Como resulta que la vodevilesca reunión entre Sánchez y Torra se reeditará en breve, alguien pensará que es porque tienen algo de qué hablar. Y va a ser que no. Entonces, ¿para qué carajo se reúnen?
Si Sánchez fuese Proust y Torra una magdalena – lo primero es inimaginable y lo segundo espeluznante - bien podría decirse que lo suyo es ir a la búsqueda del tiempo perdido, porque nunca se hizo tan poco, con tanta gente y durante tanto tiempo. Las reuniones, cumbres, cafés o grupitos de whatsapp que organizan el Gobierno central y eso que venimos a llamar gobierno catalán, ambos los dos unos eufemismos de tomo y lomo, servirán para que no le falte dinero a la asfixiada caja de la Generalitat, para que a Sánchez le dure la ilusión de ser presidente, para que el separatismo se sienta a sus anchas e impune para insultar a España y a sus instituciones, en fin, para lo que ustedes quieran, menos para nada que valga la pena.
No se reúnen siquiera para la consabida foto de rigor, porque estos tienen cuenta en Instagram y en Twitter, lugares desde los que parece condenada la sociedad moderna a ser discretamente gobernada en los mejores casos y desastrosamente dirigida en la mayoría. Ya saben, siempre es más cómodo para el inepto escudarse en un par de líneas y una imagen que acudir a un parlamento, plantear sus ideas, caso de tenerlas, y aguantar que se las repliquen. Visto lo visto, las reunioncitas de estos dos caballeretes no pueden servir más que para un solo objetivo: perder el tiempo, y perderlo de una manera escandalosamente chapucera, con la mínima astucia exigible para mantener a sus claques con la salivación pavloviana oportuna. A eso se reduce su política, a que cuanto más les dure el cargo, mucho mejor para ellos, y a confiar en que las próximas elecciones, sean las que sean, les vayan de manera óptima para seguir cortando un bacalao que ni es suyo ni piensan pagar jamás.
Visto lo visto, las reunioncitas de Sánchez y Torra no pueden servir más que para un solo objetivo: perder el tiempo
A Sánchez ya le va bien que el llamado problema catalán, que no es otra cosa que la renuncia por parte del Gobierno nacional en aplicar la ley y el orden constitucional, se dilate en el tiempo porque soluciones, lo que se dice soluciones, no tiene demasiadas que encajen decorosamente en nuestra democracia. Las otras, se las guarda para una ocasión mejor, y dejémoslo ahí. Torra, por su parte, no para de dar lo que en tauromaquia se llaman largas cambiadas, esperando como agua de mayo las municipales y europeas, el inicio de los juicios contra los golpistas y, acaso, la aparición de la Virgen de Lourdes, que sabidos son sus dotes milagreras.
Se trata de ir pasando como se pueda, de dar una de cal y otra de arena y de hacer algo que resultaría sumamente enojoso para cualquiera que tuviese un mínimo de vergüenza, y es decir digo donde se dijo Diego. No hablamos de rectificar yerros, que ahí es cosa notable y aún virtuosa desdecirse para reconocer que uno se equivocó, no. Hablamos de asegurar en tu mensaje de fin de año, como hizo Torra, que 2019 iba a ser el año de la república catalana, animando a la gente a sublevarse para, acto seguido, enviar a tus consellers a ver cómo están las transferencias económicas, que la vida del cargo público híper remunerado es muy cara. Hablamos de ocultar a la opinión pública como una barrera montada por los CDR en el municipio leridano de Alcarrás produjo heridas a dos mossos que iban a su trabajo al chocar contra ella, sin que hasta hace un par de días hayamos tenido noticia de ello. Hablamos de que el año nuevo se ha iniciado con pintadas intimidatorias en locales de Ciudadanos y aquelarres surrealistas en las puertas de la cárcel de Lledoners, mientras Sánchez, el fino estratega, está de viaje tan ricamente, porque son vacaciones y sus fuerzas deben ser repuestas debido al tremendo desgaste intelectual que lleva el hombre. Hablamos de que la casa está por barrer y ni Torra ni Sánchez ni la madre que nos parió están por la loable labor de ponerse a limpiar tanta telaraña, tanta roña caduca como nos rodea.
Hablamos de la vida real, de lo duramente cotidiano. Ellos, en cambio, hablan de lo suyo que es, en suma, perder tiempo para ganar mucho. Dinero, poder, influencia y, seguramente, la satisfacción de unos egos infantiles que siendo solo palafreneros se creyeron capitanes.