Isabelle Holdaway, una joven adolescente británica de 15 años que sufre fibrosis quística, se ha convertido esta semana en la primera persona del mundo en ser tratada con éxito con virus diseñados artificialmente para destruir bacterias, conocidos científicamente como bacteriófagos, después de desarrollar una infección que iba a acabar con su vida.
El caso clínico, que supone un punto de inflexión el tratamiento de enfermedades resistentes a los fármacos, como lo era el caso de Isabelle -que había desarrollado una resistencia a los antibióticos - ya que pone de relieve que los virus modificados genéticamente en un laboratorio pueden convertirse en una alternativa para este tipo de tratamientos, y, eventualmente, en un negocio multimillonario.
Isabelle llegó al hospital londinense de Great Ormond Street hace algo más de dos años, ya que por culpa de su fibrosis quística -una enfermedad genética que produce infecciones que obstruyen los pulmones con moco- apenas podía respirar. Durante más de ocho años había estado tomando antibióticos para controlar dos infecciones bacterianas.
Fue sometida a un doble trasplante de pulmón, y semanas después, los médicos comenzaron a notar que las heridas quirúrgicas en la joven no sólo no se curaban, sino que tenía signos de una infección bacteriana y que se le habían formado nódulos en la piel de sus brazos, sus piernas y sus glúteos.
Isabelle ya se encontraba en su casa recibiendo cuidados paliativos cuando su madre encontró por Internet una terapia alternativa basada en el uso de virus bacteriófagos diseñados de manera artificial. Fue entonces cuando el equipo médico británico de la joven se puso en contacto con el científico norteamericano Graham Hatfull, que trabaja como investigador en el Instituto Médico de Howard Hughes.
Fundado por el 'aviador'
En efecto, el laboratorio responsable de salvarle la vida a Isabelle, que tras recibir el tratamiento ha logrado librarse de la última infección y puede hacer vida "prácticamente normal" es nada más y nada menos que un centro fundado hace más de medio siglo por uno de los millonarios más excéntricos del mundo, el cineasta y aficionado a la aviación Howard Hughes.
El instituto en el que trabaja Hatfull ha logrado reunir la mayor colección del mundo de bacteriófagos a lo largo de tres décadas. Los bacteriófagos son un tipo de virus que, como su nombre indica, comen bacterias. Por el contrario, no tienen capacidad de infectar las células humanas.
El científico tuvo que buscar entre los más de 10.000 fagos con los que cuenta en su centro de investigación para ver cuales podrían destruir la cepa que había infectado a Isabelle y así enviar el cóctel 'milagroso' a Reino Unido.
El Howard Hughes Medical Institute (HHMI) es uno de los centros privados en Estados Unidos dedicados a la investigación biomédica y dedicado a la formación y desarrollo de estudios a través de varias universidades americanas. Cuenta con un patrimonio actual que supera los 20.000 millones de dólares anuales, de los cuales cerca de 800 los dedica anualmente a la investigación biomolecular.
Hatfull dirige un programa de HHMI llamado SEA-PHAGES que ofrece a los estudiantes de primer año de la universidad y de segundo año la oportunidad de recoger fagos. En 2018, casi 120 universidades y colegios y 4.500 estudiantes en todo el país participaron en el programa, que involucró a más de 20.000 estudiantes en la última década.
Futuras inversiones
Son muchas las empresas que se han dado cuenta del potencial que pueden tener los fagos en este tipo de tratamientos, ya que curan aquello que la medicina tradicional no puede. La multinacional Johnson & Johnson ha invertido más de 800 millones de dólares en terapias basadas en bacteriófagos. Según Nature, hay al menos una decena de empresas biotecnológicas que también investigan la materia.
Desde la publicación alertan que este tipo de tratamientos van a resultar muy costosos y que son a largo plazo, ya que identificar al virus 'come-bacterias' adecuado para cada caso es un proceso que lleva mucho tiempo.
Por otro lado, muy pocos hospitales disponen de la tecnología para identificar con rapidez las bacterias concretas que deberían ser tratadas con bacteriófagos, por lo que la publicación alega que esto frenar la implantación de este tipo de terapias.