Encontrar una explicación a la política de Mariano Rajoy con los medios de comunicación resulta harto complicado. Es un presidente huidizo, experto en pasar de largo. Un enemigo de los focos. Tiende a parapetarse detrás de otros portavoces y a callar, como queriendo demostrar que el silencio es siempre valioso. Como si no tuviera ni la culpa ni la competencia sobre nada. Su dejación con la prensa en el tema catalán ha sido tan evidente como inexplicable. Nunca en la democracia un Gobierno lo tuvo tan fácil para imponer sus argumentos frente a los del contrario –que son delirantes- y pocas veces recibió tantos golpes por parte de los medios nacionales e internacionales.
Como contaba Jesús Cacho en este periódico el pasado 24 de septiembre, el Gobierno ha perdido la batalla de la comunicación en el conflicto de Cataluña. Lo ha hecho por desinterés, por incomparecencia. Mientras Raúl Romeva bombardeaba a la prensa extranjera con el catecismo del procés, día tras día, el Ejecutivo hacía gala de su falta de estrategia para con los medios. Una negligencia incomprensible.
Es cierto que, para el público menos informado, las llamadas a la autoridad resultan menos seductoras que los cantos de sirena de los líderes catalanes, que prometen liberar a su pueblo del Estado opresor y concederle la tierra prometida.
Ahora bien, tampoco se puede decir que el Ejecutivo haya hecho el esfuerzo necesario para refutar las falacias de la Generalitat. O para atraer a su terreno a potentes grupos mediáticos como Godó. No valía sólo con poner a un director más amable al frente de La Vanguardia. Era mucho más sencillo: había que emplear las mismas armas que el Govern. Ofrecer una golosina para contar con un aliado en un momento complejo. Era el mal menor y en Moncloa alguien debió haber tenido en cuenta que la pela es la pela y suele pesar más que las ideologías. "En política me inclino por la democracia honesta, aunque también creo que el sistema americano puede funcionar".
Este domingo por la noche bastaba con encender el televisor para comprobar que el Ejecutivo ha sido derrotado en el frente mediático catalán. Mientras TV3 bombardeaba a sus espectadores con imágenes de cargas policiales, concentraciones en las plazas y declaraciones de tertulianos exaltados que aseguraban que el Estado “ha perdido la guerra”, Telecinco ofrecía Gran Hermano, Antena 3 el filme Tenemos que hablar, Cuatro las aventuras de Jesús Calleja en la Sierra de Grazalema y La 1, un drama protagonizado por Tom Hanks, Ángeles y demonios. Todos, al margen de la realidad. A cien mil kilómetros de la actualidad.
El único canal privado que se dedicó en cuerpo y alma a informar de una de las jornadas más tensas de la reciente historia de España fue LaSexta, que programó un especial de Al Rojo Vivo que comenzó a las 8 de la mañana. Una vez más, Antonio García Ferreras fue la referencia informativa del día, algo de lo que se benefició la segunda cadena de Atresmedia, que logró su máxima audiencia histórica (17,5%).
A nadie se le escapa, a estas alturas, que la línea editorial de este programa no es precisamente amable con el Ejecutivo. De hecho, durante la jornada del domingo fue generosa la presencia de independentistas en su mesa de debate y abundantes las críticas hacia Rajoy, tanto por la actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado, como por su forma de gestionar la rebelión protagonizada por los líderes de la Generalitat. Dicho esto, nadie puede acusar a LaSexta de faltar a las grandes citas. Por eso siempre lidera. Porque Ferreras sabe que tiene que estar para influir. Sigue la estrategia contraria al Gobierno.
Ni siquiera TVE
Mención especial merece la televisión pública, anulada por el poderío económico de los dos principales grupos privados (Atresmedia y Mediaset) y herida de consideración por la mala gestión de unos directivos que históricamente han prestado más atención a las peticiones del Ejecutivo que al cumplimiento del objetivo de servicio público que tenían encomendado.
Una televisión pública fuerte le hubiera servido a Rajoy para contrarrestar los mensajes de quienes se posicionaron a favor de la Generalitat y de quienes coquetearon con las tesis de Podemos, un partido que ha demostrado ser mucho más crítico con los jueces que con los sediciosos. Pero TVE es actualmente un muerto viviente que no tiene ni recursos, ni influencia. El domingo incluso renunció a librar la batalla de la audiencia, pues emitió la programación especial del referéndum en el Canal 24 Horas.
Este medio de comunicación debería servir de contrapeso de las empresas privadas y ser plural, independiente y fiable. Los hechos demuestran que está bastante lejos de estos tres conceptos.
TVE es actualmente un muerto viviente que no tiene ni recursos, ni influencia. El domingo incluso renunció a librar la batalla de la audiencia, pues emitió la programación especial del referéndum en el Canal 24 Horas.
Es imposible saber si el Ejecutivo pedirá cuentas a las televisiones privadas por la escasa atención que Telecinco o Antena 3 prestaron al problema político más importante al que se ha enfrentado el ‘régimen del 78’. Ahora bien, en una jornada en la que la prioridad era Cataluña, estas empresas dejaron solo ante el peligro al Gobierno. Al que hace un par de años les concedió nuevas licencias de emisión y al que les mantiene a salvo de la amenaza que supondría la vuelta de la publicidad a RTVE.
Quizá la desatención a la que sometieron al Gobierno los principales canales privados la TDT fue el menor de los problemas al que se enfrentó Rajoy el domingo. Pero no por ello debe considerarse como un asunto baladí. La televisión es el medio con más influencia en la opinión pública y todavía es capaz de mover masas. Sin Cuatro y LaSexta, quizá Podemos hubiera quedado en una mera anécdota. Y sin TV3, el movimiento independentista hubiera tenido muchas menos posibilidades de despegar.
¿Cuál es la estrategia mediática de Rajoy para capear esta crisis y volver a ‘sembrar la concordia’ en España?