Nació el 12 de junio de 1921 en el seno de una familia de comerciantes valencianos llegados del Bajo Aragón. Hay quien asegura que llegó al mundo en el horno de la pastelería familiar, un local de mostradores acristalados que llevaba por nombre Postre Martí. Así se cuenta el centenario de su alumbramiento de Luis García Berlanga, que el propio cineasta contó en sus memorias y que el escritor Miguel Ángel Villena destaca en la biografía sobre el cineasta que acaba de publicar el sello Tusquets.
“Luis García-Berlanga se asomó al mundo desde el mostrador de una pastelería del centro de Valencia. Su madre, una mujer morena y risueña de orígenes turolenses, pertenecía a la familia propietaria del mejor establecimiento de repostería de la capital valenciana durante décadas”, escribe. A ese local acudían las familias burguesas a comprar fruta confitada, carne de membrillo o golosinas de lujo, como rezaba la publicidad de la pastelería.
En un cartel anunciador del Postre Martí, asegura Villena, aparecía el póster de un “cocinero orondo que mostraba una suculenta tarta en forma de pirámide”. Era el abuelo materno de Berlanga, cuya panadería supuso el primer observatorio humano de Luis García Berlanga: “No cabe duda de que aquel niño alto, desgarbado y larguirucho, de enormes orejas y ojos azules bien abiertos, de cabello rizado, desarrolló sus dotes de observación en aquella tienda por la que desfilaban gentes de todo tipo, en especial, de esas clases medias y altas que tan magistralmente retrataría más tarde en sus películas”.
Autor de películas como Bienvenido, Mister Marshall (1952), La escopeta nacional (1978) o Todos a la cárcel (1993) Berlanga retrató España usando el prisma de sátira y el humor negro, dos elementos que le permitieron caracterizar a una sociedad y su individuo, tal y como relata Manuel Hidalgo en El último astrohúngaro (Alianza Editorial), las conversaciones con el cineasta que publicaron en 1981 y que fueron reeditadas en 2020 con motivo del décimo aniversario de su muerte.
A la bibliografía sobre el personaje se suma ahora Berlanga. Vida y cine de un creador, cuyo autor, de Villena, publicada este mes y en cuyas páginas el autor explora todas las facetas, vitales y artísticas del valenciano. El libro, distinguido con el Premio Comillas aborda desde sus obsesiones o su compleja relación con el mundo femenino, así como la sensibilidad más lúcida de su tiempo. Según recoge el fallo, Villena aborda con rigor y sin concesiones los claroscuros y genialidades de un creador indispensable para entender la segunda mitad del siglo XX en España.
La ternura de un esperpento
El cine de Berlanga no podría entenderse, según Villena sin ese "toque fallero, como suelen escribir sus críticos, un toque que remite a la horterada, la procacidad y la ordinariez más absolutas”. Pero, no obstante, al mismo tiempo ese inconfundible estilo Berlanga apela a una “filosofía del vitalismo, del carpe diem, de exprimir el presente como si fuera el último día de nuestras vidas. De hecho, el humor negro que el cineasta desplegó de modo magistral en muchas de sus películas y que llegó a la excelencia con El verdugo no representa otra cosa que el deseo de distraer a la muerte con la risa”.
El valenciano dirigió diecisiete largometrajes, a los que sumas el inconfundible Plácido, retrató la picaresca valiéndose del esperpento hasta crear un estilo personal que mantiene su vigencia. El cine de Berlanga resistió los embates de la censura y se abrió paso como un torrente de crítica social alejada del neorrealismo. Su sensibilidad , provocadora, procaz y hasta dotada de cierta ordinariez, apeló según Villena al carpe diem y la voluntad exprimir el presente, espíritu que marca su película.
Se formó entre Suiza y Valencia, que para la década de 1930 había alcanzado una población de 300.000 habitantes y poseía media docena de salas de cinematógrafo, como Benlliure, Marina, Sorolla o El Cid, a las que cabía añadir incluso algunos teatros, como el Lírico o el Olimpia. “Luis crece, por tanto, en una ciudad de larga tradición teatral que se va sumando poco a poco a la fiebre del cine. Ahora bien, la magia del cine no fue la única sorpresa tecnológica para los niños de los años veinte, porque dos grandes inventos iban a cambiar sus vidas y las de las siguientes generaciones: el avión y la radio”, asegura el autor en una extensa biografía.
El libro comienza desde los primeros años de vida del realizador, en escenas enjundiosas y detalladas que desgranan desde los rasgos de su familia, el influjo que ejerció sobre él costumbrismo de las novelas de Blasco Ibáñez, las claves de Plácido y El Verdugo, el cine bajo el franquismo, entre la disidencia y la censura, pero también su obsesión por las mujeres, la mirada tragicómica de la guerra civil, así como el peso del esperpento como figura cinematográfica y estética.
Jonh Deere
Visitar Plácido es como acudir a un laboratorio para extraer nuestro ADN. En esa película se observa de donde venimos, con nitidez: honradez, incultura, sobriedad con el deber que no cesa hasta cancelar sus deudas. Plácido nos muestra en ropa interior, en cierta forma, lo sigue haciendo. salu2
Gori
El Verdugo es muy buena, pero mi favorita es Plácido.
galaxyS9+
Un genio, fué el que en "la escopeta naciona"l personificó como se conocieron en una montería la Abengoa y Arfonzo presagiando el futuro que nos esperaba.