En el que puede ser su último intento de ser profesional en el fútbol americano, Tom Tebow firmó recientemente por los New England Patriots. Tebow, que es quarterback, no aspira a ser el titular del equipo, lugar reservado para el legendario Tom Brady. Tampoco será el primer suplente. Ni siquiera le garantizan el contrato: si se queda en el equipo, cobrará; si los entrenadores no le ven futuro, no.
Esta podría ser la historia de tantos otros jugadores que buscan la élite y a los que su nivel no da para ser conocidos. Pero Tebow no es uno más, es quizá el ídolo deportivo con más carencias en su juego, el icono imposible. Las webs estadounidenses tienen un espacio para analizar su fichaje por los Patriots, los programas de noticias hacen referencias al fichaje de un hombre que, traducido al fútbol español, no pasaría de ser el de un tercer portero de cualquier equipo.
¿Y todo esto por qué? Habría que empezar por decir que fue un gran jugador universitario. En la Universidad de Florida ganó el Heisman Trophy, que condecora al mejor jugador de la liga universitaria de fútbol americano. A pesar de su éxito en ese nivel, el quarterback siempre dejó muchas dudas. Era muy alto y fuerte, mucho más de lo habitual entre los profesionales, pero sus lanzamientos, que son la clave de la posición, siempre fueron erráticos. Tuvo que esperar hasta la vigesimoquinta posición del draft de 2010 para ser elegido, por los Denver Broncos.
Y más o menos funcionó. En Denver, Tebow, que empezó como suplente, se convirtió en un quarterback milagro. Sí, fallaba más de lo admisible, pero en los finales apretados emergía y, normalmente, hacía ganar a su equipo. Su suerte, o lo que fuera que propulsaba sus remontadas, no explica por sí misma los motivos por lo que se convirtió en un icono. Tebow nació en Filipinas mientras sus padres ejercían de misioneros baptistas y mostró desde sus tiempos de universitario una profunda fe religiosa. El quarterback, cada vez que anotaba, se ponía de rodillas como si estuviera rezando. Aquella pose se transformó pronto en una actitud viral, el Tebowing, con cientos de miles de personas imitando el gesto en imágenes que corrían por internet. Tebow era el hijo perfecto en una sociedad en la que la religión tiene una fuerte presencia.
Tebow metió a los Broncos en play off, algo que superaba con mucho las expectativas de aquel equipo. La prensa americana enloqueció con él, hasta el punto de ser objeto de revisión por parte de los defensores del espectador de la ESPN por considerar que su nombre aparecía en exceso en la cadena. Demasiado para aquel jugador con más biografía que talento. Denver tenía con él una pieza muy extraña para el deporte, una estrella mediática que, quizá, no valía tanto como salía en la prensa.
Los dirigentes de los Broncos decidieron que su equipo no iba a estar dirigido por Tebow. Ficharon a Peyton Manning, uno de los mejores quarterbacks de la última década que había salido de Indianapolis aquejado de fuertes lesiones. Mejor las dudas de un jugador renqueante que aferrarse a un milagro a la semana. Tebow, tras sólo un año y medio en Denver, salió del equipo con dirección a los New York Jets, y allí cayó en la mediocridad. No pudo hacerse con el puesto de titular a pesar de que su rival, Mark Sánchez, tampoco es un jugador intocable. Una lesión terminó con su temporada y en abril, cuando ya había acabado el año para la NFL, fue despedido.
Se ha pasado estos meses buscando un equipo, ha estado cerca de terminar en alguna liga menor, como la AFL, pero finalmente ha terminado en los Patriots, la franquicia más exitosa de la última década. Su entrenador, Bill Belichick, para algunos el mejor de todos los tiempos, ha considerado que de ese chico aún se pueden sacar grandes cosas. No tiene previsto darle tiempo en el campo, pero quizá en un futuro pueda salir algo de él. No en vano tampoco nadie veía nada en Brady antes de que Belichick lo convirtiese en un mito del balón oval.
Tebow, el hombre de los informativos y las portadas de revista, el hijo de misionero que se convirtió en un icono, buscará ahora una nueva oportunidad. Su carrera, tan extraña, tan expuesta a lo más alto y a lo más bajo, sigue su camino. Será, no cabe duda, ampliamente documentada.