Es difícil encontrar a lo largo del palmarés del Balón de Oro un ganador que fuera proclamado como el mejor futbolista del mundo sin serlo antes de su equipo. Del Cannavaro de 2006 se podría discutir, con Buffon, Del Piero, Ibrahimovic e incluso Trezeguet (23 goles aquella temporada) arremolinados en esa Juventus tangente al 'Moggigate'. Incluso del Sammer de diez años antes, ancla de un Dortmund campeón de la Bundesliga (y finalista de la Liga de Campeones) con Michael Zorc como capitán y máximo goleador del equipo y talentos como Andreas Möller en nómina.
El Cristiano Ronaldo de 2016 renueva ahora ese debate con su Balón de Oro de menos brillo, opacado en Chamartín por dos realidades: la de Bale, exuberante cuando se mantiene sano (para muchos, de hecho, ya el verdadero jugador franquicia del Real Madrid), y la de un Luka Modric que ha hecho de su finura un activo insustituible para el grupo. El luso clava las uñas en la cima, como quien se resiste a soltarse de un bordillo, pero su riqueza futbolística es cada vez más unidimensional. Su esfuerzo por no marchitarse es intachable, pero su realidad ya no parece tan imprescindible.
El galardón despierta poca duda si sólo pesamos los trofeos colectivos: en un curso sin aspirantes demasiado sólidos, ser campeón de Champions y Eurocopa, aun sin comparecer en las finales, cierra la disputa. Griezmann podría haberlo reclamado, pero tropezó en las dos noches clave; Luis Suárez, el gran goleador de la temporada, acusó la morrada de Uruguay en la Copa América; Messi, que nos malacostumbra, fue más humano que divino y, encima, tiró el Balón de Oro por arriba del larguero en Nueva Jersey. Queda un Gareth Bale al que, más allá de sus altas prestaciones, da la impresión de que nadie ha reconocido la hazaña veraniega de Gales.
Cuarto Balón de Oro para un portugués indomable, que seguirá aferrándose a su síndrome de Peter Pan: negarse a envejecer, negarse a que los años le impidan optar a ser el mejor. El silencio de quienes aún le convencen de que lidera al Real Madrid le ayudará a no caer de la cuádriga. Messi está en la mente de todos; Bale, en la de los madridistas. Ante sus dos opositores en la carrera por el trono, Cristiano levanta cuatro dedos, abre las fauces y deja claro que sigue hambriento de historia.