El tren avanza con pesados tirones. Son las siete y media de la mañana de un lunes que llegó muy pronto o acaso las ocho de la tarde de un miércoles que no termina. En las líneas del metro, cercanías y autobús viajan, todos los días, miles de personas que deben llegar a algún lugar: el trabajo, el médico, una entrevista.
El asunto es atravesar una distancia, completar un trayecto, cumplir con la vida como un tránsito. Y puede que una, una sola página, sea suficiente para que el día no se nos eche encima. La victoria de la ficción sobre la realidad. Los que viajan con un libro, viajan con un escudo. Leer en el metro, ese raro arte de marcar una página cuando no nos quedan manos libres o de no darse de bruces con el libro entre empujón y empujón.
¿Qué leer en el metro o en el autobús? ¿La novedad del mes? ¿El clásico durante años aparcado? ¿Una novela rescatada del olvido? ¿Se lee lo que se busca o lo que se encuentra? No hay una respuesta total. Las opciones son tan variadas como infinitas, tan arbitrarias como personales. Sin embargo, existen algunas colecciones especialmente pensadas para ser leídas en el transporte público, ya sea el subterráneo o los autobuses.
Una de ellas es Cuentos para leer en el bus. Compilado por Maximiliano Tomas, el volumen se propone la combinación correcta de relatos que mezclan calidad y extensión y que además gozan de un atributo todavía mejor, ya que se trata de piezas desconocidas de los grandes clásicos: Ryunosuke Akutagawa, Leónidas Andreiev, Guillaume Apollinaire, Anton Chejov, Franz Kafka, Jack London, Katherine Mansfield, Guy de Maupassant, Herman Melville, Edgar Allan Poe, Mark Twain u Oscar Wilde. Parecido en el tipo de autores que selecciona y en el género elegido, la editorial Navona publicó en 2012 Cuentos breves para leer en el metro, que incluye también relatos de Mark Twain, Saki, Edgar Allan Poe, Charles Dickens o Jack London.
Los viajes pueden ocurrir entre un punto y otro, pero también en esas pequeñas esperas que terminan convirtiéndose en el tránsito entre aquello que aguardamos y lo que está por llegar. Según la escritora argentina Clara Obligado en El libro de los viajes equivocados (Páginas de Espuma) todo viaje puede desarrollarse en tres ámbitos: el interior, el que transcurre en el tiempo y el que transita por el espacio.
Esta no es, ni mucho menos, una lista de libros de viaje –ya con Theroux y Chatwin habría para tres entregas-. Sin embargo, encaminados en la idea de atravesar un paisaje cotidiano, resulta imposible no mencionar Viaje en autobús, de Josep Pla, un libro de crónicas que se aleja de nuestra noción urbana del tránsito y se adentra en un recorrido a lo largo de cien kilómetros de la Costa Brava en la Cataluña de los años cuarenta. En sus páginas, Pla cuenta todo cuanto ve. Los que suben, los que bajan, los que se quedan, la viajera que se desmaya, el poeta andaluz, los jóvenes que cogen el bus para ir a bailar al pueblo de al lado.
En México, hace diez años, el gobierno del D.F puso en marcha un programa de publicaciones bautizado Para leer de boleto en el metro. El proyecto llegó a editar siete antologías de relato distribuidas de manera gratuita a los viajeros. La última de ellas, editada en 2007, incluía textos de escritores como Elena Poniatowska, Ignacio Solares, Juan Villoro o David Huerta.
Para aquellos que disfrutan leyendo en los vagones de trenes o las salas de aeropuertos, hay una página entrañable donde no sólo es posible buscar lecturas, sino también imágenes de miles de personas que viajan con un libro abierto. Se trata de la página Web de The Underground New York Public Library.
En Madrid existe el Bibliometro. Sin embargo, más que una plataforma de contenido –como en el caso de la iniciativa neoyorquina- este es un sistema de préstamo gratuito. Varias estaciones disponen de una serie de módulos con unos 3.000 volúmenes que corresponden a 800 títulos. El sistema permite el préstamo de dos libros por lector por un periodo máximo de 15 días, renovable por otros quince.
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