"Si la tierra fuera plana su final sería algo así". No se me ocurre mejor definición para este maravilloso lugar. Un cortado de esquistos y areniscas de más de 200 metros de altura sobre el Atlántico que se extiende serpenteante durante 8 kilómetros y que ha servido de escenario para hitos culturales como 'La princesa prometida' o 'Harry Potter'.
Un tajo seco, preciso y perpendicular que no admite transiciones. De la fosforita hierba irlandesa directamente al mar más agresivo. Una pequeña senda desgastada por los infatigables turistas es lo único que separa en muchas zonas el verde del abismo. Y esto es un problema.
Los 'Cliffs of Moher' ya eran famosos en las guerras napoleónicas. Una torre de piedra de la època confirma el hito militar. Y esa fama los ha convertido en un lugar de culto para estrategas de ayer y hoy amantes de la naturaleza. Pero esta avalancha también tiene que gestionar un grave problema. Como el Golden Gate de San Francisco, el Bosque de Aokigahara en Japón o Las cataratas del Niágara,... la altura libre de los acantilados es un imán para los que quieren poner punto y final a su vida. El último hace unos pocos días.
No hay estadísticas oficiales para no rascar una herida que duele en el turismo y no ayuda a potenciales proyectos suicidas. Una política inteligente que se acompaña de otras medidas para evitar el efecto llamada y gestionar la avalancha de gente angustiada sin hacer demasiado ruido. Aunque algunos familiares de víctimas no piensan así. No hablar de ello podría estigmatizar más aún un problema real que hay que afrontar.
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Solo un dato. En el Condado de Clare al que pertenece el cortado y que apenas tiene 100.000 habitantes hay unos 20 suicidios 'oficiales' al año. Diez veces más fallecimientos que por accidente de tráfico. El santuario oficial de esta cifra es tan claro y afilado como su cortado. Eso sin contar con los casos declarados simplemente como accidentes o tragedias personales sin definir. Es muy difícil confirmar oficialmente un suicidio sin nota manuscrita de la víctima.
Y es que con un millón de visitas al año tienes que tener mucho tacto para no ser tan explícito como para multiplicar la llamada ni tan laxo como para dejar pasar un suicida en potencia. Una tarea muy complicada que intentamos descifrar en nuestra visita.
Varias parejas de 'steward' vigilan constantemente la avalancha de turistas intercomunicados entre sí para hacer seguimientos. Buscan elementos solitarios, sin mochilas, sin móvil ni cámara de fotos ni con la boca demasiado abierta,... solo con lo puesto. Con ese ritmo acelerado y contradictorio que no tiene el turista. Con esa mirada perdida. Un circuito cerrado de televisión vigila también las zonas comunes y el aparcamiento. Todo se hace en silencio.
Pero es que a veces ni eso, hace unos años una madre se tiró por uno de los cortados con su hijo de 4 años en los brazos. Eileen Murphy (26) y su hijo Evan murieron tras saltar desde el acantilado oeste. La pareja había llegado en autobús confundida con un grupo de 30 turistas y nada hacía sospechar de la tragedia. Cuando todos regresaron al vehículo les echaron en falta. Fue en la investigación posterior cuando se confirmaron los hechos. Habían abandonado el grupo nada más llegar hacia el camino no protegido. El niño todavía vivía cuando el equipo de rescate llegó a los cuerpos.
Muchas veces aparecen cuerpos sin identificar y tienen que esperar a que se marchen los turistas para ver si quedan coches desparejados en el aparcamiento. De hecho un coche solitario en el parking de pago y de madrugada es un aviso para movilizar al equipo. Una nota de suicidio como parte del extraño ritual que inicia la movilización del equipo de búsqueda. Los complicados rescates pueden llegar a durar semanas e implican a un gran equipo de asistencias centralizadas desde Doolin, el pueblo costero más cercano.
Una de esas notas saltó a los medios hace un par de años. "Dile a mis hijos que los quiero. Lo siento mucho". Un hombre de 37 años decidió saltar al vacío en el noveno aniversario de la muerte de una de sus hijas. Casi una década de sufrimiento y tormento. A las 19:50 del 20 de julio de 2015 envió ese último mensaje a su mujer. Un poco después un funcionario de los acantilados que sospechaba de sus movimientos intentó entablar una conversación siguiendo el procedimiento:
"Se movió hacia atrás desde el borde del acantilado y sacó la cartera del bolsillo. Traté de convencerle para que me la diera pero me dijo 'Lo siento, no confío en ti. Dile a mis hijos que los quiero y a mi esposa que lo siento, simplemente no puedo más' y saltó de los acantilados", declaró luego el empleado.
Otros casos acaban engrosando injustamente las estadísticas de accidentes. En otoño de 2012, Elo Sonajalg, un médico estonio de 25 años, compró un billete solo de ida de Estonia a Dublín. El hombre condujo un coche alquilado por todo el país, salió de la zona de aparcamiento directamente al precipicio y, sin vacilar, se tiró al mar. Ni el billete de ida ni las imágenes del circuito cerrado de televisión fueron suficientes para catalogar el accidente como suicidio. No es el único caso.
Los visitantes de los acantilados de Moher tienen una ruta protegida y otra señalada como peligrosa. La gente ignora continuamente las señales de advertencia y se aventura por un camino a un par de metros del cortado con hierba mojada, barro, piedras y todo tipo de baches. Por no hablar de las rachas de viento. Es una imprudencia aventurarse pero tampoco se puede prohibir el acceso a un terreno público. Los accidentes son constantes. Los selfies imposibles y las posturas de valientes irresponsables son habituales a todas horas. Un espectáculo dantesco.
Justo a la entrada del complejo —acotado para impedir el asalto fuera de horario— hay una construcción de piedra que anuncia con sutileza el problema. Lo llaman 'centro de meditación'. Un lugar que obligatoriamente tienen que atravesar todos los visitantes y que invita a la reflexión. ¿Tienes un problema? Cuéntanoslo. La idea es ofrecer un espacio fuera de las miles de miradas públicas para que se pueda pedir ayuda.
Meditation room for those contemplating suicide at the magnificent Cliffs of Moher, Ireland. Quite touching, actually. pic.twitter.com/0hK2psUFiW
— Alev Scott (@AlevScott) June 7, 2017
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Pero la caseta tiene también otros usos. Hace unos años una grupo perdió a un familiar en la zona y pasaron varias jornadas en el centro esperando a que los equipos de salvamento encontraran el cuerpo. La madre de la víctima tenia que soportar diariamente a las hordas de turistas que miraban sus ojos vidriosos barruntando lo que pasaba. Es como llorar a tu hijo sin tu hijo en medio de un estadio de fútbol lleno de desconocidos mirándote.
La sutileza de esta lucha contra la autodestrucción se pinta de verde por todo el recorrido. El camino está inundado de carteles que llaman con tacto a las mentes agobiadas. "Habla con nosotros si las cosas no te van bien", vienen a decir. No te das cuenta si no te fijas bien. Es una llamada desesperada a quien necesita ayuda. El grupo Samaritans.org, con casi 3000 voluntarios en Irlanda, pone al servicio un teléfono como último recurso al suicida en potencia. Y funciona. La ONG afirma recibir 5 millones de llamadas al año de gente con instintos autodestructivos. Y tiene decenas de historias con final feliz.
Ojalá sea así siempre.