Pedro Sánchez tiene un sexto sentido para los ministros de Cultura. Cuando no son defraudadores fiscales (el fugaz Màxim Huerta) parecen dueños de una infinita habilidad para crear rechazo en cada gesto o rueda prensa (José Manuel Rodríguez Uribes). Acertó claramente una vez, designando para el cargo a uno de los gestores más eficientes y respetados del sector (José Guirao), pero luego le despachó a la primera oportunidad en favor de alguien su círculo personal (el mencionado Uribes). Ahora está en el cargo Miquel Iceta, que no ha tardado en liarla anunciando subvenciones de diez mil euros para fomentar el “crecimiento personal” y la “movilidad” de cien escritores españoles.
Quien mejor ha destripado el asunto es el escritor Alberto Olmos en su columna semanal Mala Fama. Gran conocedor del paño y aspirante a becas varias, conoce y denuncia desde hace años el reparto de propinas ‘progres’ para escritores afines. “No he conocido a un solo autor que, habiendo recibido una beca viajera para escribir, haya escrito algo. Muchos me confesaron que el proyecto que presentaron era un libro que tenían ya acabado, por lo cual iban a Roma (digo Roma porque allí la estancia es muy conocida y deseada, en la Academia de España) realmente a ver Roma”, escribe, entre otras lindezas. La cosa está tan mal diseñada que ahora resultará embarazoso obtener la subvención porque se va a mirar con lupa la lista de los que ya llaman 'los cien montaditos'.
El diablo está siempre en los detalles y requisitos como ser invitado por alguna institución en el extranjero están sobre todo al alcance de quienes ya tienen una amplia agenda de contactos. El ministerio acaba ejerciendo como agencia de viajes gratuita de personas que, en su mayor parte, tienen dinero suficiente para pagarse las vacaciones de su bolsillo. En honor a la verdad, la culpa no puede atribuirse a Pedro Sánchez, sino que estamos ante una venerable tradición del PSOE solidificada en los años gloriosos, la década que abarca del Mundial 82 a los fastos del Quinto Centenario, con toda la euforia toxicómana de la movida por medio.
Mamandurrias ochenteras
Antes de Alberto Olmos, lo explicó Rafael Sánchez-Ferlosio en un artículo citado hasta la saciedad, pero que sigue tan vivo como el día que se publicó en El País, que fue el 21 de noviembre de 1984. Lo tituló 'La cultura, ese invento del gobierno'. “Nadie te pide nunca nada específico, un desarrollo de algo particular que considere que has acertado a señalar en algún texto y, sobre todo, nadie te exige que lo que le envíes sea interesante y atinado; y así ves perfectamente reducido a cero cuanto antes hayas pensado y puesto por escrito y cuanto en adelante puedas pensar y escribir, para que solamente quede en pie la cruda y desnuda cotización pública de tu firma, sin que la más impresentable de las idioteces pueda menoscabar esa cotización; claramente percibes cómo, sea lo que fuere lo que pongas encima de tu firma, equivale absolutamente a nada”, denunciaba respecto a las subvenciones tipo "crecimiento personal".
La lluvia de dinero cultural socialista arranca en la movida, toca techo con los fastos de 1992 y tiene su mayor esperpento en el escándalo de Amy Martin y la Fundación Ideas
Como eran tiempos de la movida, Ferlosio describía un acto donde le habían invitado a escribir sobre abanicos (fetiche definitivo del zeitgesit que cristalizaron en Locomía). En realidad, el descubrimiento cultural del PSOE fue tan exitoso que acabo contagiando a la derecha. Ahora cada vez que a un político le mencionan la palabra “Cultura”, se echa la mano a la cartera. Otro pensador que ha descrito muy bien esta triste dinámica es Félix de Azúa, por ejemplo en esta entrevista con la revista cultural Minerva. “Pienso que muchas propuestas aparentemente éticas, en particular, aquellas que proceden de las instituciones, son en realidad apuestas estéticas, en el sentido de que no implican ningún compromiso moral sino simplemente un cierto acuerdo de imagen espectacular y narcisista. Lo que está presentando quien hace la propuesta es, por así decirlo, su propia alma, no un programa político, ni un sistema de recursos, ni una forma de solventar de un modo práctico los problemas. Simplemente está diciendo ‘yo soy muy bueno’ y, además, en el sentido de ‘yo soy muy guapo’”, resumía.
Esperanza Aguirre también se gastó un millón de euros en un homenaje a la movida, recordándonos que siempre hay que desconfiar de las subvenciones con cifras redondas (normalmente no se ha calculado qué se necesita, sino qué cantidad te hace quedar bien). Lo más llamativo es que hay muchos izquierdistas honestos que critican estas cosas en privado pero no se atreven a hacerlo en público, para que no les acusen de hacer el juego al enemigo. Pienso, por ejemplo, en los cinéfilos que saben que los Goya son una fiesta para los productores pagada con dinero público, además de un escaparate para firmas de moda y champán, celebrada sobre el esfuerzo de becarios mal pagados. También muchos votantes de izquierda estaban de acuerdo con Francisco Álvarez Cascos cuando denunciaba las vidas fastuosas que llevaban algunos cargos culturales del PSOE a cargo del programa cultural del PSOE. Y cómo olvidar el escándalo Amy Martin de 2014 y sus viajes, subvenciones y becas favorecidas por su pareja. De los años de Carmena podríamos hablar largo y tendido, pero eso merece una columna aparte. En fin, queridos lectores, a estas alturas estaremos todos de acuerdo en que 40 años de derroche cultural arbitrario son suficientes.