Michael García aún se arrepiente de haber cogido el teléfono y haber respondido sí. Él, fiscal del distrito sur de la ciudad de Nueva York, tenía una brillante carrera llena de condecoraciones y parabienes. Era, no cabe duda, un jurista de prestigio, y por eso la FIFA pensó en él para hacer la investigación sobre las concesiones de los mundiales 2018 y 2022. Él aceptó, sí, pero probablemente porque no sabía cómo se las gastaban en la sede de Zúrich.
Donde García quería una investigación la FIFA quería una justificación a sus decisiones. El fiscal neoyorquino sufrió para hacer el informe porque, lo supo después, la corrupción anegaba todos los estamentos de la organización y pocos parecían tener ganas de colaborar con la causa.
Tras muchos meses luchando contra los elementos por fin entregó su documento de instrucción. Pensó, quizá con ilusión, que el trabajo y el sabotaje constante habían merecido la pena. Eso fue así hasta que supo que la FIFA no publicaría su escrito sino una versión amputada del mismo hecha por Hans-Joachim Eckert. Las más de 430 páginas se quedaron en 43. Eckert, juez muniqués, es el presidente de uno de los brazos del comité de ética.
En el informe sobre las adjudicaciones de los Mundiales hubo grandes críticas para quien ahora suspende a Blatter, Platini y Valcke
Su nombre también fue puesto en cuestión por Bonita Mersiades, especialista en relaciones públicas que estuvo en la candidatura australiana para 2022 y que intentó ayudar al comité de ética para esclarecer los hoy evidentes pufos de aquella concesión. Mersiades repite a quien quiera escucharla que Eckert la hizo muy poco caso y que estaba más empeñado en defender la institución que en aclarar lo ocurrido. Algo muy similar es lo que piensa del tema Phedra Almajid, otra informadora utilizada en el reporte.
Eckart es el presidente del comité que ahora ha suspendido a Blatter, a Platini y a Valcke. La teoría dice que es un órgano completamente independiente, llevado por juristas sin intereses en la FIFA y que son elegidos por el Congreso de la institución, formado por todos los países miembros. La teoría se aplica mal en las grandes federaciones deportivas.
Cualquiera que conozca cómo funcionan estos organismos sabe que no gana el mejor sino el más hábil, que el control de la institución por parte del presidente es máximo y que las estructuras internas emanan siempre de las mismas fuentes y se retroalimentan entre sí para mantener férreo su poder.
Si Villar lleva en la Federación Española de Fútbol desde finales de los 80 no es porque su gestión haya sido impoluta, ni siquiera porque nadie más quiera tener ese cargo, sino porque tiene controladísima la Asamblea, que es el órgano que, cada cuatro años, termina reeligiéndole.
Algo muy similar le ocurre a Blatter, que sabe perfectamente cómo funciona la FIFA, cuáles son los reglamentos y a quién se debe tener contento para que las cosas sigan su curso sin sobresaltos. Pocas cosas hay más difíciles que desbancar a un presidente que lleva tiempo y ha podido dejar su poso en todos los recovecos de la institución.
Elegidos por la misma institución
El Comité Ético sale del Congreso, la misma institución que elige al presidente. Ni siquiera en la última votación de junio, cuando la podredumbre se podía oler a muchos kilómetros de distancia de Zúrich, el Congreso le dio la espalda a Blatter. De esas votaciones también sale el Comité ético que ahora juzga a los directivos de la institución por corrupción generalizada.
Blatter teme mucho más a la fiscalía de Zúrich y a la Justicia estadounidense que al Comité Ético
El miedo de Blatter se fija más en la fiscalía de Zúrich y, sobre todo, en la justicia estadounidense. Son órganos genuinamente independientes, elegidos por estructuras externas de la FIFA y que no responden a los mismos intereses del presidente. La justicia ordinaria, esa que desde el organismo siempre ven con recelo, puede terminar haciendo saltar por los aires el régimen mafioso que, cada día parece más claro, ha gobernado el fútbol en los últimos años. La FIFA siempre intentó mantenerse alejada de los tribunales, quizá porque siempre supo que las únicas leyes en las que podían hacer y deshacer a su antojo eran las que ellos mismos se imponían.
El Comité Ético podría haber actuado mucho antes: en junio, cuando empezaron los requerimientos del FBI, o cuando se entregó el informe García, o con las muchas informaciones de prensa –especialmente de la británica- o en otros casos previos de corrupción que quedaron en nada. El comité siempre hizo oídos sordos, no metió el dedo en la herida y pareció ajeno a las muchas sospechas. Ahora se mueve, probablemente desde ese pensamiento que dice que será mejor abonar el terreno en casa que lo que llegue de fuera, casi un intento por contener los daños. Será complicado, la justicia mundial se está moviendo y tiene el punto de mira puesto en los órganos de gobierno del fútbol mundial.