Si esta Diada ya se preveía complicada para el secesionismo, la guerra interna desatada a sus puertas en el seno de Esquerra Republicana ha terminado de enturbiarla. Y es que a la previsible falta de musculo popular de las marchas programadas para hoy -divididas en cinco ciudades para camuflar el pinchazo-, se le ha sumado el crudo enfrentamiento entre Junqueras y Rovira por las filtraciones de mensajes privados sobre los carteles fake contra los Maragall. Una guerra sucia con la refundación del partido al fondo -en el que ya son cuatro las corrientes que se disputarán el poder en el congreso de noviembre- y que en los últimos días ha adquirido tintes de psicodrama.
El escándalo estalló el martes, cuando se dieron a conocer mensajes de un chat privado en los que la secretaria general de los republicanos, Marta Rovira, trataba de sacar provecho propio del ataque de “falsa bandera” contra Maragall: “Quizá arranquemos unos cuantos votos de solidaridad”. En la operación, organizada en secreto por la propia ERC, se desacreditaba a Ernest Maragall insinuando que padecía Alzheimer como su hermano. Asimismo, en los mensajes interceptados, Rovira reconocía la existencia de una estructura b en el partido dedicada a la contra propaganda -extremo que siempre había negado-.
Tras estas revelaciones, Rovira publicó un contundente comunicado en X en el que las atribuía al sector junquerista y advertía de que ella también tenía capturas de “conversaciones privadas que comprometerían a más de un compañero”. Por su parte, el exconseller Bernat Solér respondió a Rovira que los suyos se sentían “heridos” y reclamó “llegar hasta el final” sobre la estructura b. El incendio también fue atizado por la exportavoz en Rubí, Arés Tubau, que reprochó a los fieles del exvicepresident difundir una acusación “falsa”; y por el rovirista alcalde de Manresa, Marc Aloy, que insistió indirectamente en achacar las filtraciones a sus rivales.
La dureza de las invectivas cruzadas entre las dos facciones revela un conflicto de tintes personales que trasciende lo político. En círculos republicanos se apunta a que la animadversión de Junqueras por Rovira se remonta al instante en que el primero, al salir de prisión, vio cómo la segunda se oponía a su tentativa de tomar las riendas de la formación -que consideraba que se le debía por el capital moral acumulado por su estancia en la cárcel-. A partir de entonces, Rovira y su entorno intentaron neutralizarle desde la Ejecutiva y, según los junqueristas, también desde la estructura b. Los roviristas, a su vez, se malquistaron con Junqueras por su presunta conducta autoritaria y áspera que convertía las reuniones -durante su ausencia, plácidas- en encuentros repletos de tensión.
Además, la refundación que se resolverá a finales de otoño la libran ya cuatro contendientes. Por una parte, Junqueras, con Militancia Decidim, que cuenta con el respaldo popular; y Rovira, con Nova Esquerra Nacional, que reclama nuevas caras. Por otra, las corrientes críticas Foc Nou, partidaria de romper los pactos con el “españolismo” y restablecer la “justicia social”; y Recuperem ERC, promovida por el Colectivo 1-O y que de la mano del economista Xavier Martínez Gil, aboga por reconstruir un frente secesionista que resucite el unilateralismo de 2017.
Dichas hostilidades internas coinciden con un 11-S en el que ERC, tras ausentarse de la marcha en 2022 por diferencias con la ANC, puede ser blanco de nuevo de la ira de los manifestantes tras haber facilitado el primer Govern no secesionista en 14 años. Al mismo tiempo, la crisis-con visos de prolongarse hasta noviembre- genera inquietud en las filas socialistas, cuyas legislaturas en el Congreso y el Parlament dependen en gran medida de sus socios republicanos.