Darya Kostenko posa delante del cementerio de coches de Irpin, un lugar donde reposan decenas de vehículos oxidados y amontonados de civiles muertos durante la ocupación rusa de la localidad. Residente del lugar, fue una de las miles de personas que tuvieron que huir del municipio por la ofensiva rusa de febrero de 2022 que devastó las ciudades dormitorio del norte de Kiev y cuya resistencia fue clave para evitar la caída de la capital de Ucrania. El feroz ataque de Rusia sobre Irpin dejó imágenes para la historia como, por ejemplo, cuando a principios de marzo los rusos bombardearon a discreción la localidad en medio de la evacuación de civiles que se dirigían a Kiev por el puente bombardeado de Irpin, que aún sigue en reconstrucción.
Ahora Kostenko ha vuelto a su hogar y no piensa volver a irse. Después de un periplo que le llevó a huir con su familia hasta Georgia y Polonia, ahora forma parte del equipo del Instituto de Desarrollo de la ciudad de Bucha, vecina a Irpin, donde ha encontrado su lugar para aportar su grano de arena y reconstruir su país después de haber sido manager de un restaurante. "Vamos a ganar, lo creo firmemente y por eso no tengo miedo. No cabe otra posibilidad. Este es mi hogar y quiero que mis hijos crezcan aquí", declara.
Tanto Irpin, como Bucha, Hostómel o Borodyanka, fueron claves de la resistencia durante el asalto del Ejército ruso hace poco más de un año. Su caída hubiera supuesto la antesala para la toma de Kiev mediante el asedio. El pulso por la ciudad tuvo varias fases. En un primer momento el Ejército ucraniano intentó repeler el avance ruso después de que se hicieran con el aeropuerto de Hostomel. Pero alrededor del 27 de febrero las fuerzas terrestres rusas lograron tomar posiciones hacia la localidad con el apoyo de la artillería y ataques aéreos.
Los ciudadanos se convirtieron entones en carne de cañón de las hostilidades, sobreviviendo al fuego enemigo durante un mes, teniendo que refugiarse y jugarse la vida cada vez que salían al exterior. Al menos 200 personas perdieron la vida en una población que previamente llegó a los 70.000 habitantes y que, poco a poco, vuelve a la normalidad después de que el 70% haya regresado, según explica Tamara Burenko, miembro del Ayuntamiento de Irpin.
Ahora, lejos de los bombardeos, la ciudad cobra una nueva vida, renaciendo de sus cenizas bajo el sosiego del sol de primavera y el crecimiento de la vegetación. Al entrar en la ciudad por la carretera de Hostomel, un par de máquinas de construcción limpian la zona de escombros donde ha quedado a la vista un gran solar después de la demolición. Entre el polvo, sin esperarlo, emerge, delicada entre las ruinas toscas, el grafiti de una bailarina del artista Bansky, ahora enmarcado y protegido por su valor. En este proceso de reconstrucción, la ciudad recibe en su mayoría financiación privada y de entidades extranjeras como la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para levantarse de nuevo después de que al menos el 71% quedara destruida. En este tiempo, Irpin ya cuenta 412 edificios residenciales y 322 casas nuevas, además de un bloque de módulos construido para los civiles que han perdido sus casas.
Menos dañada aunque aún perseguida por la sombra del horror se encuentra Bucha, con una población de alrededor de 37.000 habitantes a 30 kilómetros de Kiev. Caminar por sus calles resulta extraño. Una niña cruza en bicicleta mientras dos personas mayores caminan despreocupadas con bolsas de la compra frente a la Iglesia de San Andrés, donde cientos de cuerpos fueron encontrados en fosas comunes a principios de abril. Es otra ciudad, con apenas signos evidentes de las hostilidades rusas más allá de las reconstrucciones que se están haciendo en ciertos puntos. La más llamativa es la que tiene lugar en la calle Vokzalna donde ya está en marcha la construcción de 12 nuevos edificios y la reparación de otros 80 con la financiación de casi 5 millones de euros aportados por una fundación estadounidense y las arcas del municipio.
Aún así, nadie olvida. En la iglesia está previsto llevar a cabo un proyecto arquitectónico para transformar el espacio en un memorial. Hasta entonces, el templo acoge una humilde exposición con fotografías del terror que sufrieron los habitantes durante 33 días, el 31 de marzo de 2022, cuando los rusos abandonaron la ciudad. Recorrer esas fotografías supone para Mykhailyna Skoryk-Shkarivska, teniente alcalde de Bucha, hablar de los vecinos con los que se cruzaba cada día. "Salió a la calle porque pensaba que por ser mujer no la iban a matar. Se equivocaba", explica mientras señala la mano con las uñas pintadas de una conocida asesinada. Al menos 400 personas perdieron la vida durante la ocupación rusa.
Uno de los supervivientes es Dmytro Hapchenko, quien fue voluntario durante las evacuaciones de la ciudad hasta que a medidos de marzo se cerró el corredor humanitario. Cuenta que estaba esperando los autobuses de evacuación y la llegada de suministros cuando fue interceptado por los rusos junto a otros compañeros, que le quitaron los documentos y le ataron las manos además de ponerles una bolsa en la cabeza. Les tuvieron en espera hasta la llegada de un capitán para interrogarles, que finalmente no se presentó y a la mañana siguiente logró escapar del sótano en el que estaba. Pensaba que le llevarían al bosque y le matarían, como había ocurrido con otros vecinos de Bucha sospechosos de ser soldados.
Explica que la mayoría de la población de Bucha huyó los primeros días de la ofensiva rusa, aunque actualmente, según datos del Ayuntamiento, el 80% de los residentes han regresado. Un año y tres meses después, la ciudad recobra la vida aunque sin olvidar sus heridas: al menos 70 personas siguen desaparecidas, según el recuento de la Administración, y la investigación sigue abierta.