El batacazo socialista en las europeas del pasado 25 de mayo sigue provocando sacudidas en algunas de las federaciones del partido de mayor solera y relieve electoral. El líder del PSC, Pere Navarro, supo que su carrera estaba sentenciada cuando hace poco más de una semana su principal protector, Alfredo Pérez Rubalcaba, anunció su rendición. Con él al frente, el PSOE acababa de dejarse casi tres millones y medio de votos desde las generales de 2011, una sangría especialmente preocupante en Cataluña: ERC fue la fuerza más votada con 590.837 apoyos 45.565 más que CiU, mientras el PSC, que había sido el partido ganador hace cinco años, pasaba de tener el 36% de los apoyos a solo el 14%, con la pérdida de 350.349 votos. Navarro acabó de hacer ayer la digestión del tortazo, cuando a media tarde anunció que tira la toalla para facilitar “cambios profundos”. No tenía sentido alguno que continuara en el cargo, sabiendo que ha perdido el apoyo de la dirección del partido en su comunidad y que, dentro de mes y medio, tendría que entenderse, en otro idioma distinto al que empleaba con Rubalcaba, con alguien casi veinte años más joven que él en la calle Ferraz de Madrid (sede federal del PSOE), admiten fuentes socialistas.
Navarro tira la toalla abandonado por su partido y sin la protección de Rubalcaba
Rubalcaba tuvo conocimiento hace unos días de la intención de Navarro de dejar la dirección del PSC y ni siquiera intentó convencerle de que siguiera en ella. Los dos son conscientes de la gran trampa electoral que dejan a sus sucesores en Cataluña, con unos agujeros muy difíciles de tapar en pleno proceso soberanista y casi imposible de cubrir de aquí a las elecciones generales del año que viene. Los socialistas catalanes no solo arrastran los peores resultados de su historia sino que militan en un partido que desde Madrid se percibe en “estado terminal”, con una pérdida total de identidad agravada desde que comenzó a orillar a su ala soberanista. Esta decisión la tomó en comunión con Rubalcaba, ya que tenía que elegir entre enterrar el hermanamiento un tanto artificial entre PSC-PSOE que ya dura 36 años o fracturar al partido por dentro en Cataluña, la opción finalmente elegida.
Un partido desnortado y sin proyecto
Al final, esta salida le ha terminado pasando factura a Navarro y a su equipo: detrás de su dimisión anunciada ayer, está un grupo parlamentario sin ningún tipo de cohesión interna y un partido con serias dificultades para disciplinar, incluso, a muchos de sus concejales, inclinados a respaldar por su cuenta mociones soberanistas promovidas por CiU y ERC. En estos momentos, el PSC no aglutina ya a las distintas sensibilidades que le convirtieron en la fuerza mayoritaria cuando se celebraban en Cataluña generales, europeas y municipales y el expresidente Felipe González era un invitado estelar en todas sus campañas. El Pacto del Tinell firmado por Pasqual Maragall en 2003 marcó un antes y un después en un proceso que acabó por vincular a los socialistas catalanes con ERC e Iniciativa.
La situación empeoró para el PSC cuando Navarro, después de casi dos años y medio en el cargo, se demostraba incapaz de gestionar una equidistancia creíble en Cataluña entre el frente independentista y el PP. La inclusión en el programa electoral de las europeas del derecho a decidir, su rechazo a la secesión y el doble juego que se ha traído con la futura ley de Consultas, le ha terminado por abocar a una especie de esquizofrenia que ha acabado reflejándose en el rostro cariacontecido con el que el propio Navarro compareció ayer en Barcelona ante los periodistas.
Algunas miradas en el PSOE se dirigen ahora hacia el madrileño Tomás Gómez
Después de Rubalcaba, Patxi López en el País Vasco y Navarro en Cataluña, ¿a quién le tocará ahora seguir su ejemplo? Algunas miradas apuntan nerviosas al madrileño Tomás Gómez, que ha llevado a su partido al suelo electoral más bajo de su historia