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Kaká, el dinosaurio de Florentino

  

"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Esto que han leído es un cuento de Augusto Monterroso, uno de los más cortos en la lengua castellana. También es la sensación del madridismo cada vez que ve a Kaká caminar sobre el césped vestido de blanco y con el ocho a la espalda.

El dinosaurio, como decíamos, todavía estaba allí. Kaká sigue amagando retornos, mostrando de vez en cuando alguna traza del talento que siempre se le supuso pero que dejó olvidado en Milán. Afronta su quinto año en el Madrid y no ha pasado de ser un carísimo lujo en una plantilla que le sobrepasaba en rendimiento. En su tiempo de blanco siempre ha dado la sensación de que no sólo no podía, sino que tampoco quería. Hubo incluso alguna operación para reparar dolencias al inicio de alguna temporada, no fuese a ser que se le fastidiase el verano con la recuperación. Un sospechoso que era imposible de extirpar del plantel, por mucho que se intentara y aunque las bombas de humo hablando de un posible traspaso se acumularan en las puertas de Concha Espina.

Este año la excusa para la resurrección se llama Carlo Ancelotti. Con él, Kaká fue el mejor del mundo y puede ser la mano del italiano la que cambie la tendencia y despierte a la durmiente estrella. Es el clavo ardiendo más recurrente de los últimos años, siempre hay algún motivo para pensar en la vuelta del brasileño, para creer que al levantarse el dinosaurio se habrá ido dejando en paz la habitación. Los hechos, que como decía John Adams, son testarudos, hacen difícil vislumbrar la añorada recuperación.

Kaká, a pesar de todo, aún tiene una utilidad en el Real Madrid. Sirve de recordatorio a la directiva de que el dinero y el rendimiento no tienen que ir necesariamente de la mano. Florentino Pérez, que tiene tendencia a actuar en el mercado como las señoras que hacen cola en el primer día de rebajas, tiene en el brasileño un ejemplo de lo que no se debe de hacer. No es un problema de dinero, es sólo que antes de actuar hay que observar bien. Los impulsos son malos consejeros y agarrar sólo el juego de los nombres en ocasiones da réditos negativos.

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