Estos días, en los que tanto se dice la cursilería esa de nueva normalidad, estamos asistiendo a un sinfín de reproches, de mensajes demagógicos, de promesas incumplibes y, sobre todo, de incertidumbres. Ningún gobierno del mundo es capaz de aventurar cómo va a ser el futuro cercano. Todos coinciden en que será diferente, pero nadie atina a plantear un escenario. Mientras tanto, lo que sí podemos anticipar son las cosas que sí han sucedido y que pueden cambiar nuestra forma de vida:
1. Al menos, dos generaciones perdidas
La crisis no se va a llevar por delante a los jóvenes, que ya vivían en un mundo peor y con menos oportunidades que el que sacrificó la crisis de 2008. Esa generación, que ahora transita entre los 35 y los 45 años, arrastra en la incertidumbre a la siguiente, los millennial, que se encuentran en muchos casos sobre formados y preparados para un mercado de trabajo que apenas tiene huecos para ellos.
Pero es que además de llevarse a los más jóvenes por delante, también ha alterado la vida de los jubilados. Si en la década que acaba de terminar muchos tuvieron que estirar sus pensiones y renunciar a su bienestar para rescatar a sus familiares, el horizonte inmediato nos hace ver que de nuevo van a tener que sacrificarse para evitar que la pobreza conquiste irremediablemente a quienes de nuevo se queden en la cuneta. La familia será refugio una vez más en los tiempos de penuria que se asoman.
2. Necesidad de otras políticas y, quizás, de otros políticos
Ya no debería excusa para cambiar la forma de política. Las prioridades y necesidades de la sociedad han cambiado. De toda la sociedad, empezando por los más vulnerables, pero para todos, especialmente para el tejido productivo. Esto obliga a trazar nuevas herramientas al servicio de los nuevos problemas, a replantearse las inversiones, abandonar los mausoleos y ser capaces de redactar un presupuesto que genere oportunidades y reducir desigualdades. Quien antes se dé cuenta de que los partidos deben ofrecer soluciones y sea capaz de generar un proyecto ilusionante en positivo será quien pilote esta transformación.
Pero quizás nadie lo vea. En los búnkeres no se oye la calle, y el espectáculo bochornoso que dan nuestros representantes ahonda en una desafección con la política de la que va a ser difícil salir.
3. Dinero para todos, pero ¿esto quién lo paga?
Se acabó al austericidio. Hay que inyectar ingentes cantidades de dinero público para que el consumo no se frene, la producción no se pare y nadie se quede descolgado. La receta keynesiana a todo trapo. Pero, parafraseando a Josep Pla, ¿quién paga todo esto? Los Estados soberanos tendrán que negociar sus deudas inasumibles, más en el caso de los derrochadores, y los emisores de deuda deberán plantearse quitas si no quieren correr el riesgo de no cobrar nada.
Las políticas fiscales necesitan una revisión. Hay que recaudar más, sí. Mucho más. Todos los partidos prácticamente insisten en que hay que tener músculo. España necesita una política de gasto coherente, que nunca la ha tenido, y una política fiscal acorde a sus necesidades. Sin ahogar al emprendedor, pero sin rendijas por las que muchas empresas pagan menos de lo que deberían. Y haciendo pagar a la economía especulativa sus maniobras y tejemanejes. Por cierto, los paraísos fiscales del norte de Europa, tan llorones a la hora de colaborar, quizás podrían ayudar a la hora de que nuestras arcas reciban lo que les corresponde. Ni más ni menos.
4. Cambio del modelo productivo
Se dice en cada crisis, pero España no dará más de si no abandona el sector servicios y la construcción como sus patas principales. El peso industrial debe aumentar, las ‘start up’ tienen que dejar de ser rara avis y la educación tiene que estar orientada y discriminada hacia nuevas áreas de producción y nuevas formas de empleo. Necesitamos menos universitarios y más mano de obra cualificada, un plan serio y persistente en el tiempo de I+D+i, un plan energético que nos haga más independientes del exterior y menos contaminantes, una red de infraestructuras basadas en las necesidades reales del país y no en las electorales de las siglas de turno.
Hay que generar un tejido productivo atractivo para los inversores, con parques industriales y tecnológicos, mano de obra y una fiscalidad razonable y, sobre todo, perdurable en el tiempo.
5. Hasta los liberales quieren más Estado
Esta crisis ha dejado al descubierto que es necesario tener un tejido de servicios públicos más potente. Hace falta mejorar el Estado del bienestar para garantizar una Sanidad mejor; una atención a nuestro mayores de calidad; una Educación que sea accesible para todos y moderna, adaptada a las nuevas tecnologías… Y dinero, mucho dinero para impulsar y avalar a nuestras empresas, para fomentar el consumo y para rescatar a las personas. Aquí, si un virus nos contagia de nuevo, no hay libertad individual ni méritos personales que nos salven. O lo común, lo público, tiene músculo o de nuevo tendremos cifras de muertes difíciles de asumir.