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Alice Weidel y las contradicciones de la serpiente de cascabel

En 2013 se afilió a Alternativa para Alemania (AfD) según ella porque se oponían al euro

  • Alice Weidel y las contradicciones de la serpiente de cascabel

Alice Elizabeth Weidel nació el 6 de febrero de 1979 en Gütersloh, una ciudad del “land” de Renania-Westfalia, en el corazón de la antigua RFA o Alemania occidental. Es la menor de los tres hijos que tuvieron Gerhard Weidel, un acomodado ingeniero industrial y más tarde vendedor de muebles y antigüedades, y de su esposa Margitta. Pero, como ha demostrado una investigación de Welt am Sonntag, Alice es nieta de Hans Weidel, un destacado y prominente juez directamente nombrado por Adolf Hitler para hacer cumplir sus órdenes nada menos que en Varsovia, un lugar en el que las sentencias de muerte dictadas por estos jueces nombrados ad hoc se contaron por decenas de miles. Es cierto que prácticamente todas las familias de la actual Alemania tienen casos así, con parientes que pertenecieron al nazismo, pero el abuelo Weidel no era un nazi cualquiera, era muy destacado. Alice, que no habla nunca de este siniestro personaje, despacha el asunto asegurando que su parte de la familia se llevaba mal con el abuelo, que este murió cuando ella tenía seis años y que no hay más que añadir.

Esa es la manera de funcionar en la vida de Alice Weidel: solo habla de lo que ella quiere y no le importa en lo más mínimo contradecirse, o que aquello que dice sea frontalmente opuesto a lo que hace. Lo lleva haciendo desde que nació. Cuando era una muchacha, sus compañeros y compañeras de clase, que la llamaban “Lille” la tenían por una chica arrogante, mandona, muy segura de sí misma, dominante, a veces “explosiva” y quizá también un poco abusona, rasgos todos ellos que no es nada difícil detectar hoy. Como dice uno de sus amigos de entonces: “Nunca he visto a nadie que diga una mentira con una imperturbabilidad sonámbula como la tuya, sin mostrar la más mínima señal de inquietud”. Pero nadie negó nunca su gran inteligencia. Se graduó en el Jugenddorf-Christophorus-Gymnasium, en la misma tierra donde nació, y fue señalada como la mejor estudiante de su clase. Estudió derecho, economía y administración de empresas en la universidad de Bayreuth, en Baviera, becada por la fundación Konrad Adenauer.

Era descarada y agresiva pero brillante, eso lo ha sido siempre. Fue contratada como analista por Goldman Sachs (uno de los mayores bancos del mundo) y también por Allianz Global Investors. Pasó seis años en China, país sobre cuyo sistema bancario escribió su tesis doctoral; desde luego, habla el mandarín. También trabajó en el Credit Suisse de Singapur, lo mismo que en el Grupo Heristo y en Rocket Internet. Hace tiempo que trabaja por cuenta propia como consultora de gestión.

Los lectores habituales de esta sección de Flora y Fauna saben bien que nunca o casi nunca aludimos aquí a los matrimonios o parejas, y todavía menos a la condición sexual de nadie. Pero en este caso hay que hacer una excepción porque Alice Weidel es explícita, pública, activista y casi publicitariamente lesbiana: hace casi dos décadas que mantiene una unión estable con Sarah Bossard, directora de cine, nacida en Sri Lanka pero de nacionalidad suiza. Y esta es una de las innumerables contradicciones de Weidel: es una defensora acérrima (al menos de palabra) del matrimonio tradicional, con papá, mamá y los niños; está en contra de lo que la extrema derecha llama “ideología de género”, al avance de los derechos de las personas homosexuales y ahora mismo lidera un partido clara, explícita y vehementemente homófobo, como es la AfD.

Dice que defiende firmemente los valores cristianos, pero esa es una de las muchas cosas que dice ahora y olvida más tarde, porque se confiesa atea. Clama: “No quiero que nadie se acerque a mis hijos con esa idiotez del género o sus primeras clases de sexualización”. Cuando alguien le pregunta en público por estos asuntos se pone visiblemente nerviosa. No sería la primera vez que se niega a contestar a esas cuestiones o incluso que se levanta de la silla y abandona la entrevista. Todo un carácter.

Weidel ha sido siempre conservadora y admiradora de Margaret Thatcher, aunque considera de la excanciller conservadora Angela Merkel “está loca” y es poco menos que el heraldo del anticristo por su política humanitaria hacia los inmigrantes. Weidel pertenecía al partido Liberal, el FPD, uno de los “tradicionales” partidos de Alemania, pero en 2013 se afilió a Alternativa para Alemania (AfD), según ella porque se oponían al euro, moneda que Weidel considera poco menos que el primer paso para la destrucción del mundo. Debió de caer bien porque dos años después ya era miembro de la dirección de este grupo político al que todos los demás partidos consideran no ya de extrema derecha, que de esos hay muchos, sino directamente herederos o sucesores de los nazis.

Ellos lo niegan, como es natural, porque las actividades u organizaciones nazis están prohibidas en Alemania, pero Weidel y otros dirigentes han hablado muchas veces de la necesidad de un “borrado de la memoria” de los alemanes para olvidar a Hitler y lo que hizo; se indignan por el hecho de que en Alemania haya monumentos a las víctimas del Holocausto y suelen sostener que el asesinato masivo de seis millones de judíos, o no ocurrió nunca, o fue mucho menor de lo que dice la consabida y conspiranoica “versión oficial”.

Pero ni siquiera los líderes de la AfD (Alexander Gauland, por ejemplo, o Björn Höcke, y varios más) han llegado a decir en público, sin esbozar la más mínima sonrisa ni tragar saliva, que Adolf Hitler era, en realidad, comunista, marxista y cómplice de Stalin. Un rojo peligroso. Esa es la opinión de Alice Weidel. Quien, por cierto, no es especialmente antisemita, aunque una de sus obsesiones más reiteradas es la “remigración”, es decir, reexpedir a sus países a los inmigrantes que llegan. Estos son, según ella, los que “han traído a Alemania los burkas, las ‘chicas con velo’ y los ‘hombres con cuchillo”. Pero ella, aunque está registrada en Überlingen (junto al lago Constanza), vive desde hace muchos años con su pareja en la ciudad suiza de Biel.

Allí debe de sentirse a salvo de los inmigrantes, aunque algunas veces ha dicho que a ella lo que le molesta no son tanto los inmigrantes sino los pobres. De hecho es partidaria de que se expulse de la UE a los países menos ricos, como Grecia o Rumania, para que la Unión se convierta en un club de pudientes, blancos y decentes. Para los demás, ella propone “zonas económicas especiales” en países de Oriente Medio, donde no molesten ni ensucien las calles; que al “paraíso occidental” solo puedan acceder los más ricos, los más listos o los más útiles. Los demás, no. Una de las inmigrantes “útiles” debía de ser su asistenta, una refugiada siria a la que tenía trabajando en su casa sin contrato y sin facturas de ninguna clase. Cuando esto se supo, Weidel dijo que eso no era verdad; que la muchacha siria estaba allí de visita. Esa vez tampoco sonrió ni tragó saliva.

Bien, pues esta es la mujer -un prodigio de coherencia y sinceridad, como vamos viendo- que ha fascinado a Elon Musk, mano derecha de Donald Trump, y que tiene muchas posibilidades de ser la candidata más votada en las próximas elecciones alemanas. Los sondeos le vaticinan al menos un 22% de los votos, sobre todo en las zonas que pertenecieron a la antigua Alemania Oriental; pero también en el resto de la nación.

Sin emnargo Weidel, con sus ideas rápidas y envenenadas como dentelladas de ofidio, tiene un problema y ella lo sabe: el cinturón o cordón sanitario. Desde hace muchísimos años, todos los partidos democráticos de Alemania se ponen de acuerdo para impedir que la extrema derecha, que sigue pretendiendo ocultar sus aromas neonazis, llegue al poder. No ya en el gobierno federal: en ninguna parte. Casi automáticamente, todos se unen para cortarles el paso y luego buscan la manera de llegar un acuerdo para elegir al alcalde, o al presidente del “land”, o al canciller federal. Tan solo hace unos meses, un político de la CDU (el partido de Merkel) se atrevió a insinuar que se podría pactar con la gente de Weidel. La que le cayó encima fue de escalofrío.

Pronto veremos lo que pasa esta vez.

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La serpiente de cascabel norteamericana (Crotalus atrox) es un vipérido fácilmente reconocible que habita en las zonas áridas del norte de México y del sudoeste de EE UU. Esto ya lo saben ustedes: cuando se pone nerviosa, o cuando se siente amenazada, agita unos estuches córneos que lleva en la cola y que suenan de una manera muy característica; esto, por lo general, hace huir a los posibles agresores, que saben que la cascabel es un ofidio extraordinariamente venenoso que escupe ponzoña, o que la inocula a través de sus colmillos. Todo claro hasta ahí.

La cascabel debería ser, pues, la reina indiscutible de su hábitat. Pero no es así. Hay un animalito que se lo impide y que muestra con toda frescura las contradicciones del comportamiento de la serpiente. Y es el correcaminos.

El correcaminos (Geococcyx californianus) es un pajarillo no muy grande, feúcho, muy veloz cuando se pone a correr (aunque es perfectamente capaz de volar), que parece divertirse mucho con la peligrosa y siniestra serpiente de cascabel. Diríase que le tiene tomada la medida.

El asunto se desarrolla así. La serpiente de cascabel avanza por el desierto o por los roquedales, muy segura de sí misma. El correcaminos la ve. De inmediato se pone ante ella (a prudente distancia, desde luego) y la mira con bastante cachondeíto; además, despliega las alas para parecer más grande. La serpiente no se lo toma muy en serio, sabe que un rápido mordisco suyo acabaría con el pájaro.

Pero es que a su derecha suele haber otro correcaminos que hace lo mismo. Y a la izquierda, otro más. Y detrás, otro. Todos los correcaminos se ponen de acuerdo para impedir que la serpiente les muerda, y la distraen, y se burlan de ella (o eso parece), y la ponen muy nerviosa. Tanto que, al final, la cascabel pierde la paciencia, se mueve para donde no toca y uno de los pajaricos aprovecha para atizarle un picotazo en la cabeza. Se acabó el problema. Y también la serpiente.

Y es que, si todos los pajarillos se ponen de acuerdo, la prepotente y populista serpiente de cascabel no tiene ninguna posibilidad de gobernar. Aunque haya ganado las elecciones en el desierto.

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