El caso Nóos fue el gran lunar de la última etapa de Juan Carlos I como Jefe del Estado. Estalló en 2010-2011, puso a la Zarzuela en el ojo del huracán los años siguientes por la presunta corrupción del yerno del Rey y se vino a la mente de todos cuando el Monarca abdicó en su hijo (junio de 2014), maniobra no contemplada en el marco jurídico que obligó al Parlamento a desarrollar una legislación exprés para ejecutarla. Los manejos de Urdangarín y sus consecuencias fueron uno de los desencadenantes, si no el principal, de aquella decisión.
Don Juan Carlos se apartó para revitalizar una institución muy dañada en los últimos tiempos por una serie de desdichas coincidentes con los estragos de la mayor crisis económica de la democracia y que tuvo dos episodios especialmente sonados: Nóos y la cacería de Botsuana. El segundo provocó la célebre petición de perdón del Rey a los españoles; el primero vuelve hoy a la palestra, empañando los albores del reinado de Felipe VI y causando un nuevo jirón a la Corona en un escenario de atomización parlamentaria que tiene entre sus muchos reflejos uno preocupante para la Zarzuela: nunca tantos diputados cuestionaron a un tiempo la forma del Estado.
“Uno de los principales retos a los que se enfrenta toda entidad, pública o privada, es la disonancia que existe entre la identidad que pretende proyectar y la imagen que los públicos construyen con respecto a ella”, explica el profesor de comunicación política Pablo Vázquez Sande. En ese sentido, continúa, “el relato de la Casa Real durante mucho tiempo se desentendió del clima sociopolítico en que se consumían sus discursos, sin preocuparse en generar una empatía mínima que legitimase una institución cuya reputación estaba profundamente cuestionada”.
Felipe VI logró contener el descrédito de la Corona: el 57'4% de los españoles valoró positivamente su primer año de reinado
La Corona fue durante años la institución mejor valorada por los españoles, junto a las Fuerzas Armadas. En 2011, los ciudadanos le otorgaron por primera vez un suspenso (4’89), rebajando la nota hasta el 3’72 en vísperas de la abdicación de Juan Carlos I (abril de 2014). El CIS llevaba desde 1994 preguntando a los españoles por el grado de confianza en las instituciones y la Monarquía siempre había sido aprobada, llegando a obtener el notable en alguna ocasión. La crisis y la desafección ciudadana cambiaron la tendencia, que solo se revirtió con la llegada de Felipe VI al trono, como reflejó el CIS en la primavera de 2015: el 53’5% mostraba confianza en la Corona y el 57'4% valoraba positivamente el primer año de reinado de Don Felipe -frente a un 17’8% que lo desaprobaba-.
Una piedra en el camino
¿Lastrará su imagen este retorno del escándalo Urdangarín a la primera línea? “Por supuesto que va a dañar la reputación de una institución que está tocada”, responde el politólogo Ignacio Martín Granados. No obstante, matiza: “Se daña a la organización” más que “a quien está al frente”, y no es un detalle menor que “Felipe VI ha sido quien más ha hecho por tratar de separarse de la polémica”.
En línea similar se manifiesta el consultor César Calderón: “Mi impresión es que Felipe VI accede al trono sin la carga simbólica de este caso. Nóos forma parte de la anterior etapa, y el propio Rey se ha ocupado de separarse de todo lo relacionado con este caso de forma quirúrgica”.
En efecto, Don Felipe decidió en junio de 2015 dar un golpe de timón y revocar el título de duquesa a su hermana, la Infanta Cristina, procesada por delito fiscal y blanqueo de capitales en el citado caso. La Infanta gozaba del título desde que se casó con Urdangarín (1997) y había rechazado renunciar a él y a sus derechos dinásticos pese al escándalo que le afectaba desde hacía tiempo. Resistía a las presiones y mantenía su condición y su matrimonio, dejando a la Corona en situación muy comprometida.
La Infanta se resistió a renunciar a sus títulos y derechos dinásticos pese al cerco de la Justicia sobre ella y su marido
El Monarca decidió actuar, un gesto que aplauden tanto Martín Granados -“no debe haber dudas ante la corrupción y el Rey, el primero de todos los españoles, debe ser modelo de virtud pública”- como Vázquez Sande -“no era una opción, sino una necesidad en la medida en que el posicionamiento público de Felipe VI se armó en torno al concepto de un nuevo tiempo”-.
Este último añade que “el hecho de que su hermana se resistiera le permitió al Rey enarbolar un storytelling muy asentado en el acervo cultural, el del héroe contra el villano, sirviéndose de ese conflicto para hacerse fuerte y para mostrar su voluntad por marcar esa línea roja, máxime en una sociedad donde la familia sigue siendo un elemento muy valorado”.
La Justicia, "igual para todos"
Antes de eso, nada más acceder al trono, Felipe VI comunicó que la etiqueta de familia real pasaba a englobar exclusivamente a los Reyes, sus dos hijas y los Reyes eméritos. Sus hermanas quedaban fuera. Urdangarín había sido apartado por su suegro, en 2011, a causa del “comportamiento no ejemplar” que le tenía en la picota judicial. En su discurso de Navidad de aquel año, Juan Carlos I proclamó que la Justicia es “igual para todos” y mandó otro mensaje a su yerno, junto al que se ha mantenido la Infanta a pesar de todo.
Pero esos intentos por marcar distancias no ejercen de cortafuegos absoluto, ni mucho menos. La Corona acusa el desgaste del primer juicio contra miembros de la familia del Rey: a Don Juan Carlos le emborronó el final del reinado y a Felipe VI le cae ahora la sentencia como un mazazo, por mucho que prometiera el día de su proclamación “una Monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Tarea que dijo afrontar “con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que inspira a los hombres y mujeres de mi generación”, pero que está sujeta a los avatares que escapan a su control. Como el de hoy.
Las sociedades contemporáneas cuestionan más la arquitectura institucional, presentan un espíritu más crítico, volátil y contestatario
Lo explica el profesor y consultor político Vázquez Sande: “Hasta ahora, la Corona había sufrido el juicio popular, la crítica por parte de una ciudadanía y unos medios de comunicación que hasta entonces no se habían atrevido a cuestionarla. Ahora, al juicio popular se le suma el fallo judicial que contribuirá a reforzar el cuestionamiento de una institución que ha obrado de forma opaca y con muchas dudas bajo el reinado de Juan Carlos I”. En favor de Don Felipe juega que “el impacto será menor debido a que no es una sorpresa para la opinión pública”, pero “ratificará un mal comportamiento”.
Dada la magnitud del escándalo, puede colegirse que Zarzuela se ha manejado con razonable eficiencia. El relevo en la Corona y la temprana ruptura de relaciones con el matrimonio procesado permiten amortiguar un golpe que en otras circunstancias podía haber sido letal. Felipe VI se apartó de su hermana en 2015 sin miramientos, operación que según César Calderón fue "esencial para otorgar la necesaria auctoritas a su reinado; de otra forma, en el imaginario colectivo del ciudadano medio, hubiera unido su suerte a la de ella y hoy cargaría con una mochila ajena y que dificultaría enormenente la propia supervivencia monárquica".
Para Martín Granados, los gestos y medidas encaminados a renovar Zarzuela e imponer una mayor transparencia en su actuación perseguían "por un lado, separarse de la gestión de Juan Carlos I y, por otro, hacer de la Casa Real una institución del siglo XXI": "Era y es necesario para justificar su existencia y garantizar su durabilidad en una sociedad que cuestiona todo y ha levantado el velo crítico existente hacia la Monarquía". Calderón ve en esta nueva etapa una obsesión por "no cometer errores que está impidiendo que la imagen de Felipe VI se proyecte con mayor calidez y cercanía". "Por dibujarlo de forma más gráfica, tenemos un Rey que se ha situado dentro de una vitrina; le podemos ver, pero es imposible tocarle ni escuchar su verdadera voz, solo un eco lejano de la misma".
Felipe VI tiene una ardua tarea por delante para lavar la imagen de la institución y garantizar su supervivencia en un país cambiante, como todo Occidente, con una ciudadanía cada vez más crítica, volátil y contestataria. Y es que si hay algo que permanece invariable es aquella enseñanza maquiavélica de que "no son los títulos los que honran a los hombres, sino que los hombres honran a los títulos". Cuando impera la calma y cuando todo es convulso. Como ahora.