Sábado previo a Reyes. Estamos en el centro cultural La Casa Encendida de Madrid. Son las cuatro y media de la tarde y lo normal sería que los adolescentes que atiborran el recinto estuvieran tumbados en sus camas hablando por Whatsapp o jugando a la consola. El sonido atronador a la hora de la sobremesa resulta desconcertante, pero lo realmente raro es fijarse en los márgenes del recinto, donde hay instaladas mesas bajas, salpicadas con caretas de diablillos y cajas de plastidecores. Allí dos docenas de niños colorean, introducen las gomitas en los agujeros y pasean con el logo de La Vendición Records tapándoles la cara. Lo crean o no, esto es un concierto familiar de música trap, el género callejero y vinculado al trapicheo con drogas que explotó en Estados Unidos a comienzos del milenio.
Para hacer una crónica en condiciones, acudo al recital con mis dos hijos, de cinco y ocho años. El ambiente les chifla desde el primer momento. La pantalla gigante proyecta un videojuego de fútbol donde se enfrentan Real Madrid y Barcelona. Enseguida descubren las mesas y se sientan a pintar, mientras unos bajos retumbantes envuelven a los asistentes (nivel discoteca polígono a las tres de la mañana). A los quince minutos, se anuncian desde el escenario los talleres de baile y producción musical. Pronto se llena el recinto y se forma fuera una cola considerable. Por supuesto, las letras que salen del sistema de sonido hablan de sexo, dinero y macarreo, pero como están en inglés o en jerga no crean mucho conflicto.
En realidad, hemos venido a molar y la cosa mola. Se crea una atmósfera de verbena donde niños y veinteañeros conviven alegremente. El mayor problema es encontrar un ‘tempo’ de consenso. Un rapero del sello explica desde el escenario que hay que dejar las primeras filas para que los críos bailen. Los adolescentes hacen como que no han escuchado y los pequeños parecen felices disfrutando la fiesta desde la orilla. Hay un estallido de alegría cuando los bafles escupen “Con altura” (Rosalía), la canción más reconocible de las dos horas y cuarto que pasamos en el recinto.
Sin 'pogo'
Veinte minutos después, otro rapero nos recuerda de que no es buena idea hacer ‘pogo’ (baile de origen punk donde unos asistentes chocan contra otros) en un concierto donde pululan críos. “Los ‘pogos’ en Inferno, eh, para más tarde”, explica en alusión a la fiesta de La Vendición en la sala Stella, cerca de la Puerta del Sol. Poco a poco, se van encontrando acuerdos.
"Cruzamos la sala de una punta a otra varias veces sin ver ningún conato de mal rollo. Solo algún niño avergonzado de los bailes de sus progenitores o formulando preguntas incómoda"
En favor de la fiesta, decir que los anfitriones no proponen nada que no estén dispuestos a hacer ellos mismos. Yung Beef, capo de La Vendición, pasa un rato en las mesas con un niño moreno a quien mira dibujar y ayuda a ajustarse los cascos contra el nivel de ruido. Seguramente es su hijo Romeo. Cruzamos la sala de una punta a otra varias veces sin ver ningún conato de mal rollo. Solo algún niño avergonzado de los bailes de sus progenitores o formulando preguntas incómodas. “Mamá, ¿qué significa ir joven para la sepultura?” Las únicas malas caras están en las decenas de modernos que hacen cola fuera con el frío de principios de enero.
Mover el culo
“Papá, ¿esto que están haciendo es música?”, pregunta mi hija mayor. “A ver, ya sé que es música, pero no la están tocando y los chicos tampoco cantan, solo repiten todo el rato las mismas frases”. Mientras pienso una contestación razonable, se ha puesto sola a bailar. Sea más o menos musical, el trap sirve para divertirse y socializar, que es lo que cuenta. “Me lo he pasado bien”, confirma poco después, mientras su hermano pequeño explica que ya está cansado de tanto bajo apocalíptico.
¿Ha merecido la pena la excursión? Diría que sí. La Casa Encendida acierta al preparar estas fiestas, donde los niños disfrutan de la misma música que los mayores. De hecho, ya funcionan en el ciclo En Familia o cuando Joe Crepúsculo triunfó con un concierto de tecno pop/bakalao para niños en este mismo espacio. El mérito consiste en acercar a los menores a la música urbana en un entorno seguro, cordial y festivo. Mover el culete con las bases más crudas de la música negra contemporánea es algo natural para los pequeños. Colectivos hay de sobra para repetir, desde la propia Vendición hasta Holy Dubs y Guacamayo Tropical. ¿Primera tendencia cultural divertida de 2020? Perreo de tarde en familia.