Es un debate inevitable estos días en los mentideros del deporte, entre profesionales y aficionados. Parece claro que Michael Phelps ya no tiene rival en el hipotético cetro de mejor deportista olímpico de la historia, por encima de leyendas como la gimnasta ucraniana Larisa Latynina, el fondista finlandés Paavo Nurmi, la gimnasta Nadia Comaneci o los velocistas Jesse Owens, Usain Bolt y Carl Lewis.
Algunos de ellos acumulan méritos deportivos, como pioneros o dominadores, y otros añaden a su relato componentes políticos, económicos o sociales. Pero nadie hace sombra a un gigante que se ha retirado de la natación en Río (o eso dicen todos menos su compañero y amigo Ryan Lochte) con un palmarés extraterrestre: 28 medallas en unos Juegos Olímpicos, de las cuales 23 son de oro. Inhumano.
La tarjeta de presentación del 'Tiburón de Baltimore' no finaliza ahí y arroja datos sorprendentes: ha terminado ganando medalla en el 93% de las carreras olímpicas en las que ha competido, tiene más medallas él solo que 108 países del planeta, ha nadado en cinco Juegos y ha batido 39 récords del mundo. Ciertamente apabullante.
Por tanto, el litigio deportivo ya se extiende fuera de los límites olímpicos y se sitúa por encima de los cinco aros: ¿es el mejor deportista de todos los tiempos? Rivales como Michael Jordan o Muhammad Ali, que cambiaron el mundo a través de sus disciplinas, le pueden negar ese cetro, pero no hay duda de que Phelps puede, cómo mínimo, mirarle a los ojos. Río de Janeiro le ha puesto, sin duda, a la altura de los más grandes del Olimpo. Y ha dejado una conversación pendiente para cualquier fan del deporte.