Tiene menos futuro que un curso de ética en Podemos. A Inés Arrimadas se le ha otorgado ya el título de gran perdedora en la próxima cita electoral de Cataluña. Algún cronista previsor tiene ya redactada el acta de defunción, esto es, la crónica de la noche del 14-N con Ciudadanos como protagonista. Batacazo es el sustantivo más manoseado. Algo fácil de prever, las apuestas no gañan. Es evidente que el partido naranja quedará muy lejos de su histórico resultado de 2017, cuando consumó la proeza de vencer a las fuerzas del mal, separatistas, xenófobos, golpistas, sinvergüenzas, mantenidos y catetos, por primera vez en la historia reciente de Cataluña.
Apenas araña unos centímetros de titulares, unos segundos de micro, unos momentos de plató. Ha perdido su valeroso empuje, su indiscutible protagonismo, su aplaudido tirón. Su perfil se ha desvaído, se ha difuminado como el personaje de Woody Allen en Desmontando a Harry. Sus intervenciones trashuman de los visible a lo invisible. Ni sombra...
Arrimadas se fue y las filas democráticas se quedaron medio huérfanas en aquella desolada región, dirigida por corsarios y mangoneada por una banda de bucaneros
Nada volverá a ser como antaño. Aquella victoria épica frente a las huestes del mal fue la incontestable respuesta al golpe de estado del 1-O y la ratificación en las urnas del mensaje de Felipe VI a una España desolada y a una Cataluña desmayada. Fue una bofetada feroz al monstruo de la barbarie, a las alimañas de la estrellada y de los cánticos a San Pujol y a la virgen de Montserrat. Un espejismo. Rivera se estrelló. Arrimadas se fue y las filas democráticas se quedaron medio huérfanas en aquella desolada región, dirigida por corsarios y mangoneada por una banda de saqueadores con fortunas entre Andorra y Suiza, disfrazados de mojes de Poblet que recitan su particular plegaria: "España nos roba". Amén.
Inés Arrimadas no es candidata en su tierra. Optó por Madrid, donde se afana con admirable entrega en mantener vivo su partido, en una lucha despiadada contra el destino y hasta la lógica. El valiente Carrizosa es el encargado de defender el cartel naranja en la cita del 14-F, un día que se aventura erizado de tensiones y que desembocará en una noche de lágrimas.
El trastazo se anotará, indudablemente, en el debe de Arrimadas. La previsible bofetada le cruzará la cara con esa saña con la que se castiga la insolencia y la gallardía, con el que se sanciona el descaro de los indómitos. Tantos anhelan verla caer por el precipicio, estamparse en el fondo del angosto desfiladero que ya se escucha el júbilo por la gran trompada. Cataluña será su tumba política, repite el coro de los sabios augures, expertos en predicciones erradas. Está por ver.
Ciudadanos, que obtuvo 36 escaños en la última cita, no consideraría una estrepitosa derrota perder en torno a quince escaños. Y hasta alguno más. Fundamental, no quedar por debajo del PP
En esta vida todo es relativo, como diría ese filósofo trucho que aspira a la Generalitat. En política, más bien se trata de 'en relación con qué'. O 'con quién'. La costalada de Cs puede ser definitiva o, simplemente, un tropiezo transitorio, un traspiés considerable pero asumible. Todo depende de dos factores palmarios, dos sumas decisorias. A saber: cuántos escaños quedarán por debajo de la veintena, cifra simbólica y casi mágica, y cuántos por encima del PP. No hay más.
Cuando el panorama se pinta en tonos tan oscuros cualquier mínimo destello se percibe como un apoteósico fulgor, como un milagro en tecnicolor. Ciudadanos, que obtuvo 36 diputados en la última cita, no consideraría un cataclismo perder unos quince en este viaje. Y hasta alguno más. Fundamental, no quedar por debajo del PP, lo que parece un hecho. Los despachos de la sede naranja ya están acolchados para aguantar esa caída, para soportar ese desplome. Además, allí se insiste en que "la pugna del lado constitucionalista, el morbo de este pulso, está en ver si hay sorpasso de Vox hacia el PP", señalan fuentes 'ciudadanas'.
ERC, por tanto, se alejaría de los socialistas y entonces Arrimadas podría convertirse, ahora sí, en el aliado que necesita Sánchez para algunas iniciativas en Madrid. La reedición del apoyo crítico del estado de alarma
Veinte escaños serían suficientes para salvar los muebles. Hay otro escenario que puede mitigar aún más el anunciado estropicio. Ocurriría en el caso de que el PSC, lejos de alzarse con la victoria catalana, se viera relegado a una tristona, y hasta ridícula, tercera plaza. Tanto Sánchez para esto. Tanto disfrazarse de experimentado matasanos para tan ridícula cosecha. Tanto perseguir y humillar a Madrid para tan magro botín.
Se repetiría entonces el actual escenario. Gane la dama alta de Puigdemont o el peón pequeñín de Junqueras, se formaría un gobierno independentista tras una ardua, farragosa y estomagante negociación, con las alimañas de la CUP imponiendo sus inauditas exigencias. ERC, por tanto, volvería al redil de la 'casa gran' del golpismo, se alejaría de los socialistas y entonces Arrimadas podría convertirse, ahora sí, en el aliado parlamentario que necesitará Sánchez. Una situación similar a la vivida cuando el estado de alarma.
Las ocurrencias de Iván
Cs recuperaría así su papel de apoyo imprescindible del Gobierno socialcomunista, se erigiría en 'factor clave de la gobernabilidad', como pregonan ellos mismos, e Inés quedaría consagrada como la figura imprescindible de la 'gobernanza', la insustituible bisagra para sacar adelante proyectos, leyes, tontunas, pavadas... O sea, todas las ocurrencias de Iván que su jefe siga durmiendo en la Moncloa. Esta es la única vía de Inés para escapar de la hoguera, el endiablado plan salvación que acaricia en secreto. Demasiadas carambolas, quién sabe. Y luego, seguirá la conseja del clásico y "habitará suavemente en la sombra mientras contempla el cielo sin moverse". La diosa que derrotó al dragón no se merece el olvido.