El Apocalipsis que imaginó el mundo cristiano es un capítulo de terror catastrófico en el que los hombres huyen despavoridos de una muerte segura mientras su mundo literalmente se incendia. Las pinturas medievales logran transmitir los gritos de la humanidad que ve su final ante la llegada de los cuatro jinetes.
El juicio final de Dios arranca con la apertura de siete sellos que traen muerte y destrucción. En el Apocalipsis de San Juan, cuando Cristo va abriendo cada uno de los sellos se escucha una voz que dice: Ven y mira, antes de anunciar la siguiente oleada de calamidades. Esta frase que se repite en el Nuevo Testamento dio título a una de las mejores películas bélicas de la historia que narra el paso de los alemanes por Bielorrusia durante la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva de un joven adolescente partisano.
Las nuevas plataformas de series y películas han dado una segunda vida a esta joya del año 1985 que en las últimas semanas, se ha alzado como la mejor película de la historia en la lista de la web especializada en cine Letterboxd. En España, ha sido Filmin la que ha rescatado la cinta de Elem Klimov, producida para celebrar el 40 aniversario de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial.
Destrucción de Bielorrusia
La película sigue los pasos de Flyora un joven bielorruso que en 1943 quiere enrolarse en un grupo de partisanos y que acaba viendo el terror provocado por los alemanes, que destruyeron miles de poblaciones bielorrusas, muchas de ellas indenciadas y con todos sus ciudadanos masacrados. Como en tantas otras obras artísticas, la burocracia censora de la URSS aplazó ocho años un rodaje que estaba previsto para 1977.
La película cuenta la masacre de Jatyn, una de las más de 5.000 poblaciones bielorrusas que fueron arrasadas por los alemanes
Durante unos años, la franja de tierra que va de Polonia a Rusia vivió lo más cerca que ha estado el ser humano en emular un apocalipsis. Las tropas de la Alemania nazi perpetraron matanzas masivas de población civil, mientras quemaban pueblos enteros.
Los discursos de exterminio que el dictador pronunciaba en Berlín y Múnich eran interpretados con una cruel, efectiva e improvisada falta de escrúpulos. Aunque en el recuerdo han quedado las cámaras de gas de campos como Auschwitz como el principal matadero de la Alemania nazi, el Holocausto y las matanzas indiscrimanadas de población civil comenzaron desde los primeros meses de la invasión Barbarroja con cientos de miles de disparos en la nuca en lo que se ha conocido como el Holocausto por las balas. Junto a los judíos y otros pueblos como los gitanos, los eslavos eran para la mentalidad genocida del Tercer Reich unos infraseres a los que aplastar. Y en su avance a las grandes capitales soviéticas, Hitler incrustó escuadrones de la muerte de las SS, los Einsatzgruppen que perpetraron estas matanzas.
Sin un procedimiento claro, las actuaciones en cada aldea o ciudad tenían mucho de improvisación. Desde pueblos enteros encerrados en un edificio que es calcinado y tiroteado, a los terribles barrancos y bosques de la muerte en los que los alemanes, muchas veces con ayuda de población local, liquidaban a familias enteras. Orgias de la muerte como las que se vivió en el barranco de Babi Yar a las afueras de Kiev que en septiembre de 1941 dejó más de 33.000 muertos en dos días, y que pasaban factura psicológica a los propios perpetradores.
Experiencia sensorial
Ven y mira supera los códigos del cine bélico y se transforma en una experiencia sensorial. Escenas intimistas, casi oníricas, con planos en los que se llega a dudar sobre la realidad y ficción, voces distorsionadas, carcajadas, bailes, sonidos psicodélicos, imágenes envueltas en halos, personajes grotescos que tocan música mientras se asesina a decenas de personas, y una desquiciante atmósfera lisérgica que culmina en una escena enloquecida, que no destriparemos.
Klimov conformó un drama psicológico con la brillante actuación del joven Alexei Kravchenko, dejando fotogramas que quedarán en la retina de cualquier espectador, como el primer plano del protagonista con el cañón de una pistola alemana tocando su sien, mientras un grupo de alemanes se fotografía con él. En este instante en el que un ligero movimiento de dedo le puede agujerear la cabeza, la mirada desorbitada del chico refleja mejor que cualquier explosión y pila de cadáveres el horror de la guerra.