No diremos su nombre porque no merece la pena, pero hay un periodista científico que aparece todos los días en una tertulia televisiva mañanera para disertar sobre las últimas noticias relacionadas con el coronavirus. El menda está tan influenciado por las verdades gubernamentales -que poco tienen de verdad- que en cada una de sus intervenciones dice una cosa diferente. Y ahí sigue: sentando cátedra con rumorología y supuestos dogmas científicos ante la atenta mirada de los insignes tertulianos full time.
Es curioso porque siempre se las ingenia para citar a The Lancet para respaldar sus tesis y cualquiera que no conozca esta publicación -como es el caso- podría llegar a preguntarse si en cada uno de sus números publica una cosa y la contraria. Como que las mascarillas son necesarias e innecesarias a la vez, que es lo que ha transmitido en diferentes momentos este insigne periodista sientífico.
Discurrían los últimos días de junio cuando esta eminencia de la información apareció en directo desde el despacho de su domicilio para transmitir un optimismo desmesurado, pues algunas publicaciones teorizaban sobre el daño que hacía el calor al virus, mientras que otras aseguraban que había perdido agresividad con el paso del tiempo, como el morlaco tras el tercio de banderillas. Su juicio fue tan optimista que un científico del CSIC le reprobó a continuación, visiblemente cabreado. “¿Cómo puede afirmar eso por televisión si ni siquiera tenemos vacunas ni tratamientos efectivos y apenas si sabemos nada de la infección?”, vino a decir.
En ese momento, tocaba expresarse con alegría con respecto a la situación de la pandemia, dado que había que salvar el turismo y la hostelería; y, por arte de magia, el coronavirus había perdido virulencia. O eso dijeron.
Periodismo científico gubernamental
Sobra decir que, desde el pasado agosto, la tasa de positividad en España es superior al umbral mínimo que la OMS establece para saber si la infección está fuera de control. Desde ese momento y hasta que se aprobó el toque de queda en las diferentes comunidades autónomas, los periodistas científicos cortesanos comenzaron a hablar de los riesgos de los botellones. ¿Por qué? Pues porque se lo transmitieron las fuentes más interesadas en culpar al alcohol de su fracaso. Es decir, las gubernamentales.
Los contagios han aumentado en los últimos días y los periodistas científicos habituales han comenzado a disparar contra la Navidad. Así se lo han contado quienes temen que se desate una tercera ola de coronavirus en enero y necesitan una excusa para evitar que eso afecte a la popularidad del Ejecutivo. Y, claro, tampoco quieren prohibir que las familias se reúnan en esas fechas porque eso podría implicar un desplome en las encuestas. Por tanto, han preparado el terreno para atribuir a los ciudadanos imprudentes la responsabilidad de lo que pueda ocurrir. En otras palabras, se han lavado las manos, cosa buena para evitar infectarse de covid, pero lamentable en el caso de los gobernantes que deberían luchar contra la epidemia.
Cualquiera que no sufra oligofrenia incapacitante podría llegar a preguntarse el porqué han aumentado los contagios en los últimos días si el estado de alarma y los toques de queda siguen vigentes; y ya nadie puede alternar después de la medianoche. El tema se ha planteado en las mesas de debate y, entre las respuestas que se han ofrecido, se encuentra la que sostiene que todo se debe a la relajación que se registró durante el puente de la Constitución.
Usted es el culpable
La conclusión es que, pase lo que pase, la culpa siempre es nuestra por imprudentes, por insolidarios y por inconscientes. Es cierto que la ejemplaridad no es la cualidad predominante en esta España contemporánea tan absurda, pero no lo es menos que el Ejecutivo no ha sido capaz de elaborar un plan convincente de lucha contar la covid. En algunos casos, por incapacidad (ausencia de rastreadores y test de antígenos en las farmacias). Pero, en otros, por razones demoscópicas. Porque hay medidas impopulares que no se han tomado para no desplomarse en las encuestas; cosa deleznable, pues la prioridad de cualquier gobernante no debe ser gustar, sino resolver problemas.
Podrían los medios de comunicación plantear estas incómodas cuestiones, pero prefieren dejarse llevar por la ola de miedo que ha impulsado Moncloa por su propia conveniencia. Tal es así que el pasado martes resultaba ridículo observar cómo varias televisiones reproducían un estudio de un grupo de investigadores del Instituto Max Planck de Química, en Alemania, que medía la posibilidad de contagio que existe en una reunión familiar, que se puede consultar aquí y que venía a decir que en existe un 59% de probabilidades de que la mayoría de los comensales -si son seis- se infecte durante la comida de Navidad si engulle el asado sin mascarilla y no abre las ventanas del comedor. ¿Por qué no un 58% o un 60%? Pues porque no. Es sólo un 59%.
La gran pregunta que debería formularse en este caso es: si existe un riesgo tan claro de que nuestros familiares se infecten, ¿por qué no se prohíben estas reuniones?
Pero nada de eso: la estrategia mediática no es la de incomodar, sino la de mostrar todo el rato imágenes de los ciudadanos imprudentes y transmitir pavor ante la población, pues es mejor atribuir la epidemia a los malos hábitos de los españoles que a la falta de medidas efectivas por parte de sus gobernantes.
Dijo Zaratustra que el miedo es un sentimiento básico que explica la virtud y el pecado original. También el origen de la ciencia. Si llega a saber que esta última se iba a utilizar de una forma tan interesada y falsaria, todavía seguiría en la montaña. La peor parte se la llevan los gobernantes, pero los medios no les van a la zaga.