Cuando Jaime Labraña veía por televisión las imágenes del colapso en el aeropuerto de Kabul (Afganistán), en verano de 2021 -ante la precipitada retirada de las tropas internacionales lideradas por la OTAN- no dejó de sentir una mezcla de nostalgia y desazón. Porque aquel aeropuerto, entonces convertido en las puertas del infierno terrenal, era el mismo donde, en 2010, se había desempeñado como controlador al servicio del Ejército del Aire. También lo hizo en la localidad afgana de Herat; y, anteriormente, en Bosnia, en los años 1993 y 1997.
“Guardo un recuerdo inmejorable de los afganos”, sostiene ahora Labraña. “Tan cercanos, tan familiares… Que se vieran en esa situación fue muy triste. Tanto esfuerzo internacional para dejar así el país da mucha pena”, asevera este brigada en excedencia del Ejército del Aire y del Espacio.
Su experiencia como controlador militar, tanto en escenarios de conflicto como en territorio nacional, le abrió las puertas a un destino que jamás se planteó, pero al que ahora dedica “muy feliz” sus esfuerzos profesionales: formar a los futuros controladores aéreos de España. Lo hace desde el STC Training Center, una escuela especializada en el sector de la navegación aérea ubicada en Madrid.
¿Cómo acaba un brigada del Ejército del Aire dedicado a la docencia en el sector privado? “Es una historia larga”, sonríe Labraña. Siempre soñó con ser controlador aéreo y vio una oportunidad de hacerlo en el ámbito militar: cuatro años en la academia de Cuatro Vientos, dos años en un escuadrón de vigilancia aérea en el municipio coruñés de Noia y, después, a Salamanca, donde realizó un curso específico de controlador aéreo antes de quedarse con un destino definitivo.
Bosnia y Afganistán
Así llegó el año 93. Bosnia. Una guerra explotaba en el corazón de Europa y España afrontaba su primera gran misión militar en el exterior, en este caso bajo el paraguas de la ONU. Un reto para unas Fuerzas Armadas que, hasta la fecha, estaban más acostumbradas a un despliegue en territorio nacional. Nacía el espíritu expedicionario de los ejércitos y de la Armada, que hoy se traduce en 12.000 efectivos involucrados en 17 misiones internacionales.
Pero entonces casi todo era nuevo; cada decisión, un desafío. El de Jaime Labraña no fue menor. Él integraba un sistema de control táctico de cazas de combate para dar apoyo cercano a las tropas españolas y marcar posiciones en las que se pudieran ubicar fuerzas hostiles: “Dábamos información a las aeronaves para que nos dieran apoyo”. Un reto profesional y una experiencia personal “brutal”: “Aprendí muchísimo, en todos los sentidos”.
Tras visitar Bosnia en dos ocasiones (1993 y 1997) llegó el turno de Afganistán. Herat en 2005 y Kabul en 2010. “La torre de Herat era muy pequeña, con muy poco tráfico. Eso permitía tener mucha relación con personal de allí. Tengo muy buen recuerdo de ellos, cercanos, generosos… Kabul era muy distinto, un aeropuerto muy grande, muy complejo, con operaciones las 24 horas al día y controladores de muchos países la experiencia fue impresionante”.
Trabajar como controlador en Afganistán conlleva varios retos. El aeropuerto de Kabul está encajonado en una zona montañosa, lo que exige que algunas aeronaves, al despegar, tengan que volar en espiral hasta alcanzar la altura suficiente para enfilar la ruta establecida. Las dificultades de transporte terrestre hace que los helicópteros sean protagonistas habituales en estos escenarios.
También eran frecuentes las aeronaves de antiguos países de la Unión Soviética que, por razones de seguridad, no estaban permitidas en el mundo occidental. Todo ello en un escenario completamente internacional y el riesgo siempre latente de un ataque terrorista. “No nos aburríamos”, apunta Labraña.
Instructor
Pero llegó el momento de colgar el uniforme. Al menos, así lo consideró este brigada en excedencia, que recibió una propuesta para trabajar como controlador en el ámbito civil de la mano de Saerco. “Me propusieron ir a Canarias, metí a toda la familia en la ecuación y allí nos fuimos todos”.
Después se le abrieron las puertas de la instrucción. Aunque Labraña, tras toda una vida militar y de controlador, admite que aún no se ha acostumbrado del todo al término “instructor”: “Pese a que todos mis hermanos son profesores, la enseñanza nunca fue uno de mis objetivos definitivos. Pero este es un reto fabuloso, conoces a chicos jóvenes con una vocación increíble y con ganas de comerse el mundo; o a gente que tiene más años, ya con una carrera profesional, pero que quieren cumplir un sueño que hasta ahora no habían vivido”.
Jaime Labraña habla desde la sede central de STC Training Center, en Ciudad Universitaria (Madrid). Camina por el pasillo de la escuela y comenta con los alumnos el desarrollo de sus clases prácticas: aunque se trata de una ficción, la calidad de las imágenes en las pantallas supone una inmersión total en aeropuertos reales.
La escena es idéntica a la que se aprecia en una torre de control. Hay algunos aviones en pista y, por el momento, luce un sol brillante: “Pero podemos ser todo lo… malos [ríe] que queramos, aquí podemos poner lluvias, condiciones meteorológicas adversas o recrear cualquier situación de crisis para que el alumno la tenga que superar”.
Las clases prácticas en los simuladores de alta fidelidad están precedidas de otras nociones teóricas que se desarrollan de forma online. Entrar en la escuela no requiere una titulación específica o un perfil definitivo, sólo contar con un nivel de idiomas que permita mantener conversaciones fluidas para las comunicaciones de control, ser mayor de edad y superar unas pruebas psicofísicas: “Tienen sus particularidades, pero no son muy diferentes de las de un piloto de avión”.
De Afganistán y Bosnia a forjar a los futuros controladores aéreos de España.
Pregunta: Imagino que lo de Kabul sería un desafío más complicado que este.
Respuesta: [Ríe] Todo tiene sus cosas. Este es un desafío fantástico porque ves la evolución del alumno y que puedes transmitir algo de la experiencia acumulada durante tantos años.