Por segunda vez consecutiva, y tercera en la historia del Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional), Marine Le Pen se abrió paso hasta la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Tras ser derrotada por el proyecto personalista de Emmanuel Macron, pero aun así, haber aumentado considerablemente su porcentaje de voto (recordemos que este no ha dejado de crecer desde que la hija del fundador está al frente), las fotografías de la líder junto a dirigentes de Vox y la reproducción de tweets de apoyo en una y otra dirección, no han dejado de sucederse en nuestro país. Fundamentalmente por parte de líderes de opinión, políticos y medios de comunicación de izquierdas. El objetivo de las publicaciones no es otro que el de intentar que los votantes de Vox caigan en la cuenta de su cercanía a Le Pen y a su partido, y en especial, a lo que estos representan en el imaginario colectivo de muchas personas, para, de esta forma, disuadir su voto.
Sin entrar a valorar la conveniencia o efectividad de dicha estrategia, lo cierto es que no se trata de ninguna manipulación. En efecto, aunque Vox pertenece a la Alianza de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR por sus siglas en inglés) en el Parlamento Europeo, su simpatía y conexiones con otras formaciones como los partidos integrados en el eurogrupo Identidad y Democracia o con el partido del primer ministro húngaro, Fidesz (que ahora se encuentra en el grupo de los no adscritos), son conocidas.
Aun sin compartir eurogrupo, estos partidos cada vez cuentan con más mecanismos de interlocución y coordinación de la acción común. El más reciente ha tenido lugar en la capital de nuestro país. A finales del mes de enero Vox organizó la Cumbre de Madrid, un evento que congregó a los representantes europeos de lo que se ha venido llamando “derecha alternativa”.
En casi todos los partidos de la derecha alternativa encontramos una crítica a las élites “progresistas” (o “globalistas”) cuyos intereses se habrían ido alejando de los problemas reales de los ciudadanos
Este grupo heterogéneo, cuyas diferencias responden a estrategias para adaptarse a las particularidades de cada país, también tiene muchos puntos en común. En casi todos los partidos de la derecha alternativa encontramos una crítica a las élites “progresistas” (o “globalistas”) cuyos intereses se habrían ido alejando de los problemas reales de los ciudadanos; una apelación a la recuperación de una identidad cultural olvidada que se encontraría amenazada, entre otras cosas, por la inmigración descontrolada; cierto proteccionismo económico y cierta impugnación de algunos de los valores tradicionales de las democracias liberales como el pluralismo político. Pero también algunas, y no menores, diferencias. La posición sobre el aborto, el matrimonio igualitario o la integridad territorial de los diferentes países son solo algunas.
La colaboración o el apoyo entre partidos y movimientos políticos heterogéneos y de diferentes procedencias no es patrimonio de esta nueva derecha. La izquierda española también ha tenido, y sigue teniendo, curiosos y peligrosos compañeros de viaje.
Todos ellos caracterizados por un marcado antiliberalismo, una retórica populista y un fuerte autoritarismo dirigido a erosionar algunas de las instituciones más importantes de la democracia liberal
Podemos aterrizó en España en 2015 con un historial de simpatías un tanto complicado de explicar para un partido que se presentaba como un actor transversal capaz de aglutinar el descontento y la desafección que se había apoderado de muchos españoles.
La mochila que acompañaba al partido que lideró Pablo Iglesias incluía el asesoramiento y “compadreo” con líderes y movimientos populistas de izquierda latinoamericanos. Desde Hugo Chávez en Venezuela, pasando por Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia. Todos ellos caracterizados por un marcado antiliberalismo, una retórica populista y un fuerte autoritarismo dirigido a erosionar algunas de las instituciones más importantes de la democracia liberal, como la separación de poderes y los pesos y contrapesos (casualmente como ha sucedido también en aquellos países donde algunas de las formaciones de la derecha alternativa gobiernan). Y todos ellos, también, con sus propias herramientas de coordinación. Las más importantes de las cuales son el “Foro de Sao Paulo” y el “Grupo de Puebla”.
A estas interesantes alianzas se suma la ironía de haber estado dirigiendo y asistiendo a tertulias y entrevistas políticas, nada menos que en el canal de televisión propiedad del monopolio público de radiotelevisión iraní (Islamic Republic of Iran Broadcasting), Hispan TV. De un país en el que se obliga a las mujeres a usar hiyab (el velo islámico) y en el que la homosexualidad está castigada con pena de muerte.
Mientras que en España ponen el grito en el cielo cada vez que se atisba algún tipo de crítica o escepticismo hacia el matrimonio igualitario, la adopción por parte de parejas homosexuales o la violencia machista, desde grupos políticos o medios de comunicación conservadores, no se esconden a la hora de mostrar su simpatía y alabanzas al homófobo, y recientemente elegido presidente de Perú, Pedro Castillo, que afirmaba, en una entrevista para RPP (la cadena de radio, Radio Programas del Perú), que el matrimonio entre personas del mismo sexo era peor que la eutanasia o el aborto.
Sacrificios por el bien de la unión
Las alianzas políticas, sean duraderas o puntuales, son inevitables y necesarias. Debemos entender su carácter estratégico y no asumir una coincidencia exacta entre los intereses de cada uno de los actores que las integran. Además, suelen aportar información de gran utilidad para sus simpatizantes y votantes.
Nos permiten entender, no tanto aquello a lo que los líderes de las formaciones políticas dan más importancia, algo que suele ser bastante previsible, sino aquello que es puramente accesorio en sus idearios y programas, y que están dispuestos a sacrificar por el bien de la unión, la que sea en cada momento. Esa es la medida más valiosa para hacernos una idea de sus prioridades políticas.
Ahora queda en manos del lector valorar qué nos dicen o, mejor dicho, que no nos dicen, las alianzas expuestas en este artículo y, a partir de ahí, sacar sus propias conclusiones.