Cultura

Primer Desfile de la Victoria de Moscú: cuando el hombre del caballo blanco eclipsó a Stalin

El mariscal de la Unión Soviética Gueorgui Zhúkov encabezó el primer desfile de la victoria de la Segunda Guerra Mundialrn

  • El mariscal de la Unión Soviética Gueorgui Zhúkov entró en la plaza Roja de Moscú

Había organizado las defensas de Moscú, Leningrado y Stalingrado y míticas batallas como las de Kursk. La conquista final de Berlín y su firma en las capitulaciones alemanas del 8 de mayo (9 según la hora rusa) le ascendieron como uno de los mejores militares de la Segunda Guerra Mundial. El mariscal de la Unión Soviética Gueorgui Zhúkov encabezó el primer desfile de la victoria de la Segunda Guerra Mundial. El hombre que acababa de conquistar Berlín a los nazis entró en la plaza Roja de Moscú, a lomos de un semental blanco que, según sus propias memorias, Stalin fue incapaz de montar.

Zhúkov era la máxima autoridad de aquel Berlín humeante y en ruinas y el 10 de junio viajó hasta Moscú para celebrar la victoria soviética. Stalin le convocó a una reunión en su dacha en la que le informó de que encabezaría el primer Desfile de la Victoria. Zhúkov le preguntó si no sería mejor que lo liderada el propio Stalin, pero este se negó afirmando que estaba demasiado viejo.

Según recoge el historiador Antony Beevor (Berlín. La caída: 1945) de las memorias de Zhukov, fue el propio hijo de Stalin el que advirtió al mariscal de que su padre había estado intentando montar el caballo pero había acabado en el suelo lastimándose un hombro y la cabeza.

A pesar de la advertencia del hijo de Stalin, Zhúkov, bregado en la caballería, estaba más preocupado por su sobrepeso que por controlar al corcel. El día 24 de junio a las 10.00 de la mañana, un centenar de cámaras, algunas de ellas en color, inmortalizaron la llegada de Zhúkov al mausoleo de Lenin. Unos 35.000 soldados de todos los Ejércitos participaron en la fiesta con la música de más de 1.300 músicos.

“El cielo está llorando a nuestros muertos”, decían los moscovitas para explicar la lluvia de aquel día. Quizás, fue este el único elemento que no pudo controlar el régimen soviético en un perfecto desfile que había sido ensayado en el aeródromo de Moscú.

En una impactante escena, el mausoleo de Lenin recibió, al son de los tambores, decenas de estandartes y pendones con esvásticas, y frases góticas en alemán incluyendo el de la guardia personal de Hitler. En lo alto de la granítica pirámide, Stalin y otros miembros de la cúpula soviética contemplaban las marchas de los soldados del Ejército Rojo. 

Saqueo y violaciones en Berlín

En Berlín, las semanas que separaron la rendición alemana del desfile de la victoria en Moscú fueron un auténtico infierno de saqueo y pillaje. Las atrocidades que el Ejército alemán, incluido el mayor genocidio de la historia, había cometido en su avance hacia el este, fueron vengadas con la otraofensiva soviética cuatro años después. 

El silencio de los bombardeos sobre Berlín de principios de mayo fue solo el preludio del castigo al derrotado. Aunque Zhukov trató de garantizar el reparto de comida, la población civil, nazi o no, sufrió la venganza del vencedor y el ansia de botín de los soldados soviéticos. Todo se robaba y se empaquetaba para enviarlo a la URSS. Las muñecas de los soldados soviéticos solían lucir varios relojes, mientras sus mujeres recibían los vestidos y abrigos de las alemanas. El escritor Vasily Grossman que siguió el avance de las tropas soviéticas desde el este recogió la singularidad del botín de uno de los comandantes: “dos preciosos ejemplares de perro salchicha, un loro, un pavo real y una gallina de guinea”. 

El saqueo material llegó acompañado de la barbarie de la violencia sexual en uno de los momentos de un mayor número de violaciones de la historia. El siempre difícil cálculo de este tipo de violencia y el caótico contexto de aquellas semanas impiden llegar a conocer los números reales. Cálculos de varios hospitales y médicos sitúan que en torno a 100.000 mujeres fueron forzadas, muchas de ellas múltiples veces.

Los gritos desesperados de las mujeres violadas se colaban cada noche en las casas de un Berlín con todas las ventanas destrozadas. Tres meses después de la conquista, los abusos seguían siendo tan frecuentes que el propio Zhukov dio órdenes más severas para limitar los robos y violaciones que seguían cometiendo sus soldados.

La toma de Berlín acabó resultando decepcionante para Stalin. El inmenso sacrificio material y de vidas humanas no compensó los tesoros de la victoria. La mayor parte de las reservas del Reichsbank berlinés habían sido trasladadas al oeste, y el otro objetivo, el desmantelamiento de fábricas y laboratorios fue un absoluto caos del que apenas hubo algo que aprovechar.

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