A veces lo obvio tiende a volverse invisible. Resulta que una parte de los ciudadanos se ha caído estos días del guindo y ha comprobado que la política española, en su afán por conquistar parcelas que no debería atreverse a pisar, también ha asaltado la universidad, hoy dominada por la siniestra versión académica del capitalismo de amiguetes. Los medios -con honrosas excepciones- han tratado durante mucho tiempo este problema con una inexplicable levedad, hasta el punto de pasar de largo sobre algo tan grave como el nepotismo y el clientelismo en la enseñanza superior. El 'caso Cifuentes' los ha hecho despertar de su letargo y, a poco que han rascado, han descubierto una enorme fosa séptica en esta institución académica que ha impregnado de un fétido olor los currículums de algunos “insignes” representantes políticos.
El asunto no hubiera salido a la palestra si nadie tuviera cuentas pendientes con los dirigentes de la Universidad Rey Juan Carlos. Se ha reproducido el guión mil veces visto: siempre canta la amante despechada o el tipo que ha dejado de creer en el sistema y no tiene nada que perder.
Sea como fuere, el 'caso Cifuentes' ha puesto en el centro del debate tres temas fundamentales: la desfachatez de líderes políticos de cartón piedra, la mendicidad intelectual de una parte de la universidad española y las costuras de un país en el que la titulitis ha arrinconado a la meritocracia. El esfuerzo y el trabajo han sido arrasados por títulos vacíos que se obtienen sin esfuerzo y por el esnobismo más carente de criterio.
Evidentemente, los grandes medios no han ofrecido excesivas explicaciones sobre este punto. Entre otras cosas, porque hay alguno que ejerce una conocida influencia sobre universidades públicas y privadas. Y, entre otras cosas, porque ellos también hacen caja con másteres sobre periodismo (El País, El Mundo, ABC, Agencia EFE...). Estos cursos no forman parte del sistema público de enseñanza, está claro, pero también contribuyen a perpetuar la titulitis y a crear canteras formadas por quienes han pasado por caja.
El Cifuentes-gate
Se empeña estos días en aferrarse a su cargo Cristina Cifuentes, una líder política que hace un mes que luce cadavérica en su despacho en la Puerta del Sol. Lo hace con un afán similar al que ha demostrado tratando de separar su vida académica de la política. Evidentemente, en vano, pues son varios los episodios de su trayectoria profesional que dejan claro que no ha habido tal separación. Quizá el más representativo es el que tiene que ver con que uno de los miembros del tribunal que evaluó su oposición al Cuerpo de Técnicos Superiores de la Universidad Complutense fue José Francisco Otero Ferrero, quien fue nombrado gerente del Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid pocas semanas después de que Cifuentes tomara posesión como presidenta autonómica. Personal de confianza, vaya. En cuidar a esas personas consiste una determinada forma de hacer política.
Los 'Kennedys de laboratorio' han mentido en su currículum con la complicidad de una universidad politizada y desnortada.
Su máster en Derecho Autonómico ha mostrado a la ciudadanía el cinismo de los 'Kennedys de laboratorio', que no son pocos. Estos insignes representantes han adornado su currículum con humo, con la complicidad de una universidad politizada y desnortada que utiliza los másteres como espejitos de colores para incautos. Se los ofrece en condiciones ventajosas a estos insignes políticos y posteriormente los vende entre los potenciales alumnos con esa percha. "Este máster lo cursó tal o cual, merece la pena pagarlo".
Llama la atención la actitud de los medios de comunicación, que en su mayoría han pasado de largo sobre este asunto durante muchos años, pero que ahora le dedican decenas de páginas y horas y horas de programación. Por supuesto, no han dudado en fomentar el intercambio de golpes entre las fuerzas parlamentarias y los medios de una y otra ideología. Eso es chabacano, pero vende.
En este contexto, el PP de la Comunidad de Madrid apeló a la colaboración ciudadana el pasado domingo en Twitter para encontrar al 'chivato' que había delatado a la presidenta madrileña. Eso también ha llevado a descubrir que Pablo Casado obtuvo un título por la vía rápida en el tenderete de la Harvard University en Aravaca. O que Ana Pastor borró de su currículum su MBA (máster en administración de empresas). O que el portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid se define como licenciado en Matemáticas cuando no lo es. Tampoco es ingeniero el secretario de Organización de Podemos en Galicia, Juan José Merlo, pese a que así lo dijera su ficha oficial en el parlamento gallego, según detalla 'ABC'. Parece que los cuarteles generales de los partidos no faltan faroleros.
Limpia de enchufados en la universidad
Existe la opción de convertir este problema en una caza de brujas o de observarlo como un síntoma de la absoluta podredumbre de la vida académica española, donde la política y la mediocridad todo lo invaden y todo lo contaminan. De momento, los medios se han limitado -en su mayoría- a buscar presas fáciles para situarlas en la diana, de la misma forma que ocurrió cuando los pensionistas salieron a la calle y a (casi) nadie en esos programas televisivos de agitación y lágrima fácil se le ocurrió hacer un análisis riguroso sobre el presente y el futuro del sistema.
Los medios de comunicación deben contar los hechos y describir los problemas de la sociedad, pero también contextualizarlos y proponer vías para atajarlos. El 'caso Cifuentes' no debe servir exclusivamente para retratar a los cargos públicos que aseguran ser maestros en lo divino y humano y dominar el inglés, el alemán y el dialecto pekinés, sino para proponer soluciones para la universidad, que, un buen día, dio la espalda al conocimiento y decidió dividirse en bandos para que los prosélitos de las fuerzas políticas pudieran encontrar acomodo en sus despachos.
Quizá el hecho de escarbar en la universidad -más allá de lo de Cifuentes- y denunciar todos estos malos no genere tanta audiencia e incluso pueda llegar a ofender a algún amigo de algún medio. Pero resulta necesario.
Una vez más, se ha comprobado que lo público necesita ser auditado de forma efectiva. En este caso, el problema se ha planteado con la enseñanza superior, donde los partidos tienen una presencia innecesaria, donde se mezclan los protegidos con los que no tienen recursos para seguir investigando, donde las asociaciones de estudiantes se preocupan más por defender los intereres de la fuerza política o sindical que les respalda (esa líder estudiantil ¡de 31 años!) que los de la propia universidad; y donde la colaboración con el mundo de la empresa es totalmente desastrosa. También donde se transmite a los alumnos ideología trasnochada; y donde el desigual reparto de fondos públicos auspicia grandes barreras de entrada que resultan infranqueables para quienes no pueden costearse un postgrado o un máster.
Un sistema de enseñanza -público o privado- cojea cuando auspicia la creación de 'castillas' que no destacan especialmente por su prestigio profesional, sino por su alineamiento a la izquierda, a la derecha o al lado de alguna organización religiosa de cuyo nombre no quiero acordarme. Miren ustedes hacia Navarra. O hacia el centro de enseñanza de ese expresidente que forma futuros líderes políticos liberales desde España, el país que gobernó con una especial vocación por fortalecer nuestro queridísimo capitalismo de amiguetes.
Quizá el hecho de escarbar en la universidad -más allá de lo de Cifuentes- y denunciar todos estos malos no genere tanta audiencia e incluso pueda llegar a ofender a algún amigo de algún medio. Pero resulta necesario.
Por cierto, hablando de necesidades, llama la atención eso de que uno de los medios que han tirado del hilo de este tema diga que “necesita socios y otros medios no”. Como si fueran el último bastión del periodismo. O como si no tuviera publicidad del Ibex 35, como todos. En fin, lo que hay que leer.