Piedra, papel o tijera, dos mil dieciocho… ¡un, dos, tres! En los doce meses que están a punto de consumirse ocurrieron cosas asombrosas, inesperadas como el guijarro que aplasta la tijera o el papel que envuelve a la piedra en el juego infantil: desde la llegada del insepulto Pedro Sánchez a la Moncloa con los votos del PNV y el independentismo hasta la transmutación de Mariano Rajoy en bolso azul o la de Susana Díaz en la versión trianera de Juana Loca en su larga travesía hacia Granada para enterrar al PSOE andaluz. En 2018 alguien siempre mantuvo una mano tras la espalda ocultando, según conviniese, el papel, el pedrusco y hasta el piolet, si me apuráis.
Este 2018 casi todo ocurrió a traición, con la imprevisión de las conjuras capitaneadas por necios. Me negarás tres veces, dijo Jesucristo a Pedro. En su novela Judas, Amos Oz se pregunta qué es y quién decide quién es un traidor ¿Es más leal quien dice que sí a todo o el que disiente? ¿En un mundo de ofendiditos, puritanos de nuevo cuño y entrolecidos habría una pancarta que dijese #TodosSomosIscariote? Quién sabe. De momento, Pedro Sánchez no ha convocado elecciones, Pablo Iglesias se ha comprado un chalet en la sierra y el PP entero ha decidido dar la vuelta al edificio para sacar a Soraya Saenz de Santamaría de Génova 13 y sepultarla junto a Cristina Cifuentes en el leprocomio del partido. Y hasta Cospedal cayó de un altar castellanomanchego por pedir a Villarejo que grabara a Javier Arenas. Baratito, eso sí.
Este 2018 casi todo ocurrió a traición. Con la imprevisión de las conjuras capitaneadas por Necios. Me negarás tres veces, dijo Jesucristo a Pedro.
Hasta al fútbol llegó la felonía. Sólo hay que dar un vistazo a la hazaña de Lopetegui, que consiguió un palmarés asombroso: cargarse a la selección Nacional la víspera de un mundial y tres meses después hacer lo mismo con el Real Madrid. El 2018 ha cosechado episodios de Perfidia –sí, ésa, la de James Ellroy, pero en modo Cuarteto de Cataluña y no de Los Ángeles-. De cada hoja del calendario han salido jornadas alevosas tan grandes como un limón de la costa sorrentina, pero no se confunda, lector, que la ratafía no es limoncello.
La concomitancia entre felones acabará no con las doce uvas, sino con las 21 pepitas de oro de un acuerdo entre Sánchez y Torra del que los ciudadanos se han enterado, ¡oh por Dios!, de boca del que quiere separase de España y no del que la gobierna. Por algo Santiago Abascal recorre el campo español trepado a una jaca y con una Smith&Wesson en el cinto, porque la gente, ya ve usted, quiere volver a pegar a sus hijos –como me dijo una talentosa columnista en la segunda copa de vino de una comida de chicas- y que la dejen, cómo no, usar su Diesel las veces que le dé la regalada gana.
La concomitancia entre felones acabará no con las doce uvas, sino con las 21 pepitas de oro del acuerdo entre Sánchez y Torra ...
Hubo mucho Iscariote por ahí suelto en 2018. Gente dispuesta a sacudir el árbol para hacer llover manzanas sobre su parte del jardín. Theresa May, que de Dancing Queen está a punto de pasar a Detrhoned Queen mientras el Brexit, como el turrón, nos lo comeremos más duro que blando; Macrón, a quien el diastema ya no le brilla tanto desde que los chalecos amarillos andan ocupados intentando desalojarlo del Elíseo o el mismísimo Putin, que le cobrará a Trump cada bot con el que lo hizo presidente, y que como antaño hizo la URSS con Fidel Castro, se ha ido a Venezuela a salvarle los muebles a Maduro, el Calígula al que el país se le vacía y el Palacio de Miraflores se le llena de muertos, los que él produce mientras mata de hambre a su pueblo.
Así acaba el año Iscariote. Pero por aquello de dar tregua y no tirar del pesimismo como esa nueva forma de vanidad - una idea brillante de Aleksandr Solzhenitsyn citada hace unos días por Cayetana Álvarez de Toledo- habría que recordar algunos episodios felices que nos regaló el año: la Bartoli en el Auditorio Nacional, el Velázquez reloaded en ocasión del bicentenario del Museo del Prado, el Roca Rey en estado de gracia de este San Isidro y, cómo no, el Ezra Pound prologado por Agamben que acaba de publicar Sexto Piso. Quedará, también, la Sororidad como palabra del año, aunque yo, de momento, he pedido en mi carta a los Reyes un feminismo que el próximo 8 de marzo se resista a la tentación de ser un tanque de Breznev en la primavera de Praga. Piedra, papel .... dos mil dieciocho, ¡un, dos, tres!
Que llegue, pues, el 2019.