No se trata de novelas o ficciones sobre la maternidad. Tampoco de un recuento de libros sobre las madres, sino de los conflictos que éstas desatan en la obra de autores contemporáneos. En la historia de la literatura universal las madres son tan antiguas como la guerra: desde la Yocasta a la que Sófocles dio vida en Edipo Rey, hasta la reina Gertrudis en Hamlet. Y aunque aquellas se mantienen contemporáneas justamente por su fuerza o su tragedia, las de esta selección fueron ideadas y escritas con los pies metidos en el barro del siglo XX … y del XXI. El recorrido es largo: de la Lucia Santa de Mario Puzzo en La mamma a la Susan Sontag más autobiográfica, ésa que en sus diarios contó cómo tras divorciarse de Philipp Rieff, con el que se casó a los diez días de conocerlo, obtuvo la custodia de su hijo, asumió su bisexualidad y se instaló en Nueva York para hacerse un espacio como escritora. Hay gesta, drama y belleza en cada una de esas historias.
Hay madres hiperbólicas y rotundas, como la Úrsula Iguarán de Cien años de soledad. También abnegadas y casi alegóricas como la Pelalgia de Gorki...
Hay madres las libérrimas e inagotables, como la Anna Fierling de Bertolt Brecht en la obra Madre coraje y sus hijos. También las hiperbólicas y rotundas, como la Úrsula Iguarán de Cien años de soledad, esa matriarca que sostiene la memoria y la vida de Macondo. Un personaje que Gabriel García Márquez consiguió cincelar como uno de los mejores en la novela del siglo XX: la madre como figura total de una familia, un pueblo y una memoria colectiva. Las hay abnegadas y magnánimas, casi alegóricas, como la Pelalgia de Maksim Gorki, una campesina rusa que llega al activismo gracias a su hijo Pavel, líder socialista de la fábrica en la que trabaja. Hay otras, castradoras y autoritarias, como la Bernarda Alba de Federico García Lorca o la Amanda Wingfield, aquella dominante madre sureña abandonada por su marido que trata de imponer sus mandatos a sus hijos que Tenesse Williams ideó para su obra El Zoo de cristal.
Hay otras maternidades algo más enloquecidas, ácidas e hilarantes, y justo por eso obligatorias. Una de ellas es la que cuenta la escritora estadounidense Mary Karr en El club de los mentirosos (Periférica &Errata Naturae), un libro de registro memorialístico en el que, a partir del relato de la vida en un pueblo petrolero de Texas en los EEUU de los años sesenta, Karr confecciona un fresco de la sociedad norteamericana. Uno de los mejores personajes del libro, por encima del resto, es la madre. Una mujer que, ante la pregunta de sus hijos sobre si el agujero en la pared de la cocina es el rastro de la bala que le descerrajó a su padre, ella, concentrada en su volumen de Marco Aurelio y comiendo chilis picantes, responde: “No, eso es de cuando Larry. —Se giró y señaló otra pared—. A tu padre le disparé allí".
Hay otras maternidades algo más enloquecidas, ácidas e hilarantes. Una de ellas es la que cuenta la escritora estadounidense Mary Karr o la Patty Berglund de Jonathan Franzen...
De la madre de Karr es posible dar el salto a otras no menos inquietantes, como la Patty Berglund de Jonathan Franzen en Libertad,esa mujer enloquecida capaz de pulverizarse a sí misma y al resto de su familia y resurgir de pronto de sus cenizas en una transformación excepcional. Tan potentes como Patty Berglund son las madres que Lorrie Moore incluye en su excepcional volumen de relatos Gracias por la compañía (Seix Barral), algunas de ellas se desviven, entregadas, por hijos adolescentes que jamás las entenderán, otras se atrincheran en el miedo al afecto o se despeñan desde relaciones nauseabundas. Todas le permiten a Moore crear una especie de reunión de los desdichados y malogrados: hijos y madres; hijas y madres, como gran telón de infelicidad. "Todas las mujeres que ella conocía bebían. Todos los días. Al rechazar las vidas de nuestras madres, nos descubríamos buscando voltios perdidos de amor materno en los lugares donde nunca se podían encontrar: ginebra, hombres, universidad, nuestras propias madres y nosotras mismas", escribe Moore.
La literatura anglosajona está poblada de madres estremecedoras. Una de las autoras que mejor consiguió retratar la complejidad de la madre contemporánea fue Doris Lessing, lo hizo en 1962 con su novela El cuaderno dorado, un alegato sobre el afecto y el sacrificio, pero también de los dobleces que la relación madre-hijo encarna. La relación de Lessing con la maternidad fue conflictiva y la abordó en varios libros, sin embargo, en esta novela es donde lo consigue con mayor excepcionalidad. Ambientada en década de los 50, la historia se sujeta a partir de Anna Wulf, una mujer divorciada, que reside en Londres con su hija Janet y su amiga Molly, también divorciada y madre de un hijo, Tommy. Wulf, un trasunto biográfico de Lessing, es la narradora y autora de las otras tres novelas internas del libro: negro, rojo, amarillo y azul, y a través de los cuales Lessing elabora una lectura mucho más amplia: su relación con Sudáfrica, con el comunismo y la propia idea de libertad. El tema de la madre es decisivo, casi político.
La literatura anglosajona está poblada de madres estremecedoras. Una de las autoras que mejor consiguió retratar la complejidad de la madre contemporánea fue Doris Lessing
La escritora canadiense Alice Munro también construyó elaboraciones de ficción sobre la figura de la madre, una de ellas está incluida en su libro Escapada. Del conjunto total de los relatos, destacan tres: Destino, Prontoy Silencio, tres historias que pueden ser leídas como una nouvelle,ya que todas están protagonizadas por una misma mujer, una profesora llamada Juliet, a quien el espectador encuentra en tres momentos distintos de su vida. En Destino, Juliet conoce a un hombre cuya esposa está a punto de morir; en la siguiente historia, Pronto,que se desarrolla cuatro años más tarde, Juliet vuelve a casa de sus padres con su hija Penélope; el último relato, Silencio, muestra la manera en que Juliet vive ahora como madre, las paradojas que debió de enfrentar como hija. La relación tácita de silencio y tensión de estos tres relatos sirvieron a Pedro Almodóvar -cineasta eclipsado por lo femenino- de inspiración para su más reciente película, Julieta, y todas llevan en su interior algo agrio, cotidiano pero no por eso menos trágico.
Hay libros que recomponen la figura de la madre desde la mirada de sus hijas. En ese registro, se han publicado recientemente dos novelas excepcionales. Una de ella Tú no eres como otras madres (Periférica y Errata Naturae), de la escritora Angelika Schrobsdorff, una historia en clave autobiográfica en el que la autora alemana reconstruye la vida real e inconformista de su madre, una mujer nacida en una familia de la burguesía judía de Berlín. Es la narración generosa y enternecedora de una vida extraordinaria. Mucho más cercana en el tiempo, pero no por ello despojada de la misma fuerza literaria y afectiva, destaca la Esther Tusquets que su hija describe en También esto pasará (Anagrama), una novela con la que Milena Busquets conquistó a editores y lectores y que sobrepasa ya la doce de ediciones.
"Amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen ser sólo una réplica del primer amor. Te debo, pues, todos mis amores posteriores”, escribió Milena Busquets a su madre
Empujada por la muerte de su madre, Blanca, el trasunto que elige Milena Busquets, emprende un viaje a Cadaqués. Una peregrinación hacia la infancia, los recuerdos y la adolescencia. Una elegante, y no menos agria, declaración de amor de una hija hacia una madre de carácter dominante y complejo: “Me observaste enamorarme y desenamorarme, romperme la crisma y volver a ponerme de pie, desde una distancia prudencial, disfrutando mi felicidad y dejándome sufrir en paz, sin aspavientos ni demasiadas indicaciones. En parte consciente, supongo, de que el amor de mi vida eras tú y que ningún otro amor huracanado podría con el tuyo. Después de todo, amamos como nos han amado en la infancia, y los amores posteriores suelen ser sólo una réplica del primer amor. Te debo, pues, todos mis amores posteriores”.
En la literatura española reciente merecen una mención aparte las madres de Ignacio Martínez de Pisón, en cuyas novelas se alojan los episodios más tiernos y al mismo tiempo demoledores de lo que una madre significa en la vida de una familia, pero también sobre la forma en que esos papeles mutan cuando las hijas se convierten, a su vez, en madres. Lo hizo en La buena reputación (Seix Barral, 2014), una novela que le valió el Premio Nacional de Narrativa y también en Derecho natural (Seix Barral, 2017). Marta Sanz también ha trabajado la figura de la madre como elemento de potencia en sus novelas. Sin embargo, una de las que mejor lo consigue es su novela Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013), una memoria íntima del desastre que supuso el periodo de la Transición para muchas mujeres. A través de una niña -Daniela Astor- que sueña con ser vedette o actriz, y que le afea a su madre su simpleza y vulgaridad, Marta Sanz coloca sobre la mesa temas como el aborto, la sexualidad, el cuerpo o la madurez.