Decía el excéntrico George Bataille que “la verdad tiene sólo una cara: la de la contradicción violenta”. Y justamente en el tema de las pensiones afloran mil y una contradicciones. Todos y cada uno de los problemas que atraviesa el actual sistema de reparto -número de ocupados, devaluación salarial, distribución de la renta, productividad, demografía…- son consecuencia de la aplicación de recetas neoclásicas por parte de quienes nos desgobiernan, convergiendo en un modelo productivo basado en la extracción de rentas. Pero a su vez quienes nos desgobiernan acuden a economistas ortodoxos, cuyas recetas son el origen del problema, para buscar soluciones a algo que bajo el actual paradigma neoliberal es de muy difícil solución.
Ciertas propuestas que estos días se pueden leer en los medios patrios no dejar de ser cantos de sirena. La hipótesis de partida de la ortodoxia neoclásica es que la transición desde un sistema público de reparto a otro completamente financiado, público o privado, tendrá un efecto positivo real de dotar a las generaciones futuras de un mayor capital y un producto per cápita más alto, ya que debería producir un aumento del ahorro agregado y del stock de capital, lo que permitiría preparar a la economía para afrontar desarrollos demográficos futuros. En el corazón de este razonamiento se encuentra la causalidad neoclásica de que “el ahorro genera inversión”, frente al punto de vista postkeynesiano donde “es la inversión la que genera ahorro”. Obviamente los postkeynesianos ganan, de nuevo, por goleada.
O los mayores de 65 años empiezan a ser conscientes de que el destrozo a las generaciones venideras va en contra de sus pensiones futuras, o nuestros hijos y nietos tendrán que decir basta antes o después"
Las paradojas, sin embargo, no vienen solas. Fueron exactamente los mayores de 65 años quienes permitieron con su voto que el actual gobierno pudiera continuar con su labor ejecutiva. Y fue justamente ese gobierno quien, allá por 2013, llevó a cabo la reforma del sistema de pensiones, asesorado por los susodichos economistas neoclásicos. La aplicación de dicha reforma suponía en la práctica una considerable pérdida de poder adquisitivo para las pensiones, especialmente las más bajas.
Pero las contradicciones extienden sus largas manos. ¿Por qué la sociedad española permitió una profunda devaluación salarial que denigró y humilló a nuestros trabajadores y parados, especialmente los más jóvenes? ¿O es que piensan que bajo el actual corsé al que se encuentra constreñida la economía española, unión monetaria, se podrán financiar las pensiones futuras con las actuales cotizaciones sociales?
Buscando soluciones al puzle de las pensiones: el corto plazo
Sólo hay dos salidas. O ese grupo, los mayores de 65 años, empieza a ser consciente de que el destrozo a las generaciones venideras va en contra de sus pensiones futuras; o nuestros hijos y nietos dicen basta y se plantan. En el marco en el que nos movemos, la moneda única, es absolutamente insostenible la situación actual, salvo que se pretenda continuar asfixiando a los jóvenes de este país hasta ahogarlos definitivamente. Ellos no pueden ni deben pagar con más deuda y/o impuestos la financiación de las pensiones futuras. Por lo tanto se requiere un acuerdo inter-generacional que aúne a todos, jóvenes y mayores.
Pero vayamos por partes. Si mis cálculos son correctos, un incremento, por ejemplo, del 2% en el gasto de las pensiones costaría a las arcas del Estado aproximadamente 2.500 millones de euros. Sin duda la mayoría de esta cuantía se podría financiar eliminando una de las mayores estupideces fiscales, la desgravación a los planes de pensiones privados, profundamente regresiva, y cuya cifra supone, según el colectivo de Técnicos del Ministerio de Hacienda Gestha, 2.000 millones de euros al año. Sin embargo, no se puede aplicar una subida del mismo porcentaje a todos los pensionistas. Ello aumentaría la brecha de desigualdad entre tramos de pensiones, cebándose especialmente con las mujeres, todo ello además en un contexto donde los salarios de entrada al mercado laboral son muy bajos. Necesitamos afinar un poquito más.
El 50% de las pensiones son inferiores a los 750 euros. Y muchos de estos pensionistas, especialmente las viudas, son tremendamente vulnerables. El coste de la vida de este grupo de pensionistas está subiendo en realidad muy por encima de la inflación de consumo. Pensemos que más de la mitad del gasto de los mayores de 65 años se destina a dos partidas: vivienda (38,67%) y alimentos y bebidas no alcohólicas (17,04%). El aumento de los precios de la luz y el gas junto con los alquileres imputados perjudica a las pensiones más bajas, especialmente las de viudedad. Disponemos, por lo tanto, de 2.000 millones anuales para mejorar las pensiones de este 50% de los pensionistas. Sin embargo, ello no va a ser suficiente en el medio y largo plazo. El INE estima que mientras la población total de aquí a 2066 disminuirá en casi de 5 millones de personas, de los 45,9 millones actuales a 41,1; las personas mayores de 65 años se incrementarán en ese período en casi 6 millones, pasando de 8,7 millones a 14,2. Si no hay un cambio de financiación de las pensiones y/o de nuestro modelo productivo no es sostenible. Necesitamos soluciones de largo plazo.
Soluciones de medio y largo plazo
Las pensiones futuras no dependen de que se haya dotado un fondo de reserva en el pasado sino de que se obtengan excedentes reales en cada momento. Pues generémoslos. En primer lugar debemos recuperar el objetivo de pleno empleo, asumido durante la edad de oro del capitalismo y abandonado a su suerte tras la puesta en marcha de la agenda neoliberal (Consenso de Washington). Es fundamental entender el concepto de soberanía monetaria, la base de la Teoría Monetaria Moderna (TMM), detrás de la cual se encuentran economistas postkeynesianos estadounidenses, británicos, australianos, nórdicos, españoles, italianos… Y el instrumento básico vinculado a la Teoría Monetaria Moderna es el trabajo garantizado (0% desempleo). De ello ya hemos hablado largo y tendido. Bajo un tipo de cambio flexible las políticas fiscal y monetaria pueden concentrarse en garantizar que el gasto doméstico sea el suficiente para mantener altos niveles de empleo. Los gobiernos que emiten sus propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. Utilicemos la TMM para cambiar el modelo productivo, apoyado a su vez en una política industrial activa, y una política de natalidad distinta.
Los jóvenes no están en condiciones de pagar con más deuda y/o impuestos la financiación de las pensiones futuras. La única salida es un gran pacto inter-generacional"
¿Cómo podemos subir las pensiones que se sitúan por encima de los 1.500 euros mensuales si el salario de entrada de nuestros jóvenes se ha hundido muy por debajo de los 1.000 euros? A la vez que cambiamos el modelo productivo, es necesario y fundamental incrementar el salario mínimo. El argumento contra el salario mínimo es idéntico a la verborrea contra los sindicatos: el salario mínimo constituye una barrera arbitraria para trabajadores y empleadores que forman los acuerdos sobre lo que debe ser el salario. Pero de nuevo la historia no encaja con los hechos. Vean el destrozo que han hecho con los jóvenes de nuestro país.
Debemos además diseñar un sistema impositivo que bajo el principio de equidad redistribuya la riqueza de los más acaudalados a los más pobres sin castigar la actividad productiva, en definitiva, la creación de riqueza. Si se diseña adecuadamente daría margen amplio para bajar los impuestos al factor trabajo, al factor capital, y, sobre todo, permitiría reducir de manera ostensible ese impuesto tan injusto que se ceba especialmente sobre los más débiles, el IVA. Pero para ello hay que tener voluntad política e ir a por lo que en su momento denominamos buscadores de renta. Además de eliminar las deducciones fiscales que estos buscadores de renta consiguieron de nuestros legisladores, la solución ya fue ideada hace más de 100 años por un economista de San Francisco, Henry George. Se trata de establecer un impuesto sobre el valor de la tierra. Su diseño es vital para un cambio de modelo productivo (véase Dinamarca, Australia, Canadá, o los estados más avanzados de los Estados Unidos).
La utilización de todas y cada una de estas herramientas permitiría hacer converger los intereses de las generaciones jóvenes con los de nuestros jubilados. Pero si ello no ocurre y se mantienen las actuales políticas, iremos al peor de los escenarios, el de la lucha inter-generacional que se añadirá a la ya clásica lucha de clases.