o deja de trabajar Pedro Almodóvar, y ahí están sus méritos, pero sí puedo hablar de lo que supuso para mí.
Usted es actor, pero también ha dirigido obras de teatro al frente del Lliure. ¿Cree que los directores que nunca han trabajado como actores tienes mayores dificultades a la hora de tratar al elenco?
El oficio de director me impone mucho respeto y siempre tengo una lucha conmigo mismo sobre si lo soy o no lo soy, si quiero serlo o no. Siempre que dirijo es porque alguien me lo propone, difícilmente me lo propongo yo, cuando normalmente un director se autopropone. Son oficios distintos, hay muchos grandes directores que no son actores, pero es verdad que si un director es actor conoce un poco más los mecanismos y eso se refleja en el trato.
Antes quería ser Marlon Brando, el mejor actor del mundo, ¿quién quiere ser ahora?
Quiero ser la persona Lluís Homar, aunque hay actores que me fascinan. Sigue siendo un icono, tengo devoción por él. Le descubrí en la película El último tango en París, donde se mezclaban el actor con el personaje. Siempre me ha fascinado muchísimo porque, al final, es alguien que crea la ilusión de una vida. Los americanos lo tienen muy claro, cada persona tiene su tesoro y esto sirve como actor y como persona. Todos tenemos nuestro tesoro y genialidad, muchas veces recurrimos al molde, que es lo que esta establecido, y nos olvidamos del tesoro más importante, que es el que tenemos cerca.
Una de mis hermanas me decía que no iba a recomendar este libro a nadie porque no quería que supieran estas cosas de mí. Ha sido un trabajo que yo he hecho conmigo mismo, de ver lo que hay y no lo que quisiera que hubiera porque al final es la mejor manera de estar en la vida y de aceptar lo que las cosas son por ellas mismas.
En teatro su papel por excelencia es Manelic, pero ¿qué pasa con el cine, no ha llegado aún el papel de su vida?
En cine digo que quizá aún me queda por hacer ese personaje, que a lo mejor no llega nunca. Ahora estoy haciendo Ricardo III en Barcelona, más no se puede pedir, he hecho Hamlet... Pero a lo mejor en cine ese reto o ese personaje no ha llegado. No sé qué personaje sería el "Manelic" en cine. Estaría por escribir, estaría por llegar, en el libro hablo de ese papelón que hace Jack Nicholson en Mejor Imposible, sería un personaje de esas características.
¿Cómo defines el éxito después de haber puesto punto y final al libro?
Es cómo uno se relaciona con uno mismo. En mi caso, saber apelar a esa parte que tengo de puertas afuera, también de puertas adentro, dentro del anonimato. Es la actitud frente a la vida, de no conformidad, de amor por lo que se tiene, de tener una actitud de superación, positiva y, eso, al final, depende de uno mismo. La vida por ella misma va, lo importante es como lo manejas. No sabemos lo que nos va a pasar, pero sí depende de nosotros cómo reaccionamos y encajamos lo que pueda pasar. Eso es un arte y ese arte depende de cada uno.