Las circunstancias que han rodeado al discurso que ha lanzado este marrtes Felipe VI a los españoles han sido muy diferentes a las del 23-F, cuando se produjo la otra gran crisis a la que se ha enfrentado el ‘régimen del 78’. En aquel entonces, la democracia del país estaba en pañales y el Estado de derecho acababa de germinar. La locución se grabó casi a escondidas, se emitió de madrugada y resultó un golpe casi definitivo para Tejero y sus hombres. En esta ocasión, el epicentro del problema no se encontraba en el Congreso de los Diputados, sino en Cataluña, donde sus líderes políticos amenazan con una declaración unilateral de independencia y una parte de su población ha tomado las calles, exigiendo que sus representantes culminen la voladura del Estado.
El Rey ha estado firme, ha acusado al Govern de “deslealtad inadmisible” y ha realizado un llamamiento al “entendimiento y la concordia” a los ciudadanos. Ahora bien, nadie espera que su discurso tenga la misma efectividad que el que pronunció su padre durante ‘la intentona’ de 1981. Entre otras cosas, porque una parte de la sociedad catalana ha dejado de escuchar los mensajes que llegan desde Madrid. Y porque la Corona pesa hoy menos que hace cuatro décadas. Por sus desatinos y por el trato que ha recibido por parte de los poderes públicos españoles.
El discurso de Felipe VI ha sido más largo que los que pronunció Juan Carlos I con motivo del 23-F, del 11-M y de su abdicación. El primero duró 1:30 minutos, el segundo, 3:50 y el tercero, 5:47. El que ha ofrecido su sucesor, se ha extendido durante 5 minutos y 56 segundos.
El Rey lo ha articulado desde la mesa de su despacho, con un taco de folios en las manos, un ordenador portátil a su derecha y dos banderas a su izquierda: la española y la de la Unión Europea. Al contrario que su padre durante el 23-F, ha elegido un atuendo de civil, con chaqueta y corbata roja. Su tono ha sido solemne, aunque no de forma desmedida. “Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán”.
Al contrario que su padre durante el 23-F, ha elegido un atuendo de civil,
Su producción ha corrido a cargo de un equipo de Televisión Española, según han reconocido fuentes de la corporación, que se han negado a ofrecer más datos sobre la cobertura. Evidentemente, el margen de maniobra de sus responsables ha sido mayor del que tuvieron los periodistas de la cadena pública en la larga noche del 23-F, cuando Pedro Erquicia, sus dos técnicos y sus dos reporteros tuvieron que esperar a que los soldados abandonaran Prado del Rey para poner rumbo al Palacio de la Zarzuela, al filo de la medianoche, según relatan las crónicas de la época.
Juan Carlos I también apareció frente a una mesa, en un plano frontal que en aquella ocasión se fue acortando durante la grabación. El Emérito confirmó a los ciudadanos que había comunicado “a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes del Estado Mayor” que tomaran “las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente”. Felipe VI ha emplazado “a los legítimos poderes del Estado” a “asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña”.
La discordia imperante
Hace 37 años, con una democracia joven, con todo por ganar y con el precedente cercano del pacto entre las fuerzas políticas para dotar al país de una Constitución, las palabras de Juan Carlos I contribuyeron a cerrar filas alrededor de la democracia. En esta ocasión, apenas si habían transcurrido unos minutos desde la finalización del discurso de Felipe VI cuando aparecieron las primeras críticas desde dentro de Cataluña –“El olor a república es cada vez más intenso”, Joan Tardá- y desde Madrid –“le digo al Rey no votado: no en nuestro nombre”, Pablo Iglesias-.
Es el fiel reflejo de estos tiempos, en los que las ideologías populacheras ocupan una buena parte de los Parlamentos español y catalán; y se empeñan, día a día, en dinamitar cualquier intento de pacto. En sembrar la discordia.
En 1981, también se podría hablar de líderes, de políticos y ‘fontaneros’ de altura, con experiencia en construir. A la cabeza del ‘bando catalán’ se encuentra Carles Puigdemont, un político minúsculo que ejerce desde hace casi dos años de 'hombre de paja' del independentismo y que no ha opuesto ninguna resistencia a quienes pretenden volar los últimos puentes que unen Madrid y Barcelona.
En la otra trinchera se encuentra el presidente del Gobierno, experto en camuflaje, en el segundo plano, en el perfil bajo. Sin la pericia necesaria para transmitir tranquilidad e ilusión a los españoles. Sin la capacidad de convencer en Cataluña y en el resto de España de que existe un proyecto de país en el que creer y confiar.
Se podrá estar más o menos de acuerdo con el mensaje que ha dirigido Felipe VI a los españoles. Ahora bien, al menos ha hablado. Al menos, ha trasladado a los españoles la idea de que hay alguien ahí. Este martes, ha hecho los deberes de Rajoy.