Hay algo extraño en Philippe Jaroussky (París, 1978)… y no es sólo su voz. En él se dan cita varias criaturas. Posee la estampa de un adolescente que lleva impreso en la piel el hombre de cuarenta que ya es. Cuando conjuga el verbo cantar, su castellano de acento afrancesado dice contar: un accidente de la pronunciación que acaba en hecatombe poética. Así es el contratenor francés: un instante de luz que se pasea por las salas del Teatro Real con unos pantalones pitillo, una americana gris y una camisa estampada. Jaroussky habita el mundo con discreción, sin delatar jamás que parece venir de otro.
Su voz correspondía a la del barítono, aunque sin demasiados oropeles, dice él ante una mesa llena de vasos de papel con los restos de café tras una mañana de entrevistas. El cantante, que interpreta uno de los roles protagónicos de la ópera Only the sounds remains, vuelve al Teatro Real en el que debutó cuando tenía apenas 18 años -de aquel entonces viene su español fluido y en ocasiones anárquico- . A esa edad llegó al canto. Primero se aplicó como violinista y pianista. Avanzó convencido de que podía sacar brillo a la más aguda de las voces masculinas: el contratenor, ese registro del canto que alguna vez ocuparon los extintos castrati y capones. Intérpretes que tenían que arrancarse de cuajo la semilla de su senectud y renunciar para siempre a la adultez, a cambio de una voz celestial.
En esa perpetua infancia vocal que caracterizó a los castrati y que se actualizó en los contratenores, Philippe Jaroussky ha creado verdaderos prodigios. El Orlando Furioso que inspiró a Vivaldi; la Cara Sposa del Rinaldo de Haendel o el Te miro, te poseo, de la Popea de Monteverdi, son distintos cuando él los interpreta. Algo en su voz canta, al mismo tiempo que cuenta, un don que ya parecía existir en su interior desde mucho antes de pisar un escenario. "Cantar transformó mi personalidad. Cuando empecé era muy tímido. Eso fue cambiando, porque al cantar muestras muchas cosas". Las suyas... y las de quienes ocupan su asiento en la oscuridad de un patio de butacas. Algo en él toca a quienes lo escuchan, por algo es uno de los cantantes líricos más mediáticos y con mayor impacto de audiencia.
Philippe Jaroussky creció en un hogar sin músicos y, sin embargo, sus oídos ya irrigaban el corazón con esos asuntos importantes que encadenan sonidos y silencios . Su recuerdo musical más temprano, o al menos eso dice él, es la voz de María Callas resonando en el salón de la casa donde creció. "Mis padres no tocaban música, pero a mi madre le gustaba mucho la Callas. En aquel entonces ella era una figura que formaba parte de la vida de las personas. Tenía esa voz magnética. No sé… Hay personas que cantan y otras que no, y no me refiero al canto profesional. Hablo de una fuerza que poseen incluso los que cantan para sí mismos. Es una manera de exprimir algo. Es el placer de la vida".
La voz de Jaroussky forma parte de la tradición de los extintos castrati, intérpretes que tenían que arrancarse de cuajo la semilla de su senectud
A lo largo de sus más de veinte años de carrera, Jaroussky ha hecho de todo. Desde encerrarse a cantar con un delfín beluga en el Oceanográfico de Valencia hasta crear su propia escuela de canto, L’ Académie Musicale Philippe Jaroussky, que funciona en el complejo La Seine Musicale de París. En ese edificio, desde hace más de un año, impulsa la vocación, la carrera y la técnica vocal de niños nacidos en hogares con pocos recursos. Aunque la frase sobreactúa, es cierta: en él todo es música, todo comunica. “He sido violinista, pianista y cantante y estoy seguro de que abordaré algo más en la música más adelante”.
Su voz, esa bisagra entre lo femenino y lo infantil, lo ha convertido en uno de los cantantes de clásica que más vende. Jaroussky, como la mezzosoprano Cecilia Bartoli, ha conseguido dar nueva vida al repertorio barroco del que ha dado cuenta con agrupaciones como Les Arts Florissants o Les Musiciens du Louvre-Grenoble. Ha cantado en el Palais Garnier o el Concertgebouw de Ámsterdam. Se formó en el conservatorio de Versalles y en la actualidad suma una larga discografía que recorre Vivaldi, Haendel o Monteverdi hasta experimentos más arriesgados como las adaptaciones literarias a la música.
Ante la pregunta sobre qué lo distingue de los demás -por qué consigue ese influjo en quienes lo escuchan-, Jaroussky se toma su tiempo, que a estas alturas de la mañana no es mucho, un asunto que él parece haber olvidado. "La música no se hace en soledad. Es fundamental entenderlo. Un momento de magia en un aria no es producto de mi voz. Ocurre porque surge la conexión entre todos los músicos. Una parte del público se reconoce en esta manera de funcionar. Hablo de la interpretación, no de la ópera. Representar un personaje no me resulta lo más natural del mundo. No me veo como un actor, es un proceso muy largo entrar en un personaje. Eso es lo que más me gusta de Only the sound remains".
Jaroussky se refiere a la ópera que la compositora finlandesa Kaija Saariaho (Helsinki, 1955) escribió para él y que se presenta en el Teatro Real con dirección de Peter Sellars desde el 23 de octubre hasta el 9 de noviembre. Se trata de una experiencia musical y escénica basada en el teatro nô japonés, una forma escénica que se vale de escenarios desnudos y vestuarios suntuosos, y cuya sencillez construye un universo cercano a lo simbólico y ritual. Los dos relatos sobre los que se construye esta ópera son Tsunemasa (Siempre fuerte) y Hagomoro (El manto de plumas), ambas traducidas por Ezra Pound. Las dos historias, de temas y atmósferas independientes, indagan en la relación con lo sobrenatural, con seres y universos intangibles.
"Llevo dos años con este papel. Cuando comencé mi carrera estaba siempre creando y preparando un papel nuevo y distinto. No tenía la oportunidad de profundizar. Empecé como violinista y cuando comencé a cantar, cantaba sólo notas. Exprimir el texto fue un proceso mucho más difícil. En la ópera proyectar la voz es fundamental, pero lo verdaderamente importante es conseguir lo que aquellos cantantes que cuentan una historia. Proyectar la voz te exige en muchas ocasiones exagerar. Por eso no me interesan las grandes voces, quiero escuchar el texto"
"Cantar con este tipo de voz es una manera de mantener esa parte de lo que fuiste alguna vez en la niñez"
-El contratenor tiene una estela trágica. Es una voz afeminada, no del todo natural que busca algo imposible: la infancia perpetua.
-Ser un contra-tenor no implica imitar la voz de una mujer. Al menos yo nunca quise hacerlo. Es una manera de crear una parte de tu personalidad a partir de ese lado de ti que permanece de la infancia. Muchos colegas contratenores tienen una parte infantil. Y yo, que tengo 40 años, siento que cantar con este tipo de voz es una manera de mantener esa parte de ti que fuiste alguna vez en la niñez.
-No envejecer vocalmente es una especie de maldición, ¿no cree?
-No sé por qué soy contra-tenor, pero sí sé que comparto la energía de ese lado infantil que encierra esta vocación.
A la mañana le quedan pocas preguntas. En algo más de una hora, Jaroussky tendrá que ensayar y, hasta el momento, ha concedido tres entrevistas. Se pueden tensar todas las cuerdas, excepto las vocales. Jaroussky reconoce que lee más partituras que libros, pero al momento de elegir un autor responde sin titubear: Paul Verlaine (1844-1896). Le pega y no sólo porque interpretó su poemas en su disco Green (Erato-Warner). Hay algo más.
Verlaine es el poeta efebo por excelencia, amor y tormento de Baudelaire y tempestad para Rimbaud, con quien compartió, además del amor, la obcecación de ser libre de esa forma exagerada en la que deseaban las cosas los poetas malditos del XIX. "Verlaine siempre ha tenido un rasgo que me recuerda a los ángeles. Una parte de su personalidad es oscura al mismo tiempo que crea cosas maravillosas", explica Jaroussky sin reparar, acaso, que atribuye a la poesía de Verlaine la belleza que su voz produce en quienes lo escuchan.
Algunas personas se han acercado a Philippe Jaroussky para decirle que su voz los ayudó a sobrellevar los oscuros pasillos de la enfermedad y el desasosiego. “¿Sabes? Cuando empecé a escuchar este tipo de cosas, prefería no saberlas. Con el tiempo lo he aceptado como un don, una suerte. Si puedo dar felicidad a los demás a través del poder de la música, lo acepto. Pero no soy yo. Es el poder de la voz, que es algo muy personal, casi epidérmico. Una voz te gusta o no te gusta. No salgo al escenario con la intención de emocionar. Una vez, después de un concierto, una persona se acercó a Edith Piaf y le dijo que había cantado como nunca. Así que le preguntó en qué estaba pensando mientras cantaba. Ella le contestó que había pasado toda la función preocupada porque no estaba segura de de si había cerrado correctamente el gas de su casa. ¡De eso se trata! Salir al escenario, escuchar a los músicos y cantar atento al tempo. No se trata de salir a emocionar. Porque si ocurre, será de manera espontánea”.