No solo las altas temperaturas y los golpes de calor pueden amargarnos un día de verano. La deshidratación, más discreta, también está presente y en ella el alcohol juega un papel fundamental. Unas cuantas cervezas en el aperitivo, un par de mojitos a pie de piscina, recurrir a un hard seltzer para mitigar la sed o no darnos cuenta del contenido que tienen los cócteles que nos tomemos en nuestro chiringuito favorito pueden estar haciéndonos, aunque parezca irónico, perder líquidos a marchas forzadas.
La culpa, evidentemente, es de esas cervezas, whiskys, rones, ginebras, a los que no solo deberíamos poner freno por las razones obvias que nos llevan a limitar su consumo, sino porque en verano sus efectos perniciosos se multiplican, creando además una falsa sensación de hidratación -por su ingesta- que en realidad está consiguiendo el efecto contrario: aumentar nuestra deshidratación.
Junto a ello, otras patologías asociadas al verano y a un consumo excesivo, como podría ser el denominado síndrome del corazón, que se genera por esa ingesta masiva en un día determinado, provocando una arritmia supraventricular que se da con más frecuencia en personas sanas, jóvenes y que no tienen historial previo de cardiopatías.
Al acortar los tiempos de consumo y aumentar la cantidad, nuestros niveles de adrenalina y noradrenalina se incrementan, siendo hormonas que causan de forma natural la aceleración del ritmo cardíaco. Sin embargo, no es el único problema que pone sobre el tapete cuando hablamos de verano.
Sol, verano y alcohol: una mala combinación
Los días son más largos, las temperaturas más elevadas y la incidencia de los rayos del sol sobre la superficie terrestre es más directa, siendo también más agresivos los denominados rayos UV contra nuestra piel. Si a eso le sumamos que durante el verano socializamos más, nos encontraremos con un cóctel en el que estas bebidas suele estar bastante presente.
El aumento del calor corporal al tomar el sol hace que nuestro cuerpo elimine a través del sudor agua y sales. De igual modo, cualquiera de estas bebidas, independientemente de su procedencia, también afecta de forma directa a la producción de una hormona clave para el equilibrio de líquidos corporales: la denominada hormona antidiurética o HAD. En circunstancias normales, la HAD se libera y permite que el riñón aumente la reabsorción de agua, lo cual evita que nos deshidratemos.
Sin embargo, inhibe la producción de esta hormona, que se segrega en el hipotálamo, y que bloquea la acción de la HAD. Al producirse este bloqueo, el riñón no reabsorbe ese agua y la elimina en mayor cantidad en forma de orina, que sería otra de las pistas que nos pondría sobre aviso ante una posible deshidratación.
Esa deshidratación, si es severa, puede provocar también bajadas de tensión arterial e incluso aumentar el riesgo de producir piedras en el riñón, ya que los cálculos renales son especialmente sensibles a esta ingesta -además de poder producir gota-, por lo que es habitual que al final del verano se presenten episodios de litiasis, los cuales podríamos reducir considerablemente con ingerir al menos dos litros de agua al día, que debieran irse hasta los tres litros en zonas especialmente calurosas.
Qué alcohol evitar para no deshidratarse
Evidentemente, cuanto más grado tenga una bebida, más se inhibirá la HAD y más riesgo de deshidratación tendremos. Incluso con la cerveza, un producto muy asociado al verano y que por su condición refrescante se suele considerar una buena forma de hidratación, aunque, evidentemente, supone una deshidratación de baja intensidad, ya que la cantidad que contienen las cervezas tradicionales produce efecto diurético (se orina más), lo que juega en contra de la retención de fluidos para la correcta rehidratación.
Por este motivo, incluso deberíamos obviar a la cerveza como elemento para rehidratarnos, dando prioridad siempre al agua o a las bebidas isotónicas, que además aportan sales minerales, y debiendo también mantener ciertas reservas sobre los refrescos carbonatados, los cuales están cargados de ácido fosfórico y que es otro enemigo potencial de nuestros riñones porque pueden provocar los temidos cólicos renales.