Opinión

El asesinato como una de las progres artes

En España tenemos alguna experiencia en la fórmula postmoderna de estas prácticas

  • Manuel de Godoy, por Antonio Carnicero (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

“Si sólo por hallarse presente en un asesinato se adquiere la calidad de cómplice, si basta ser espectador para compartir la culpa de quien perpetra el crimen, resulta innegable que […] quien aplaude al asesino y para él solicita premios, participa en el asesinato”. Esta cita de Lactancio, escritor cristiano del siglo IV, fue incluida por Thomas de Quincey en su Del asesinato considerado como una de las bellas artes, escrito entre 1827 y 1854. La obra, que contiene sarcasmo al principio y horror al final, es elocuente ejemplo de las vicisitudes creativas y filosóficas del convulso siglo XIX.

Como ejemplo humorístico valga su sentencia: “Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”. Cuando el libro se adentra, hacia el final, en descripciones minuciosas de algunos asesinatos, el término arte va desapareciendo, como si Quincey dejara atrás sus iniciales juegos deconstructivos para anticipar cierto naturalismo frío y descriptivo, sin resquicios para el humor.

¿Qué clase de ocurrencia es esa de asociar el asesinato con las bellas artes? El concepto de bellas artes era entonces relativamente joven. En el siglo XVIII se produjo la separación definitiva entre la noción de arte como habilidad para realizar alguna cosa (arte de la guerra, arte culinario) y las bellas artes como experiencia estética refinada. Tal división se venía fraguando desde el Renacimiento, pero tuvo que ser la Ilustración la que estableció la diferenciación entre artesanías que hacían cosas útiles y el arte que empezó a concebirse como algo de un gran valor al margen del valor de uso, el cual podía reducirse a cero. De ahí la expresión de “el arte por el arte”. Esta reformulación de lo artístico está muy bien explicada por el profesor Larry Shiner en La invención del arte. Una historia cultural (2004).

Se comprende que ciertos colectivos, como se dice ahora, pugnaran porque su actividad fuera aceptada dentro de las bellas artes. Es ahí donde la ancestral habilidad para asesinar, una actividad ocasional o reiterada, es elevada por Thomas de Quincey a la categoría de las bellas artes

Dentro de los procesos de ingeniería social de la Ilustración, el arte estaba llamado a ser un nuevo alimento espiritual para sustituir el culto al Dios cristiano. Ese nuevo culto adoptó formas derivadas de ritos religiosos, incluyendo los paganos: contemplación silenciosa y reverencial de una obra de arte. De hecho, el término museo, que se convirtió en la institución cultural predominante, significa “templo de las musas”. Tengamos en cuenta, por poner un ejemplo notable, que lo que llamamos arte egipcio no se hizo bajo los criterios de las bellas artes sino para cumplir con ritos, creencias religiosas y funciones informativas.

A partir de ese estado de cosas, creado por las élites intelectuales del S. XVIII, se comprende que ciertos colectivos, como se dice ahora, pugnaran porque su actividad fuera aceptada dentro de las bellas artes. Es ahí donde la ancestral habilidad para asesinar, una actividad ocasional o reiterada, es elevada por Thomas de Quincey a la categoría de las bellas artes. Gesto provocativo que, en realidad, cuestionaba como hicieron el resto de las vanguardias del XIX y del XX, el estatuto aristocrático y burgués del arte.

En el siglo XX, el asesinato en masa fue un arte, en el sentido antiguo, una labor siniestra planificada por regímenes totalitarios, a tal punto que no faltaron teóricos que proclamaron que, tras el exterminio de judíos, ya no era posible ningún arte bello.

En el arte del asesinato masivo de las tres últimas décadas se siguen empleando las engañosas puestas en escena por vía auditiva y visual (Lenin, Hitler y Stalin tenían muy claro que la radio, el cine y la televisión eran las herramientas de manipulación más eficientes) para condicionar psicológicamente a las víctimas, maltratándolas y acostumbrándolas a la renuncia de sus derechos. Con las tecnologías actuales, eso se puede hacer de forma global y aplastante. En España tenemos alguna experiencia en la fórmula postmoderna de asesinato. Se produce una matanza como la del 11M, se atemoriza a la población, se transforma el miedo en odio, se desinforma a conciencia, a tal punto, que se prohíbe conocer a los autores intelectuales de la masacre. Se dictan leyes enloquecidas que generan odio hacia quienes prefieren la verdad y el sentido común. A los asesinos de ETA se les aplaude y se les premia a la vez que se desinforma diciendo que ETA ya no existe.

Planifican la desinformación y convocan manifestaciones de progres para reforzar el poder de quien ya se ha incautado del mismo. Culpabilizan a quienes no se tragan el cambio climático. El marido de Begoña pide que las víctimas aplaudan su arte a las 8 de la tarde. Es el ocaso de la civilización

Se invita a hoteles de cuatro estrellas a inmigrantes ilegales violentos protegidos por la policía, la Cruz Roja y otras instituciones que pagamos los españoles. Se producen muchas agresiones y algunos asesinatos, pero no se persigue al autor sino a quien lo denuncia.

Convierten los barrancos en armas de destrucción masiva con una deliberada combinación de decisiones que conducen a que la catástrofe alcance los más altos niveles de devastación. Planifican la desinformación y convocan manifestaciones de progres para reforzar el poder de quien ya se ha incautado del mismo. Culpabilizan a quienes no se tragan el cambio climático. El marido de Begoña pide que las víctimas aplaudan su arte a las 8 de la tarde. Es el ocaso de la civilización.

El progre califica de nazis a quienes exigen justicia y libertad y a quienes ayudan a las víctimas. Es inculto, salvo excepciones, está alienado y normaliza la mezquindad. Si no tiene odio propio se lo prestan. Tan idiota es que cree ser lo opuesto a nazi. Hitler se consideraba, con razón, el más progre del universo. Decía que venció tanto a la burguesía como a los comunistas, que superó la lucha de clases, que forjó una alianza entre las élites empresariales y los trabajadores, tal como se ve en la película “Metrópolis”, y trazó el perfil del “hombre nuevo”. Era antisemita, animalista, narcisista, manipulador y corrupto. Nunca antes vieron los siglos tan perfecto progre. Su control totalitario sobre alemanes era similar al de Stalin sobre rusos. Solo la actual Corea del Norte los iguala en totalitarismo. Tan diabólicas mañas usan los progres de todos los partidos. Usemos las artes de la rebelión en nuestra defensa.

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