Los recientes disturbios en Salt siguen en centro del debate catalán. Después de centenares de inmigrantes magrebíes protagonizasen tres jornadas de graves altercados en las calles de esta localidad, con un alto porcentaje de población extranjera, a raíz del desahucio de un imán subsahariano, numerosas voces han hecho hincapié en el malestar y frustración por el difícil acceso a la vivienda de estos jóvenes. Sin embargo, a esta variable, según han apuntado otras voces, se le suma la, en ocasiones, ardua convivencia entre la población autóctona y unos inmigrantes con valores sociales y religiosos muy distintos—factor con frecuencia ignorado o directamente negado por los sectores que temen la estigmatización de dicho colectivo—.
Dichas diferencias adquieren su manifestación más acusada en el plano religioso. Y, concretamente, en los procesos de radicalización yihadista que sufren un reducido —pero preocupante— porcentaje de la inmigración musulmana. Sin ir más lejos, el mes pasado la Policía Nacional expulsó a dos imanes salafistas por alentar la radicalización de sus fieles en La Jonquera y Figueres —de nuevo, poblaciones de la Cataluña interior con altos índices de inmigración—. Medios como TV3 se apresuraron a cuestionar las expulsiones, sembrando dudas sobre las intenciones que subyacían a éstas. "¿Qué hay detrás de las expulsiones de los imanes?", se preguntaban, basándose en entrevistas a la comunidad islámica. Por su parte, también llamativa fue la reacción de Junts en el Parlament, que instó a que los imanes recibieran cursos obligatorios de "catalán" y "derechos humanos".
Sea como sea, lo cierto es que Cataluña es el epicentro del islamismo radical en España. A comienzos de año, Interior informó de que en 2024, el 30% de las detenciones por yihadismo se produjeron en la comunidad catalana: 25 de un total de 81. Y cuatro de ellas, precisamente, en Salt. Asimismo, de las 326 mezquitas censadas en la región, un tercio de ellas son contraladas por el salafismo —la corriente que defiende una lectura radical del Islam y que preconiza su instauración a nivel mundial—. Entre las razones que se han apuntado, se cuenta la ubicación geográfica de la comunidad —para algunos, estación de paso a Francia— y su elevado porcentaje de inmigración musulmana —las más alta de España y que el nacionalismo fomentó por cuestiones lingüísticas—.
Tensión multicultural
Este radicalismo religioso es un elemento que perjudica a la imagen del colectivo, despertando recelos en el sector autóctono en ciudades como Salt o Figueres, en las que la tensión multicultural hace temer nuevos altercados. Asimismo, la crisis de la vivienda afecta particularmente a los inmigrantes debido a sus bajos salarios y, a veces, situación irregular. Entidades sociales han denunciado, además, que las posibilidades para acceder a un inmueble menguan para los extranjeros con permiso de residencia y etnia africana. A su vez, la ocupación ilegal de viviendas no hace sino empeorar la situación, como ha resaltado el analista Ignacio Vidal-Folch —que también ha destacado que la "falta de expectativas de progreso" resulta exasperante para estas capas de la sociedad.
Por otra parte, la construcción de nuevas mezquitas para estos fieles en suelo catalán sigue siendo controvertida, como demuestra el enfrentamiento que mantiene Junts y Aliança Catalana en Bañolas por el proyecto de erigir una de grandes dimensiones —la primera, a favor; la segunda, en contra—. No en vano, las mezquitas son "lugares idóneos para procesos de radicalización", explica a Vozpópuli Francisco Villacampa, director de los estudios de Criminología y Seguridad en la UAO CEO. "Sobre todo, en las que se practica el salafismo, más rigorista y que en Cataluña han proliferado porque durante mucho tiempo hubo condescendencia y falta de control con estos centros", indica. En cualquier caso, recuerda que "si bien no todos los salafistas son yihadistas, todos los que caen en el yihadismo han pasado por procesos de salafización".
De todas formas, Villacampa mantiene que la radicalización de las mezquitas no conduce a sus adeptos a cometer "acciones delictivas de tipo vandálico" como las de Salt, sino "atentados terroristas". Y aclara que, aunque la marginalidad de parte de los inmigrantes puede ser un factor de radicalización, ésta obedece a múltiples factores, como los de tipo "familiar o psicológico". En este sentido, recuerda que los líderes de grupos terroristas proceden de ambientes "cultivados" y acomodados. Con todo, el rechazo que el terrorismo puede despertar hacia el colectivo magrebí si es susceptible de ser usado por los salafistas. "Los radicalizadores pueden usarlo para fomentar el resentimiento de estos jóvenes a la sociedad occidental y captarlos para yihad", apunta.
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