“Para mí la mano que mece la cuna tiene un nombre y es Makoke”. Así de contundente sentenciaba Belén Esteban desde el púlpito que le permite su posición privilegiada en Sálvame. Más allá de la extrañeza que nos puede producir la comparación cinéfila de la colaboradora, la alusión al momento cumbre de la carrera de Rebecca de Mornay para referirse al papel de la mujer de Kiko Matamoros en la vida y obra del ex representante de Carmina Ordóñez no es gratuito. Makoke, como Rebecca, como Peyton en la ficción, es una mujer con tantas caras que consigue sembrar el miedo y la incomodidad. En público se muestra impasible, lejana, altiva, fría como el hielo, pero en privado se intuye un volcán en erupción. Si el show business patrio necesitaba a una villana, ya no hace falta que siga buscando.
Hasta ahora, Makoke no era más que esa mujer físicamente estimulante que acompañaba a Kiko Matamoros en los eventos importantes. Siempre preocupada por estar perfecta y llevar el pelo limpio, poco sabíamos de este sex symbol de barrio que había conquistado al público hace lustros como azafata del Telecupón. Makoke era la sufridora en casa, la colaboradora eventual cuando no había un nombre mejor para ocupar la silla, la guapa que calmaba al forzudo, la serenidad en el terremoto que desata cada vez que su marido abre la boca. Pero parece que esto no era más que su fachada, su imagen proyectada al público. Los últimos acontecimientos ocurridos en el plató de Sálvame han revelado a una Makoke muy distinta a la que se nos había pintado. Y ahí es cuando comienza a derrumbarse todo.
La vida de Makoke parece haber estado plagada de decisiones equivocadas. Asegura haber sido descubierta junto a Naomi Campbell cuando tenía 18 años, pero que dejó pasar la oportunidad por no querer ir a Nueva York. Afirma haber pasado un tórrido fin de semana con Brad Pitt, pero que no le gustó tanto como para seguirle al fin del mundo. Se enorgullece de llevar veinte años trabajando en televisión, cuando nadie es capaz de recordarla como presentadora del mítico Música sí. Ahora mismo podría estar residiendo en una mansión en Los Ángeles, dejándose fotografiar junto a Claudia Schiffer en aniversarios de revistas y codeándose con las tops de los 90, mientras, en su lugar, patalea en un plató de televisión para hacer frente a unas deudas que su marido se ha encargado de confirmar. Podría tenerlo todo y tiene más bien nada.
Makoke se ha convertido, sin preverlo, en la villana del momento. Pocos han entendido su falta de empatía y su atrevimiento para situarse en el ojo del huracán por dinero. Ha querido revestir de normalidad laboral lo que, a todas luces, no era más que una sentencia de sufrimiento por adelantado. Y, evidentemente, no le ha salido bien. Cuál Artur Mas, Kiko Matamoros quiso parapetarse tras su Raül Romeva particular y ha terminado quemando su imagen y emprendiendo una huida hacia adelante sin saber muy bien dónde va a terminar. Los Matamoros han querido tensar tanto la cuerda confiando en engrosar su cuentas corrientes a golpe de efecto que han acabado provocando el efecto inverso. ¿Y si ahora les toca recoger velas y volver al anonimato? Ay, qué dura es la vida del colaborador de televisión...