Las democracias no se derrumban con golpes violentos, sino a través de un deslizamiento gradual hacia el autoritarismo, esa es la tesis que sostienen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro ¿Cómo mueren las democracias?, una de las novedades dedicadas al ensayo político que llegará a las librerías en septiembre publicada por el sello Ariel. El ensayo aterriza en España precedido del éxito que ya tuvo entre los lectores anglosajones. Su estilo directo y claro hizo posible que este libro se abriera camino en un momento donde la eclosión de distintas formas de populismo dejan al descubierto las nuevas formas de extinción de la democracia.
Tras dos décadas de estudio de la caída de varias democracias en Europa y Latinoamérica, Levitsky y Daniel Ziblatt trazan un repaso histórico desde la dictadura de Pinochet en Chile hasta el desgaste del sistema constitucional turco por parte de Erdogan, para demostrar los procesos que entran en marcha cuando un sistema terminar está por ceder. La democracia ya no termina a ráfagas, sino con un leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como son el sistema jurídico o la prensa, y la erosión global de las normas políticas tradicionales.
La tesis de los autores encarna una enorme paradoja: el camino electoral es el más directo para acabar con las democracias.
La explicación no puede ser más directa: las democracias todavía mueren, pero por diferentes medios. Desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de los colapsos democráticos han sido causados "no por los generales y los soldados, sino por los propios gobiernos electos", poroponen Levitsky y Daniel Ziblatt. Al igual que Hugo Chávez en Venezuela, los líderes electos han subvertido las instituciones democráticas en Georgia, Hungría, Nicaragua, Perú, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía y Ucrania, plantean.
La tesis de los autores encarna una enorme paradoja: el camino electoral es el más directo para acabar con las democracias. Con un golpe de Estado clásico, como en el Chile de Pinochet, la muerte de una democracia es inmediata y evidente para todos."El palacio presidencial arde. El presidente es asesinado, encarcelado o enviado al exilio. La constitución se suspende o desecha.En el camino electoral, ninguna de estas cosas sucede. No hay tanques en las calles. Las constituciones y otras instituciones nominalmente democráticas permanecen vigentes. La gente todavía vota. Los autócratas elegidos mantienen un barniz de democracia mientras destripan su sustancia", escriben Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, investigadores centrados en los partidos políticos, la democracia y el autoritarismo en América y Europa.
Los periódicos aún publican pero son comprados o intimidados. Los ciudadanos siguen criticando al gobierno, pero se enfrentan a problemas fiscales...
La sucesión de episodios, tal y como los describen en este ensayo, es bastante fiel. Todo cuanto hacen los autócratas para reventar la democracia ocurre ante los ojos de todos y dentro de los propios mecanismos legales que son aprobados por la legislatura o aceptados por los tribunales. "Incluso pueden retratarse como esfuerzos para mejorar la democracia, hacer que el poder judicial sea más eficiente, combatir la corrupción o limpiar el proceso electoral. Los periódicos aún publican pero son comprados o intimidados para autocensurarse. Los ciudadanos siguen criticando al gobierno, pero a menudo se enfrentan a problemas fiscales u otros problemas legales. Esto siembra confusión pública".
En medio de este escenario pulcramente descrito por ambos investigadores, "la gente no se da cuenta de inmediato de lo que está sucediendo", así que muchos "continúan creyendo que viven bajo una democracia". Debido a que no hay ningún golpe de Estado, declaración de ley marcial o suspensión de la constitución: no existe un momento claro del momento en el que un régimen cruza la línea que separa a la democracia de una dictadura y, por tanto, no activa las alertas de la sociedad. La erosión de la democracia es, para muchos, casi imperceptible.
"Las instituciones por sí solas no son suficientes para controlar a los autócratas elegidos", por lo que el ensayo plantea un escenario con varios factores a considerar: las constituciones deben ser defendidas por los partidos políticos y los ciudadanos organizados, pero también por las normas democráticas. "Sin normas sólidas, los controles y equilibrios constitucionales no sirven como los baluartes de la democracia que imaginamos que sean. Las instituciones se convierten en armas políticas, manejadas con fuerza por aquellos que las controlan contra quienes no las tienen".