Pedro García Aguado formó parte de la selección de waterpolo que consiguió la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Treinta años después de aquella final contra Italia, que incluyó una sonada tangana, recuerda aquellos años en la élite deportiva, así como las lecciones de vida que le aportaron y los altibajos que sufrió.
En esta entrevista, conversa sobre esos tiempos, pero también da algún detalle sobre su labor, de 'intervencionista familiar'; y sobre ese período en el que se convirtió en un conocido presentador de televisión. Repasa sus puntos fuertes y sus debilidades con una naturalidad que es digna de mención.
Pregunta: Treinta años de Barcelona 92. ¿Qué es lo primero que se le viene a la cabeza al pensar en esos Juegos Olímpicos?
Respuesta: ¿Lo primero que me viene a la cabeza? La flecha encendiendo el pebetero, no voy a ser muy original. Fueron unos Juegos Olímpicos muy vanguardistas y marcaron un antes y un después.
P: Usted ha relatado alguna vez los métodos de entrenamiento de la selección de waterpolo, que eran duros... durísimos. ¿Cómo eran esas sesiones?
R: Eran muy duras, muy sacrificadas. Pero ojo, también lo era el método de selección del equipo. No sólo quedamos los mejores, sino también los que sobrevivimos a todo aquello. Ten en cuenta que te despertabas por la mañana y sabías que te quedaban por delante diez kilómetros corriendo, ejercicios infinitos de abdominales... y que eso no terminaba a mediodía, sino que por la tarde tenías pesos lastrados, series de natación que te ponían al límite...
P: Muy duro... esperaban la medalla de oro de España y les hicieron dar el todo por el todo...
R: Esperaban el oro y vendieron la piel del oso antes de cazarlo. Dicho esto, es verdad que eran entrenamientos muy duros, quizás demasiado... pero para mí fueron una escuela de vida. Ese nivel de exigencia a mí me sirvió. Aguantar todo aquello fortaleció mi voluntad.
P: ¿Tuvo usted miedo alguna vez?
R: Miedo a romperme. A la lesión que no me permitiera estar en los Juegos Olímpicos. Fíjate, algunos jugadores incluso exploramos la posibilidad de asegurarnos. De hablar con alguna compañía de seguros por si nos lesionábamos..., para que estuviéramos cubiertos.
P: ¿Recuerda alguna sesión especialmente cruenta?
R: Sí. Eran especialmente duras las sesiones de natación. Se empezaba la preparación con series de hasta 2.000 metros y se llegaba a nadar 10.000 metros en una sola tarde. Imagina el primer día que alcanzamos esa cota de los 10.000, con series de 200, de 400... Tenía un miedo enorme a una pájara, a que no me dieran las piernas o los brazos. Y reitero, todo eso venía después de la sesión de pesas, de la carrera y del partido de la mañana.
P: Dragan Matutinovic, el entrenador, les decía que no eran tan duros como los jugadores rusos o los balcánicos...
R: Hay mucho mito sobre aquel equipo y sobre que los catalanes tenían la técnica y los madrileños el carácter. ¡Mentira! Eso son leyendas urbanas. Los madrileños pusimos más de lo que había en esa selección. Eso produjo la simbiosis adecuada. Nosotros veníamos de entrenar con Mariano García, que era un genio... y que hacía unos entrenamientos con los que echábamos el hígado. Los madrileños aportamos muchísima técnica, talento y entrenamiento duro. Lo que hizo Dragan fue que el equipo fuera un poco más disciplinado. Que fuéramos más serios quizás. Pero ya te digo: cuando llegó, los entrenamientos duros los contábamos por cientos los madrileños...
Hay mucho mito sobre aquel equipo y sobre que los catalanes tenían la técnica y los madrileños el carácter. ¡Mentira! Eso son leyendas urbanas
P: Con Mariano García llegaron ustedes a entrenar con hachas...
R: Así fue. Fue un día en el que buscábamos un árbol suelto y le pegamos con hachas muy pesadas porque el gesto era similar al del lanzamiento de la pelota de waterpolo y eso fortalecía el hombro y la escápula. Eso sí, nos decía: “Como alguno se corte el pie, le mato yo” (risas). Miki Oca, Jesús Rollán o yo estábamos curtidos en todo eso.
P: Era usted un adolescente cuando empezó a entrenar tan duro. ¿Cómo le cambia a uno la vida todo eso?
R: Yo tenía 16 años y entrenaba duro de lunes a sábado. Luego llegaba el fin de semana y era un poco más rebelde que los demás y salía de fiesta o me fumaba algún porro. Pero a mí esa disciplina me sirvió mucho. Yo no fui de acampada con el colegio ni tenía relación con los compañeros de clase, pero sí lo tenía con mis colegas del equipo y eso hacía que el sábado por la mañana estuviéramos en la Casa de Campo partiendo troncos, jugando al fútbol, subiendo cuestas... Fue una escuela de vida. No obstante, luego viví a partir de los 18 de otra forma. Entrenaba muy fuerte, pero también me divertía demasiado fuerte.
Viví a partir de los 18 de otra forma. Entrenaba muy fuerte, pero también me divertía demasiado fuerte.
P: La imagen de la tangana en la final de Barcelona 92 fue casi icónica. ¿Cómo la recuerda?
R: Mira, justo en aquellos Juegos Olímpicos hacía poco que había empezado la Guerra de los Balcanes. Nuestro entrenador era croata y el otro era serbio; y Dragan jugaba mucho con esas estrategias de distorsión. Con los años, he entendido que todo ese contexto influyó en la tangana. Él pedía esas malas artes de vez en cuando para motivarnos... pero creo que ahí tuvo una rencilla personal... y acabamos a tortas.
P: ¿Cuesta mucho retirarse cuando uno es deportista y afrontar lo que viene después?
R: Cuesta... y depende de cómo llegues al final de tu carrera puede ser mucho más complicado. Debido a mi enfermedad grave de adicción yo lo tenía claro, dado que quería retirarme para ir a curarme, pero en otros casos ese salto de deportista profesional a ciudadano normal cuesta mucho porque es muy abrupto. Vienen muy bien los programas de transición de carrera... y que se inicien al menos dos años después de dejar la actividad. Con esa formación, te enseñan a ver qué habilidades has desarrollado en tu carrera deportiva y cuáles pueden servir en un equipo de trabajo de una empresa.
P: Usted ha reconocido sin tapujos que fue adicto a la cocaína. Es curiosa la hipocresía que existe al respecto de este problema. El uso de estas sustancias no es anecdótico, pero no son muchos quienes lo reconocen. ¿A usted le trajo problemas? ¿Cómo fue ese salto al vacío?
R: Yo lo confesé porque en el tratamiento que hice me dijeron que no estaba enganchado a una sustancia, sino que era enfermo de adicción. Cuando tú sigues todos los pasos que te marcan en esa escuela de vida que es la clínica de desintoxicación y caes en la cuenta de que lo tuyo no era un vicio, sino una enfermedad, hay algo que te impulsa a decir sin tapujos lo que te pasaba. Te sientes responsable, pero no culpable. Con eso, ayudas también a gente que está en la misma situación.
P: ¿La sociedad lo entiende?
R: La sociedad a veces no lo entiende muy bien. Considera que eres adicto porque te has pasado con el consumo de una sustancia, pero no es eso. La sociedad es muy hipócrita con esto también. Existe muchísimo consumo de sustancias legales e ilegales; y hay muchos adictos que no saben que lo son y que necesitan ayuda. Para mí, reconocerlo fue sanador. ¿El estigma? Pues bueno, alguno me lo pondrá. Pero yo me considero un superviviente de una enfermedad muy grave.
Existe muchísimo consumo de sustancias legales e ilegales; y hay muchos adictos que no saben que lo son y que necesitan ayuda. Para mí, reconocerlo fue sanador. ¿El estigma? Pues bueno, alguno me lo pondrá
P: Adicto...
R: Eres eso. No es que seas cocainómano o alcohólico. Eres adicto y eso es lo primero que hay que entender.
P: ¿Cómo nota uno que está enganchado o que tiene ese carácter de adicto?
R: Hay perfiles que conducen a ello, de personas que tienen problemas sociales, que tienen problemas en la escuela... Luego hay una prevalencia genética que predispone a desarrollar tolerancia. Es decir, a tomar mucho sin que apenas afecte. Hay varias preguntas clave que alguien se puede hacer para saber si es un adicto. La primera es: ¿cuando le critican su forma de consumir se molesta? A partir de ahí, se puede cuestionar: ¿ha dejado de hacer cosas que le gusta por consumir? ¿Se ha dicho a sí mismo que no volvería a consumir y lo ha vuelto a hacer? ¿Nota un deseo de consumo cada equis tiempo?
P: No es fácil darse cuenta...
R: No lo es. Fíjate, yo pensaba que era simplemente un irresponsable. De hecho, a mí un psiquiatra me dijo que era alcohólico. Mira, yo hasta 1998 sobrellevé la vida deportiva y la de la noche. Pero entre 1998 y hasta 2003 estaba ya muy mal. Había un silencio clínico al respecto en un principio, pero, después, hubo un punto a partir del cual los desastres aparecieron.
P: ¿Qué papel le asigna a la disciplina en su vida? ¿La gran exigencia le llevó a la adicción?
R: Diría que yo he tenido disciplina, pero también autoexigencia. Pero creo que lo que más eché yo en falta en aquellos años de inicio en el deporte fue el afecto, no la disciplina. El consumo de drogas no se debió a una reacción contra la disciplina. Por cierto, la cual es necesaria en la vida si se aplica de forma juiciosa y adecuada.
P: Pedro García Aguado, intervencionista familiar. ¿Cómo ha afectado la pandemia a las familias?
R: Pues mira, creo que por fin se empieza a hablar de salud mental, con la gestión de las emociones y con la poca inteligencia emocional que hay veces en los hogares o en los entornos laborales. Hay en muchos padres y madres una falta de conciencia sobre cómo se comportan los hijos y eso generalmente es responsabilidad de los padres. Diría que el 80% de la responsabilidad sobre los comportamientos de los hijos es los padres.
P: Unos años después del fin de su etapa televisiva, ¿cómo la evalúa? ¿Cómo le cambió?
R: Fue una etapa de mucho aprendizaje y en la que ayudamos a muchas familias. ¿Sobre la industria de la tele? Si quieres trabajar lago tiempo, tienes que trazar una carrera en televisión. Yo no quería eso, sino emplearme en la formación y la ayuda. Por eso, todo terminó cuando decidieron que mi figura ya no era rentable. Pero mis sensaciones sobre lo que pasó son muy buenas.