Miguel Hernández nunca cumplió con el prototipo de lo que entendemos como "poeta". O, al menos, nunca llegó a encajar con el modelo de la generación de poetas a la que él siguió y admiró de cerca, que fue la del 27. En uno de sus viajes a Madrid, en 1936 y en plena guerra, el también poeta Vicente Aleixandre organizó una celebración a la que acudieron distintos intelectuales, entre ellos Rafael Alberti y su esposa María Teresa León. Miguel, que no entendía el motivo de fiesta en ese contexto de guerra, acudió al edificio y, en un momento de la velada, se acercó a Alberti y le soltó la frase "Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta", a lo que María Teresa León le respondió con un tortazo. Al parecer, algunos de los poetas de esa generación —como Lorca y Cernuda— demostraron en algún momento tener "alergia" a Hernández por su rusticidad, una rusticidad marcada por la dualidad entre la vocación de la escritura y la obligación de trabajar en el campo.
Pero, ¿buscaba el poeta desvincularse de esa figura de "intelectual", buscando un desclasamiento en toda su obra? ¿Sería hoy considerado también un "poeta nostálgico apegado al pueblo" de forma despectiva? Lo que sí es cierto es que, sin duda, ha sido uno de los poetas más recordados y homenajeados en los últimos tiempos, a veces en forma de consignas políticas por su época más militante ("Fuera, fuera, ladrones de naciones, / guardianes de la cúpula banquera") y otras sacando su lado más intimista y relacionado con lo amoroso ("Tu risa me hace libre, / me pone alas. / Soledades me quita, / cárcel me arranco"). De hecho, son muchos los artistas españoles que ya le han puesto voz a sus poemas, convirtiéndose en uno de los poetas más cantados junto al granadino Federico García Lorca —Enrique Morente, Serrat, Miguel Poveda, Carmen Linares y un largo etcétera han incorporado sus versos a sus canciones—, según hemos venido contando en Vozpópuli.
El productor y compositor Paco Ortega, además, coordinó el disco El canto que no cesa como homenaje en su 75 aniversario; un disco que no sólo recopilaba poemas cantados de Miguel Hernández, sino también canciones dedicadas y compuestas para él a propósito, como es el caso de las colaboraciones de Sole Giménez, Víctor Manuel y Mayte Martín —cuya aportación es un poema cantado de Manuel Alcántara dedicado al poeta de Orihuela—. Algunos otros artistas que ponen su voz en este disco son Concha Buika, Silvio Rodríguez, Miguel Ríos y José Mercé con una emotiva versión de su famosa "Canción del esposo soldado".
Además, nos cuenta Paco Ortega —creador de este listado de canciones y promotor del movimiento del disco, que colaboró también escogiendo su poema "La boca"— no es su único proyecto relacionado con el poeta, puesto que actualmente dirige el festival 'Flamencos y mestizos' en Úbeda, donde se está organizando una conferencia ilustrada "Miguel Hernández el en flamenco" por la escritora y periodista Nuria Barrios, buscando hacer "una semblanza a Miguel Hernández y su legado poético".
Miguel Hernández, canciones de amor y guerra
Enrique García-Máiquez, poeta y crítico literario, considera a Miguel Hernández como "uno de nuestros grandes poetas amorosos", valorando sus versos dedicados al amor conyugal en Hijo de la luz y de la sombra: "Porque te quiero sin tregua. / Porque mi querer no acaba/ en ti, mujer: que en ti empieza. / Yo te quiero hasta tus hijos / y hasta los hijos que tengan. / Yo no te quiero en ti sola: / te quiero en tu descendencia". Para él, es esta época de su Cancionero y romancero de ausencias, que coincide con su triste época de cárceles, donde el poeta alcanza su voz más auténtica: "Poemas escritos en condiciones casi imposibles, bajo una sentencia de muerte, primero, y bajo la enfermedad mortal después, en los que queda un hilo de esperanza siempre, y también un fondo de alegría. El aún jovencísimo Miguel Hernández era consciente de que había logrado la hazaña que sólo los poetas auténticos culminan: la madurez".
Veía a su poetas coetáneos como señoritos, a pesar de que se posicionaban con la izquierda intelectual
El poeta, sin duda, es singular por varias razones, entre ellas esa temprana vocación poética viniendo de origen humilde y campestre, que le llevó a practicar un continuo ejercicio de desclasamiento tanto en su vida como en su obra. Madrid, ciudad a la que fue para entrar en contacto con el mundillo literario, le decepcionó en su primer viaje, llegando a lamentarse a Ramón Sijé por no ser un simple pastor más, rudo e ignorante. Él era poeta popular por excelencia y en el fondo veía a sus coetáneos —y también referentes— como "señoritos", a pesar de que se posicionaban ideológicamente como intelectuales.
Fue de los pocos que tomó parte activa de la guerra, cambiando la vida junto a su mujer Josefina Manresa y su hijo Manolillo por una consecución de cárceles y condenas, lo que hace aún más valorable esa época de su obra ("Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo, / van por la tenebrosa vía de los juzgados: / buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen, / lo absorben, se lo tragan").
Como bien explica Francisco Umbral en su artículo "Miguel Hernández, agricultura viva", lo más especial del poeta es, en definitiva, su conexión real con la vida, el habitar realmente la naturaleza en la literatura, el huerto real y no el literario, "tan respirado en libros y erudiciones, tan impecable pero tan poco huerto". Por esa forma suya de habitar estos espacios y su increíble y cuidada mirada íntima es un poeta que merece seguir siendo cantado y recitado, ya que además nos conecta directamente a una parte de nuestra historia como país—por muchos que algunos intenten borrar sus versos de memoriales—. Por eso merece seguir siendo recitado y cantado, no reduciéndolo a una consigna sino dándole el indudable valor sentimental que sin duda merece un día como hoy, a estos ochenta años de su muerte: "Y al fin en un océano de irremediables huesos, / tu corazón y el mío naufragarán, quedando / una mujer y un hombre gastados por los besos".