Opinión

¿Trata Casado a Ayuso como a Feijóo?

Nunca me ha gustado el discurso feminista cuando se adopta desde el victimismo para sacar rédito, pero en los últimos días me rondan varias preguntas viendo el enconamiento de la

  • La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el líder del Partido Popular, Pablo Casado, durante la convención nacional del Partido Popular (PP) este sábado en Valencia. -

Nunca me ha gustado el discurso feminista cuando se adopta desde el victimismo para sacar rédito, pero en los últimos días me rondan varias preguntas viendo el enconamiento de la crisis del PP madrileño, una ruptura que se antoja inexplicable si no es desde el despecho: ¿Trata Pablo Casado a Alberto Núñez Feijóo o a Juan Manuel Moreno Bonilla, como está tratando a Isabel Díaz Ayuso? ¿Tendría valor para, después de haber triunfado en las urnas, negarles el pan y la sal impidiéndoles presidir, un suponer, el PP de Galicia o Andalucía? ¿Haría con ellos semejante exhibición de autoridad aún a riesgo de frenar, incluso, la ventaja que empieza a sacar a Pedro Sánchez en los sondeos?

Sinceramente, creo que la respuesta es no. A los tres interrogantes. Ejemplos de distanciamiento y rebeldía de esos barones varones respecto a los designios de Casado los hay a paladas desde 2018 sin que, en ningún caso, el presidente del PP ordenara llegar a estos extremos de lucha encarnizada que se están viendo en la capital; una pelea que, por mucho que él se declare en privado convencido de que los españoles “ni lo recordarán” cuando se acerquen a las urnas, difícilmente se podrá saldar ya sin vencedores ni vencidos.

Pablo Casado no es machista, no lo creo, pero sí creo que está actuando frente a Ayuso -por lo menos es la imagen que traslada- con una suerte de paternalismo mal entendido, probablemente derivado de que fue él quien se empeñó contra viento y marea en ponerla de candidata a las autonómicas madrileñas de mayo de 2019. Y eso, le guste o no, también es machismo; micromachismo o macromachismo, escríbanlo con el prefijo que más les guste.

Casado tiene que sobreponerse al despecho, darse cuenta de que le va en sueldo aguantar el afán de protagonismo de ella con el mismo estoicismo con que se lo aguanta a Feijóo, o a Moreno Bonilla, que también están esperando su turno si cae, aunque sin tanta fanfarria

La imagen que nos llega del conflicto, en parte por lo inextricable del mismo salvo para los muy cafeteros del PP, es que el presidente está tratando de forma desigual a la única baronesa que tiene el partido. Casado se comporta como si ya viviera en La Moncloa y ella le debiera una obediencia ciega que no se exige a Feijóo, o a Moreno Bonilla, pero debería tener en cuenta que queda algún año que otro para lo primero y ella no parece estar tan dispuesta a lo segundo -lógico- después de su espectacular triunfo personal el 4 de mayo en Madrid.

Sé que desde la sede del Gobierno madrileño en la Puerta del Sol no han perdido ocasión en estos seis meses de intentar matar al padre, unas veces discutiendo si salía con la hija al balcón en la calle Génova a recibir vítores en la misma noche electoral, hoy a propósito del congreso del PP madrileño con ese Tú a Valencia, yo a Washington, viaje que a punto estuvo de hacer descarrilar la reciente convención popular de hace unas semanas en la capital del Túria, como dicen las crónicas.

Por saber, sé también -mejor dicho, intuyo-, que una parte no pequeña del entorno de Isabel Díaz Ayuso debe estar calentándole la cabeza con la idea de que, si Pablo Casado no logra gobernar tras las próximas elecciones generales, será su turnoLargo me lo fiáis. He visto antes tantas ambiciones maltrechas cuando medía un liderazgo sin asentar en las urnas que, ¿Qué quieren que les diga?. Ocurrió antes con José Bono y José Luis Rodríguez Zapatero, o con Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy, por no remontarnos mucho más atrás en el tiempo.

Pero Pablo Casado tiene que sobreponerse al despecho, a la decepción personal con su (¿ex?) amiga y confidente Isabel, y darse cuenta de que le va en sueldo aguantar el afán de protagonismo de ella con el mismo estoicismo con que se lo aguanta a Feijóo, o a Moreno Bonilla… que también están esperando su turno si él cae en 2023, aunque sin tanta fanfarria mediática acompañándoles porque no viven dentro de la M-30… No les quepa duda.

Casado no puede marcarse un Alfonso Alonso, como hizo con el ex líder del PP vasco hace tres años. Causaría tal quebranto en las expectativas de reelección de Ayuso, que daría alas a la reelección de Sánchez dentro de dos años y a su propia caída.

No puede el presidente del PP, aunque lo desee en lo más profundo de su ser, marcarse otro Alfonso Alonso y organizar una especie de destitución orgánica ex ante de quien fue la ganadora en las urnas madrileñas sin discusión, como hizo con el ex líder del PP vasco hace ahora casi tres años. Causaría tal quebranto en las expectativas de reelección de Ayuso al frente de la Comunidad -veremos que pasa en el ayuntamiento de la capital-, que daría alas, sin duda, a la reelección de Pedro Sánchez dentro de dos años y a la caída de su proyecto al frente del PP.

Porque, digámoslo alto y claro: Pablo Casado aún no ha ganado nada. Todavía. Tiene mucho mérito haber aguantado el desastre del 28 de abril de 2019 -cuando el PP sacó el peor resultado de su historia bajando de 137 a 66 diputados tras la moción de censura que desalojó a Rajoy-, haber remontado hasta los 90 escaños en la repetición de los comicios tan solo seis meses más tarde, y situar hoy al principal partido como primera fuerza en las encuestas… pero ganar, lo que se dice ganar, Pablo Casado aún no ha ganado nada y necesita sumar, no restar. Con Ayuso y con quien se le ponga por delante.

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