El pasado domingo mi amigo Julio Llorente publicó en Vozpopuli una apología de las bañeras. Esta afrenta no supera a aquella del huevo hilado, pero creo hoy de justicia recuperar este debate y hacerle a Julio, ay, una enmienda a la totalidad. No negaré que su nostalgia por las bañeras grandes, ostentosas, me hizo dudar. Nada tan estimulante como la nostalgia de lo no vivido, claro. Pero creo con Peyró en la fatalidad de convertir la nostalgia en categoría política, por no decir elevarla a catálogo de interiorismo.
Critica Julio en su artículo esta sociedad nuestra del utilitarismo donde hasta la comodidad de las bañeras se ha visto reemplazada por el minimalismo escandinavo de baldosas y bambúes. La visión española −ese ethos hispano irremediablemente católico− nos lleva a preferir los niños carnosos, los platos combinados, las mujeres bien hechas y las casas amuebladas. Yo estoy de acuerdo. Pero la sencillez de la ducha no está reñida con el recogimiento de lo hogareño. Si bien es cierto que una gran mayoría renuncia a sus bañeras para ocupar sus diminutos pisos con ordenadores, playstasions y demás cachivaches, Julio olvida que la virtud de la ducha reside en el hueco que te deja para poner, por ejemplo, ¡una estupenda biblioteca!
Duchas antiegocéntricas
Es igualmente importante señalar que practicidad no es utilitarismo. Desde Ulpiano la justicia viene a ser "dar a cada uno lo suyo" y es de recibo reconocer a la ducha una practicidad del todo humanista. Pese a Nuccio Ordine vivimos en la dictadura de lo útil pero no es justo confundir utilidad con pragmatismo. Por eso no creo, como Julio, que en el Paraíso Adán y Eva disfrutaran de las delicias de la bañera. Sencillamente porque lo creado tiende al Creador y nada habría más imperdonable −salvo coger aquella manzana, claro− que desparramar el tiempo junto al Creador flotando en una charca espumosa. Por no hablar, ejem, de la mera postura del baño, que transporta al hombre al parto de un rinoceronte. El ser humano es vertical per natura, está creado para mirar a lo alto, para mover coordinadamente las piernas, para tenerse en pie. ¡El hombre está hecho para ducharse!
En este asunto de las bañeras, la 'gente de bien' (sic) ha de defender la ducha. No ir a la contra es a veces lo más revolucionario
Otro asunto por el que repudio las bañeras es por la exaltación del yo de la que se rodean. En la época del antropocentrismo, y de esto Julio sabe bastante más que yo, la bañera se ha erigido en templo del yoísmo televisivo. "Dedícate a ti", "regálate un tiempo" y "céntrate en ti mismo" son algunas de las proclamas que el mundo moderno lanza a los individuos, que en su dulce mecer en la bañera terminan por desarraigarse de cuanto los rodea. Cita Julio el daimon socrático y no puedo dejar de pensar en el in medio virtus aristotélico. Frente al lavado del polaco de la frenética posmodernidad y el baño contemplativo de la religión antropocéntrica, la ducha se convierte en virtud del hombre.
Mencionaré brevemente, para terminar, la incoherencia en la que cae Julio en su loa a la revolución. Pocos persecutores de guerrilleros culturales hay más feroces que él, y ha venido, con el pretexto de las bañeras, a proclamarnos ahora las bondades de la revolución. Esto, en cualquier caso, dice mucho de su inteligencia, que no puedo por más que envidiar. Dicen −en este caso se cumple− que siempre hay alguien más peligroso que quien lee a Marx: quien lo entiende. Pero yo sigo pensando que en este asunto de las bañeras, la 'gente de bien' (sic) ha de defender la ducha. No ir a la contra es a veces lo más revolucionario.